EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Partido Revolucionario Institucional. Su historia

Fernando Lasso Echeverría

Junio 02, 2020

 

(Vigésima quinta parte)

Concluimos el anterior artículo comentando la sorpresa que se llevó el país y su primer mandatario ante la declaración de guerra al Estado mexicano, hecho por un grupo de indígenas armados en el estado de Chiapas el 1 de enero de 1994, quienes estaban comandados por un hombre encapuchado que se autodominaba el subcomandante Marcos y usaba el internet como su arma más efectiva en el mundo.
El grueso del Ejército Zapatista provenía de los Altos de Chiapas, una zona indígena sumamente abandonada por los gobiernos mexicanos, en la cual no existían los mínimos servicios que un gobierno podía brindar a la población; por otro lado, su Comité Directivo formado por indígenas de todas las etnias de la región, exigían la caída del dictador Salinas, y la formación de un “gobierno libre y democrático”; reclamaban pues, mayor equidad social básica (alimentación, salud y educación) y democracia (autonomía y paz), pensamientos ideológicos un tanto ajenos al marxismo, que hacían de este movimiento una revuelta apegada a las necesidades sociales y políticas prioritarias de los mexicanos, que habían sido reclamadas por el pueblo desde siempre. Es un hecho que a Chiapas nunca llegó la Revolución Mexicana con su magra reforma agraria; esta entidad es hasta el presente una zona de terratenientes y malignos cacicazgos para la sociedad chiapaneca, que se han dedicado a deforestar en forma terrible la selva lacandona y han usado como verdaderos esclavos a los indígenas que forman las distintas etnias de esa entidad federativa. Chiapas fue y sigue siendo “un paraíso privado” en el que sus gobernantes impusieron una ley feudal.
A este movimiento social estuvo muy ligado ideológicamente el obispo de San Cristóbal de las Casas: Samuel Ruiz, a quien sus detractores le llamaban el verdadero “comandante” de la revuelta; sin embargo, es justo reconocer que Samuel siempre se opuso a un levantamiento armado, hecho que le costó fricciones con la guerrilla antes del estallido. Después continuó defendiendo en forma pacífica los reclamos indígenas y colaborando en forma valiosa para llevar paz a la región, por medio de las reuniones para la paz entre la delegación gubernamental encabezada por el comisionado Manuel Camacho Solís y los representantes de los grupos rebeldes, quienes si bien finalmente no lograron su propósito, dieron el espacio de estabilidad indispensable para que se efectuaran las elecciones presidenciales en el país. Asimismo, es conveniente recordar que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional –organización militar que jamás fue nombrada por su nombre completo en los medios de comunicación, en donde se les mencionaba como como EZLN y a los revolucionarios como “los transgresores”– logró en las pláticas de conciliación un conjunto de éxitos impresionantes y una dimensión nacional inesperada. Sin este movimiento no podría explicarse la reforma electoral llevada a cabo posteriormente por el gobierno.
¿Qué es lo que pasaba? Se preguntaba la población mexicana, que ignoraba la presencia, el origen y los objetivos de esta guerrilla, a pesar de que las autoridades mexicanas ya habían localizado –meses antes– señales de que en Chiapas se estaban llevando a cabo actividades guerrilleras, pero evitó enfrentamientos armados con los combatientes y la difusión de este hecho entre la población del país, con la finalidad de no afectar el logro de la firma del TLC con los vecinos del Norte. El gobierno pensó frustrar el alzamiento guerrillero con dádivas y acarreo de recursos hacia Chiapas del Programa de Solidaridad, sin embargo, esto no fue suficiente, y no sólo eso, los indígenas campesinos involucrados en la guerrilla habían ocupado sus créditos agrarios y los recursos de Solidaridad para la compra de armas.
Es indudable que de haber llevado a cabo Salinas en forma oportuna la reforma política que tanto urgía al país, este movimiento guerrillero se hubiese malogrado o bien le hubiese restado legitimidad o simpatía popular. No obstante, merece mención que en realidad –a pesar de que este movimiento guerrillero había despertado respaldo popular en la República– no se sumaron a él más grupos armados en otros puntos del país como Marcos esperaba. Esto provocó que el subcomandante se replegara, abandonara las ciudades tomadas y volviera a la selva chiapaneca dándole un giro total a su movimiento, al cual convierte en una exitosa guerra mediática mundial, con lo que impidió que el gobierno lo acabara militarmente, o lograra expulsarlo del territorio chiapaneco. Sin embargo, el levantamiento de los encapuchados provocó gran nerviosismo sobre los inversionistas nacionales, que se llevaron al extranjero 3 mil 800 millones de dólares, hecho que provocó serios problemas para la balanza de pagos.
