EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Partido Revolucionario Institucional. Su historia

Fernando Lasso Echeverría

Junio 16, 2020

 

(Vigésima sexta parte)

 

Concluimos el artículo anterior con la crónica del acto realizado por el PRI-gobierno el 6 de marzo de 1994 en la explanada del Monumento a la Revolución, para festejar el aniversario número 75 del partido oficial. En él, Luis Donaldo Colosio –el recién nombrado candidato del PRI– fue el único orador oficial, y su discurso fue un texto muy crítico, que revelaba ya distanciamiento del candidato con su padre político: el presidente de la República Carlos Salinas de Gortari. Dicho texto, iniciaba con un “Veo a un México con hambre de sed y justicia”; hablaba de haber observado en los lugares visitados ciudadanos afligidos por el abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales; mencionaba a un México, en el que los campesinos aún no recibían las respuestas que merecían, y decía haber visto en el país a un medio rural empobrecido y endeudado. Hablaba también de cerrarle el paso al influyentismo, a la corrupción y a la impunidad existente y muchas verdades más, que incomodaron al gran auditorio priista presente, y seguramente a los no presentes, como el presidente de la República, quien no había acudido a la celebración pero veía el acto y todo lo que en él ocurría en televisión, como la mayoría de los mexicanos. Se dice que ahí perdió la candidatura Luis Donaldo, y con su discurso desencadenó los hechos que finalizaron no solamente con su candidatura, sino con su vida, al negarse a renunciar a ella.
El discurso de Colosio fue tan lejos, que obligaba al candidato al cumplimiento fiel y exacto de un compromiso rectificador de lo hecho por Salinas. Luis Donaldo estaba afirmando en su documento que él sí haría esa reforma política tan requerida por la población y tan necesaria para el país. Se comprometía a reformar el poder para democratizarlo y acabar con cualquier vestigio de autoritarismo. Criticaba la nula división de poderes y se comprometía a respetar las atribuciones del Congreso federal y a independizar del Ejecutivo en forma real e inmediata las instancias encargadas de impartir la justicia.
Colosio también manifestaba en su lectura el propósito de sentar nuevas bases para un crecimiento renovado y sano de la economía, que tendría como característica principal una distribución más equitativa del ingreso entre los diversos sectores de la población; ofrecía rescatar el campo mexicano con inversión gubernamental y promover una mayor participación de los campesinos en la economía del país; en síntesis, se comprometía a lograr que los indicadores macroeconómicos se tradujeran en –al menos– un poco de bienestar para los millones de mexicanos pobres.
Colosio alentaba el federalismo y la descentralización política y administrativa en el país, importantes medidas democratizadoras tan soslayadas en forma sistemática por los gobiernos pos revolucionarios. Manifestaba una gran preocupación por las carencias que había observado en el país, y ofreció mucho…tanto… que con ello, en realidad estaba desnudando sin respeto alguno las fallas de la administración salinista, y en general las del sistema político imperante, que estaba celebrando precisamente ese día sus 75 años de edad, y esto desagradó a todos los presentes, totalmente comprometidos con el PRI-gobierno. Ofendió a esa élite cegada por el poder, que creía en forma soberbia que los mexicanos vivían en el mejor de los mundos posible. Colosio molestó con sus palabras a esta minoría selecta que desconocía o no le importaban los millones de mexicanos paupérrimos existentes en “su” país, y que habían ido a “su fiesta” a celebrar sus triunfos, no a recibir regaños de un individuo que ni siquiera era presidente todavía, pero al cual –a partir de esa fecha– veían ya como un peligro para sus intereses particulares o de grupo.
Quizá por eso, Alberto Anaya, líder del Partido del Trabajo en ese entonces, le dijo lo siguiente a Federico Arreola, amigo personal de Colosio y autor del libro Así fue, que narra una serie de hechos relacionados con la campaña y asesinato de Luis Donaldo: “Dile a Colosio que se cuide… los ‘dinosaurios’ son de cuidado y ya no quieren dejarse. De la Madrid los ignoró, Salinas los marginó y a Colosio le están viendo cara de ‘enterrador’. Colosio está en riesgo, díselo y que lo tome en serio”. Habría que recordar, que los últimos presidentes –a partir de López Portillo– no habían sido priistas de “carrera”, y sólo habían aprovechado y usado al partido para llegar al poder. Esto ocasionó efectivamente que al llegar al poder Ejecutivo desplazaran a los viejos priistas, dejándoles sólo pequeños cotos de poder en el gabinete y puestos secundarios en la directiva nacional del partido, generalmente encabezado por gente tecnócrata sin carrera política, fenómeno que se acentuó a partir del gobierno de De la Madrid. Había pues razón para que los priistas de viejo cuño y que tenían la camiseta de su partido bien puesta estuviesen molestos con los últimos gobiernos, y temiesen que las cosas empeoraran con Colosio. Sin embargo, si gente del PRI cupular estuvo involucrada, es claro que el complot contra Colosio fue fraguado en realidad en el alto círculo tecnocrático gubernamental, porque veían en peligro el plan transexenal neoliberal ideado por Salinas y el gobierno norteamericano, para el cual México siempre ha sido parte de los proyectos geopolíticos que lo beneficien.
Al otro día del discurso, al observar en la prensa el contenido de éste, cualquier limitado analista político podía suponer que el continuismo de las políticas neoliberales del sexenio que estaba finalizando estaban en riesgo; que amenazaba con volver –dando al traste con los objetivos de grupo salinista de gobernar a México tres o cuatro sexenios más– aquel famoso e hipotético “péndulo” político sexenal, que en el pasado político de nuestro país había funcionado aparentemente bien como correctivo de los excesos de las administraciones que terminaban, y que se movía un poco hacia la derecha, después de un régimen de “izquierda”, y luego un poco hacia la izquierda, después de un régimen cargado hacia la derecha. Si esto sucediera, frustraría inclusive la posible reelección –uno o dos sexenios después– deseada por el joven político ambicioso: Carlos Salinas de Gortari. A decir de los colaboradores más cercanos de Colosio, éste y Salinas no se volvieron a ver jamás después de esta ceremonia.
Todo indicaba que si Salinas quería a un personaje sumiso como sucesor, Carlos se había equivocado al elegir a Colosio; no obstante, si analizamos los sucedido en las sucesiones presidenciales a través de la historia política de México, Salinas se hubiera equivocado con cualquiera, porque los nuevos mandatarios adquieren de inmediato los atributos mágicos, sicológicos, políticos y jurídicos de la presidencia, que los transforma, obteniendo todo el relieve monárquico del anterior, evitando de esta manera que haya dos individuos con el mismo nivel de poder en el país. Este cambio de la personalidad del nuevo presidente había sido la principal salvaguarda del sistema político, situación que se confirmó posteriormente con el sorprendente candidato que suplió al candidato asesinado, como se relatará más adelante.
Pero las sorpresas del sexenio salinista no acababan aún; el 23 de marzo es asesinado en forma magistral y perfectamente organizada, el licenciado Luis Donaldo Colosio candidato del Partido Revolucionario Institucional para la presidencia de la República, cuando realizaba actividades de campaña en Tijuana, Baja California. Fue un suceso que dejó estupefacto al pueblo de México, que todavía no se reponía del sorpresivo levantamiento armado en Chiapas.
Muchas teorías se han manejado respecto a quiénes fueron los implicados en el complot que provocó este magnicidio. Se ha escuchado de numerosos comentaristas políticos y de otra índole qué a Colosio ya se le había descartado como sucesor de don Carlos, y que en varias ocasiones Córdova Montoya –el vicepresidente de facto– pidió a Luis Donaldo, en nombre de Salinas, una renuncia pública, a la cual éste se negó rotundamente en forma digna pero temeraria, lo cual finalmente provocó el asesinato.
Existen muchos indicios que llaman la atención y sugieren, que el magnicidio fue perfectamente planeado; es decir, que fue un verdadero asesinato de Estado. Las sospechas generalizadas de la población mexicana fincaban la responsabilidad de este asesinato en el presidente Salinas, el Estado Mayor Presidencial y a la PGR, lo cual se debía fundamentalmente a que la población había observado un juego extraño de Salinas: la creación de un candidato alterno, en el momento en que Camacho es nombrado Comisionado para la Paz en el conflicto chiapaneco, sospecha que se veía fortalecida, por el abandono en el cual tenía a la campaña presidencial del candidato Luis Donaldo Colosio. Cuando el nombramiento se dio, los colaboradores de Luis Donaldo se planteaban con seriedad la posibilidad de que, desde la presidencia de la República, se estuviera ejecutando un proyecto político para obligar a Colosio a renunciar, y que Camacho tomara su lugar; no obstante, el mismo asesinato del candidato oficial le cerró las posibilidades a Manuel para suplirlo.
Probablemente Camacho habría sido el favorecido si Colosio hubiera renunciado; la muerte inducida de éste le quitó a Manuel toda oportunidad, y por eso mismo no es posible pensar en él como miembro de los conjurados que planearon deshacerse en forma brutal del candidato. En este caso, habría que pensar en José María Córdoba Montoya, porque era enemigo acérrimo de Manuel Camacho, y por ello aborrecía pasionalmente la posibilidad de que éste fuera el sucesor de Carlos, y ¿por que no?… también en el mismo Ernesto Zedillo, que siempre fue el candidato de Montoya para suceder a Salinas –por su íntima cercanía entre ellos, desde años atrás– y fue el principal beneficiado con el desarrollo de los hechos.