La imagen del subcomandante Marcos, creció notablemente en el mundo, informado permanentemente por medio del Internet –que por ello, fue la principal arma de Marcos– de las injusticias sociales contra las que peleaban éste y sus mal armadas huestes: extrema pobreza, hambre, analfabetismo, marginación, desigualdad, mal trato, el olvido y el racismo de sus gobernantes; situación que provocó que numerosas organizaciones no gubernamentales locales e internacionales levantaran sus banderas a favor del movimiento indígena revolucionario de Chiapas y exigieran al gobierno mexicano una solución pacífica que impidiera una masacre entre los indígenas. Con esto prácticamente le amarraron las manos a Salinas para enfrentar militarmente a la guerrilla chiapaneca y acabar con ella de manera definitiva. De haberlo hecho, se hubiese enturbiado la imagen internacional de Carlos Salinas, situación que a éste le importaba mucho por sus objetivos para lograr las gloriosas metas personales posteriores que tenía programadas.
El estallido del Zapatismo influyó en la campaña presidencial del candidato Colosio. Luis Donaldo declaró en su primer mitin electoral efectuado en Huejutla, Hidalgo, “que los acontecimientos de Chiapas, colocaban al país frente al absurdo de la violencia” y habló “de la urgencia de mayor justicia social”. Al paso de los días, Colosio se sumergió en una actitud preocupada y expectante, esperando los acontecimientos y las indicaciones del presidente Salinas de Gortari, para –como candidato oficial– expresar públicamente sus comentarios al respecto; sin embargo, el gobierno lo mantuvo aislado de los sucesos.
Ya antes de enero se había observado en Colosio una conducta débil e insegura, quizá porque se sentía –y era notorio– acotado y abandonado por su partido y por el mismo gobierno. Su equipo de campaña estaba invadido por gente fuera de su control, empezando por su inexplicable jefe de campaña, Ernesto Zedillo, impuesto por Córdoba Montoya, a pesar de que éste carecía de la mínima experiencia para desempeñar estas funciones, pues nunca perteneció al PRI y jamás ocupó algún puesto de elección popular.
No obstante, era obvio que en este desinterés de la gente por acudir a los actos de campaña del candidato oficial no solamente influía la falta de una adecuada promoción previa entre los habitantes de las ciudades donde ocurrían éstos –incluidos los acarreos sistematizados– sino también el hartazgo que la población tenía por el PRI-gobierno. Los mítines de campaña de Colosio eran desorganizados y desangelados; no había grandes desplegados en la prensa nacional que destacaran sus discursos y las actividades de su campaña, lo cual se acentuó después del levantamiento guerrillero chiapaneco, hecho que provocó que la campaña pasara a segundos planos en los medios de comunicación del país, causando en el candidato una depresión notable. Esta situación era agravada por la terrible enfermedad terminal que sufría su esposa Laura.
Luis Donaldo Colosio es descrito por sus amigos íntimos como un buen hombre en toda la extensión de la palabra, y con virtudes personales que le facilitarían la comunicación y la simpatía de la población, conforme lo fueran conociendo a través del desarrollo de su campaña. Hombre de familia carismático, buen orador, sensible, pragmático y conciliador, firme en el cumplimiento de sus promesas… pero para su mal continuaron sucediendo hechos que disminuyeron aún más su personalidad pública como candidato a la presidencia.
La sorpresiva designación de Manuel Camacho Solís –su antiguo adversario en la contienda electoral– como representante del gobierno para negociar con la guerrilla chiapaneca, agudizó más su aislamiento como candidato. Las cualidades políticas que tenía Camacho y que lo habían descartado como candidato presidencial, lo hacían surgir como la única persona capaz de negociar la paz en Chiapas como representante del gobierno, y no sólo eso, esta situación lo convertía prácticamente en un candidato presidencial alterno o sustituto en caso de sucesos inesperados. Este hecho hizo pensar a Colosio que la decisión más prudente y razonable que podía tomar era la de renunciar a su candidatura; no obstante, hubo gente cercana a él y a su familia que afirman que su esposa Diana Laura lo convenció para no hacerlo.
Junto con el nombramiento de Camacho como representante del gobierno federal para intentar un arreglo pacífico con los indígenas, Salinas decidió quitar al represor y deshonesto exgobernador chiapaneco Patrocinio González Garrido como secretario de Gobernación, y puso a Jorge Carpizo en su lugar, a quien le encomienda lograr “un acuerdo definitivo” en la cuestión electoral con la oposición, comisión que al parecer Jorge Carpizo tomó en serio, pero el PRI bloqueó acuerdos con los otros partidos oponiéndose a perder los privilegios que le garantizaban los triunfos electorales. Poco después, Salinas ofrece amnistía y perdón a los alzados, respondiéndole Marcos –el líder de la guerrilla– que los que deberían de pedir perdón a los indígenas eran los gobiernos que durante siglos los habían agraviado y explotado en forma inhumana.