Ante los señalamientos públicos, dirigidos hacia Camacho y Córdoba Montoya, siete días después del asesinato, el jefe de la Oficina de la Presidencia fue nombrado con mucha –y sospechosa– prisa representante de México ante el Banco Interamericano de Desarrollo, con sede en Washington. Fue una descarada huida la de este personaje, que tuvo miedo de continuar en nuestro país –temiendo por su seguridad personal– en esos complicados y tenebrosos tiempos que vivía la nación. Camacho, continuó en México soportando las manifestaciones de rechazo de la familia y los amigos de Colosio y las murmuraciones de la población, en cuanto a su posible culpabilidad en la muerte de Colosio. Manuel sufrió una penosa situación, al atreverse a ir a dar el pésame a la familia Colosio: fue corrido por la viuda de Colosio del velatorio en donde se encontraba el cadáver de este, y cuando se retiraba, fue abucheado vergonzosamente por el público presente. Sin embargo, el hecho de haberse presentado valientemente al velatorio a dar sus condolencias, fue una situación que habló bien de Camacho y traducía la necesidad de éste, de convencer –cuando menos a la familia del asesinado– de que él no había tenido nada que ver con el terrible hecho; pero era imposible que después de tantos encontronazos entre el comisionado para la Paz en Chiapas y el grupo de Colosio durante la campaña electoral de éste, Manuel fuera recibido en la ceremonia mencionada. Había mucho rencor y muchas incertidumbres entre todo el equipo y la familia de Luis Donaldo, para que esto fuera posible.
El periodista Federico Arreola, que vivió de cerca toda la campaña del candidato Colosio, escribió un párrafo en su libro titulado Así fue –mencionado en párrafos anteriores– en el cual dice lo siguiente: “Si me preguntaran si yo ubicaría a Ernesto Zedillo entre los posibles sospechosos de haber asesinado a Luis Donaldo Colosio, respondería que sí, como respondería afirmativamente si me preguntaran lo mismo acerca de Carlos Salinas de Gortari, José Córdoba Montoya o Manuel Camacho. Carezco de elementos para acusar a nadie, pero creo que al coordinador de la campaña, candidato sustituto y presidente de México entre 1994 y el año 2000 no se le ha investigado lo suficiente, como no se ha investigado lo necesario a los otros tres.”
Entre los indicios que se tienen para pensar en un crimen de Estado se tienen los siguientes: 1.- El hecho de que a pesar de la opinión de expertos en la materia, el mitin político se haya llevado a cabo en una “ratonera” más adecuada para una emboscada, que para un evento de esa naturaleza y casualmente, en la única entidad federativa con gobierno de oposición de la República en ese momento. Los operadores políticos responsables de organizar el mitin de Lomas Taurinas fueron Mario Luis Fuentes (zedillista de cepa), Jorge Schafino, y José Murat, el después gobernador oaxaqueño y padre del actual Ejecutivo de esa entidad federativa. 2.-La pésima (e inexplicable) relación entre Colosio y el general Domiro García Reyes, encargado de las funciones de seguridad del equipo de campaña de Luis Donaldo, situación absurda que seguramente provocó un deficiente aparato protector para el candidato. Aquí es de preguntarse dos asuntos: ¿También Domiro le fue impuesto a Colosio como miembro de su campaña, a pesar de la trascendencia de sus funciones? ¿Esta persona, espiaba las actividades del candidato y su equipo, para informar a gente del nivel nacional que lo impuso?
En cuestiones de seguridad, vale la pena también recordar los siguientes hechos: En forma extraña, los cuerpos profesionales de Baja California fueron rechazados por los organizadores para participar en el sistema de vigilancia en el evento; en cambio, sí fueron aceptados 45 ex judiciales miembros de un grupo organizado llamado TUCAN (Todos Unidos Contra Acción Nacional), encabezado por José Rodolfo Rivapalacio, líder en ese momento del Consejo Político Municipal del PRI, y también ex policía judicial del estado, quienes controlarían a la multitud, según indicaciones de la escolta personal del candidato, dirigida por Domiro. Habría que puntualizar que este grupo –o sus dirigentes– jamás tuvieron una junta previa al mitin con los encargados oficiales de la vigilancia del candidato para planear su organización, y que la mencionada “vigilancia de la multitud” fue un verdadero caos, en donde los asistentes a la concentración rompieron la valla de recepción, se abalanzaron sobre el candidato, dificultaron su paso al sitio de la reunión, se movieron a sus anchas en torno al templete improvisado, y al término del acto lo empujaron hacia donde querían llevarlo (¿el lugar convenido para matarlo?). Finalmente, es necesario mencionar, que Domiro (en parte de su interrogatorio oficial) reconoció algo difícil de comprender: ningún miembro de los comisionados en la vigilancia, llevaba algún gafete o distintivo que les sirviera para identificarse entre ellos.

*Ex presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI” AC.­­­ [email protected]