A los pocos días, el 6 de marzo de 1994, Colosio fue el orador oficial en el septuagésimo quinto aniversario del PRI, que se festejó en grande en el espacio abierto fuera del monumento a la Revolución; ese edificio que fue iniciado por Porfirio Díaz para ubicar a “su” Poder Legislativo, y que los gobiernos posrevolucionarios convirtieron en el panteón de quienes destruyeron el porfirismo, o bien continuaron –en mayor o menor grado– la obra antiporfirista a través del siglo XX.
Ahí estuvo presente –con la ausencia del primer mandatario– la crema y nata de la política mexicana: 28 gobernadores, 293 diputados, 59 senadores, 3 mil presidentes municipales, la mayoría de los diputados de mayoría de los estados libres y soberanos del país, y todos los líderes de las asociaciones gremiales encargados del pastoreo de todos sus sindicados.
En dicha ceremonia Luis Donaldo pronunció un discurso lleno de valentía y decisión, que por su contenido revelaba ya un distanciamiento entre él y su padre político: el presidente de la República. En su pieza oratoria pronunció algunas frases que reprobaban y contrariaban el optimismo oficial.
“Veo un México con hambre y sed de justicia. Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por el abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales”.
“Yo veo un México de comunidades indígenas, que no pueden esperar las respuestas a sus exigencias de soluciones… un México en el que los campesinos aún no reciben las respuestas que merecen…he visto un campo empobrecido y endeudado…yo veo un México en donde existen trabajadores que no encuentran los empleos y salarios que demandan… Sabemos que muchos de nuestros males se encuentran en una excesiva concentración de poder, concentración que da lugar a decisiones equivocadas, al monopolio de la iniciativa, a los abusos… Es la hora de cerrarle el paso al influyentismo, a la corrupción y a la impunidad.”
Cuando se refirió al inminente proceso electoral, dijo lo siguiente: “No queremos ni concesiones al margen de los votos, ni votos al margen de la ley. Reformar el poder significa fortalecer y respetar las atribuciones del Congreso Federal. Nuestras elecciones, y lo digo con pleno convencimiento, no tendrán vergüenza que ocultar. Nos avergüenza advertir que no fuimos sensibles a los grandes reclamos de nuestras comunidades. Tenemos que asumir esta autocrítica y romper con las prácticas que nos hicieron una organización rígida”.
En realidad, el discurso de Colosio fue tan lejos que obligaba al candidato el cumplimiento fiel y exacto de un compromiso rectificador de lo hecho por Salinas. Luis Donaldo estaba afirmando en su documento que él sí haría esa reforma política tan requerida por la población y tan necesaria para el país. Se comprometía a reformar el poder para democratizarlo y acabar con cualquier riesgo de autoritarismo. Criticaba la nula división de poderes y se comprometía a respetar las atribuciones del Congreso Federal y a independizar del Ejecutivo en forma real e inmediata las instancias encargadas de impartir la justicia.
Colosio también manifestaba en su lectura el propósito de sentar nuevas bases para un crecimiento renovado y sano de la economía, que tendría como característica principal una distribución más equitativa del ingreso entre los diversos sectores de la población; ofrecía rescatar el campo mexicano con inversión estatal y promover una mayor participación de los campesinos en la economía del país. En síntesis, se comprometía a lograr que los indicadores macroeconómicos se tradujeran en –al menos– un poco de bienestar para los millones de mexicanos pobres.
Colosio alentaba el federalismo y la descentralización política y administrativa del país, importantes medidas democratizadoras tan soslayadas en forma sistemática por los gobiernos posrevolucionarios. Manifestaba una gran preocupación por las carencias que había visto en el país, y ofreció mucho… tanto… que con ello, estaba en realidad desnudando sin respeto alguno las fallas de la administración salinista, y en general las del sistema político imperante, que estaba celebrando precisamente ese día sus 75 años de edad, y esto desagradó a todos los presentes, totalmente comprometidos con el PRI-gobierno. Ofendió a esta élite cegada por el poder, que creía en forma soberbia que los mexicanos vivían en el mejor de los mundos posibles. Colosio molestó con sus palabras a esta minoría selecta que desconocía –o no le importaban– los millones de mexicanos paupérrimos existentes en “su” país, y que habían ido a “su” fiesta a celebrar sus triunfos, no a recibir regaños de un individuo que ni siquiera era presidente todavía, pero al cual –a partir de esa noche– veían como un peligro para sus intereses.

*Ex presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC.