EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Partido Revolucionario Institucional. Su historia

Fernando Lasso Echeverría

Agosto 11, 2020

(Trigésima parte)

En el artículo anterior, comentamos como al final del sexenio salinista se observaba con frustración y desencanto, que el índice de desempleo estaba por las nubes, que el campo estaba devastado, que la inversión extranjera era mínima, que el número de ciudadanos pobres en extremo había aumentado alrededor de 4 millones y que la emigración al exterior no sólo no había disminuido sino que había aumentado; se veía también, que la producción en general no había crecido como lo había prometido el gobierno salinista en las metas propuestas en el Plan de Desarrollo del gobierno 1988-1994, y que la inflación en el sexenio superó el 130 por ciento, a pesar de repetir los pactos surgidos durante el sexenio de De la Madrid. Para acabar de fastidiar al país, era notorio que el TLC, uno de los máximos objetivos pretendidos por el salinato, definitivamente no había sido positivo para los mexicanos, y que su populista programa electorero llamado Solidaridad, no había dado los resultados sociales esperados.
Durante el último año del gobierno salinista, éste trabajaba con números rojos y estaba prácticamente quebrado, viéndose imposibilitado para continuar con el ritmo de gasto que había llevado durante los cinco años anteriores, impedido para pagar la deuda externa y desde luego, para financiar la costosa campaña política del candidato oficial que se avecinaba; sin embargo, esto no trascendió en la población. El gobierno hizo lo imposible por tener al pueblo de México en la ignorancia absoluta, manipulando artificialmente la economía, con el objetivo de dar una idea general de riqueza y bienestar durante la campaña y el proceso electoral. Desde 1989, Salinas y sus colaboradores –ante la imposibilidad de nuevos préstamos del exterior– además de vender todo lo que pudieron vender, habían ideado un nuevo instrumento financiero llamado tesobono, que salió al mercado atrayendo de inmediato la atención pública y tentando a miles de inversionistas –nacionales y extranjeros– interesados en un negocio seguro, pues ninguna futura devaluación del peso podía afectar la inversión hecha en ellos y por otro lado, era muy rentable por los altos intereses que se pagaban; con esto, el gobierno salinista logró conseguir los fondos necesarios para aparentar una falsa bonanza hasta el fin de su gobierno, pues al fin y al cabo esa deuda debería ser pagada en el primer mes del gobierno de la nueva administración, fecha en la cual vencían estos documentos.
A 19 días de la toma de posesión de la nueva administración, tronó el cuete de una manera espectacular, situación que realmente se había iniciado con el paulatino traslado al exterior durante todo 1994, del dinero foráneo “invertido” en nuestro país; luego, el nuevo gobierno mexicano tuvo que efectuar esa inevitable devaluación de nuestra moneda, que Salinas no se había atrevido a hacer en el último año de su gobierno para no autodepreciarse como mandatario y no causar más ira y rechazo a la población del país en un periodo preelectoral, y finalmente, se presentó la necesidad de pagar los tesobonos, fondo monetario que se había gastado Salinas en sus últimos años de gobierno, pero como Zedillo había recibido de su antecesor las arcas vacías, no pudo hacerlo y esto provocó que el nuevo presidente declarara quebrado al país y solicitara con urgencia el apoyo económico de nuestros vecinos del norte, gobernados en ese entonces por Bill Clinton.
El gobierno de México carecía de divisas no sólo para pagar las deudas externas contraídas por los gobiernos anteriores –agravadas por el gobierno de Salinas– sino tampoco para seguir cumpliendo con sus compromisos relacionados con el gasto interno, entre ellos el pago del tesobono, instrumento financiero doméstico creado con mucho sigilo por Salinas, para salir económicamente del paso en los últimos años de su gobierno. Esta medida fue manejada con suma discreción y jamás se informó que se trataba de una operación equivalente a la contratación de deuda externa, pero en condiciones más lesivas que un crédito internacional. El daño que le causó Salinas a la Nación fue inmenso, por la imposibilidad real de pagar en los primeros meses de 1995 –ya con Zedillo al frente– la deuda contraída por una cantidad superior a los 10 mil millones de dólares, pues las reservas monetarias del país estaban agotadas. Este hecho fue en verdad el factor más importante para forzar la devaluación y arrastrar al país a una crisis económica de dimensiones desconocidas en el México del siglo XX. Salinas intentó deslindarse de la responsabilidad que había tenido en la quiebra del país, afirmando que todo había sido provocado por lo que él llamó “el error de diciembre”, frase acuñada por Salinas, para atribuir la crisis a las presuntas malas decisiones de la administración entrante de Ernesto Zedillo y no a las políticas económicas de su sexenio, pero todo fue inútil, ya que nadie creyó los argumentos de este ambicioso y antinacionalista ex mandatario… pero el daño al país ya estaba hecho.
Obviamente, el Partido Revolucionario Institucional cargó con muchas culpas y errores cometidos en su nombre, y la población del país empezó a rechazar francamente a esta organización política, que a partir de los resultados del salinato –que de hecho, gobernó con mucho contenido del programa panista– y el inicio del sexenio zedillista, empezó a ser descalificada para encabezar otro periodo gubernamental. Por otro lado, y agregados a estos motivos, no había un priista con liderazgo en todo el gabinete de Ernesto Zedillo que pudiera lograr el voto del electorado para alcanzar la presidencia, y lo más importante: parecía existir el compromiso a conveniencia de los hombres en el poder (no del PRI) para entregar el gobierno al PAN en el siguiente sexenio; todo esto hizo que este partido llegara al poder en el año 2000. Desde antes, se murmuraba en el medio político –numerosos analistas políticos lo insinuaban o lo decían abiertamente en sus columnas– que parte de las componendas entre el gobierno salinista y el PAN cupular era que en el año 2000, ¿el PRI? entregaría la presidencia a ese partido, por haber reconocido el falso triunfo electoral de Salinas, y haberse “agachado” en la contienda electoral contra Zedillo, para que éste llegara fácilmente al Poder Ejecutivo. Esta alianza funesta para la democracia se notaría con mayor fuerza en 2006, 2012 y 2017, con miras a los comicios presidenciales del 2018, pero en el camino quedaría al descubierto que aquel trato o convenio entre ambos partidos iba más allá de la simple alternancia en el poder, porque ésta se usaría para ocultar y frenar escandalosos casos de corrupción en los que estaría involucrada abiertamente la familia presidencial, los amigos íntimos y los compadres del presidente en turno y desde luego, los gobernadores, los legisladores y los presidentes municipales. Es de preguntarse: ¿cuál sería el papel jugado por el Poder Judicial? Seguramente el mismo, por desgracia.
Es un hecho, pues, que las bases priistas fueron engañadas de muchas maneras; que los gobiernos neoliberales –formados por tecnócratas, disfrazados de priistas– sólo utilizaron a este partido para llegar al poder, con una ideología totalmente ajena y opuesta a esta organización política y a la mayoría de sus miembros más distinguidos y de larga trayectoria, a quienes menospreciaban llamándoles dinosaurios y desplazándolos de los cargos de primera magnitud, y los que protestaron fueron silenciados con otros nombramientos menores u hostilizados y expulsados del gobierno y/o del partido. No hay duda pues, que los neoliberales “descarrilaron” al PRI y acabaron con la popularidad de este partido, y por otro lado, entregaron los bienes nacionales al extranjero (esos que paulatinamente habían recobrado los gobiernos postrevolucionarios) ah… ¡pero eso sí!, cobrando –estos forasteros que fingen ser mexicanos– su cuantiosa comisión o entrándole de socios, hecho que les permite tener en la actualidad grandes negocios en el exterior, aviones privados, “pisitos” y residencias en Nueva York, Miami, Los Ángeles, Madrid, París y Londres, y criar a sus hijos como oriundos de esos países, educándolos en los mejores colegios o universidades locales, despreciando a nuestro país, al cual despojaron y le deben todo lo que tienen. Por todo lo anterior, ellos creen formar la “realeza” mexicana, aunque la población del país los califica más bien como la bazofia de México.
Pero antes de concluir su periodo gubernamental, Carlos Salinas de Gortari, en junio de 1994, logra que México fuera aceptado como socio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), sucesor del GATT, ese club de países ricos al cual Carlos aspiraba dirigir formalmente, después de salir de la presidencia y con el ingreso a esta organización se abría paso para ello. Con ello, nuestro tecnocrático gobierno aceptaba irresponsablemente que México no era ya un país subdesarrollado, y con ello, nuestra pobre nación perdió muchas ventajas en el trato internacional, como créditos blandos, ayuda para programas sociales y otros. Todo en aras de la ambición personal megalomaniaca del primer mandatario de aquel tiempo.
Mientras, Ernesto Zedillo Ponce de León, futuro presidente de México, continuaba su campaña electoral –con un costo para el país de varios miles de millones de dólares– prometiendo en todo México “Bienestar para la familia”, a pesar de estar al tanto de que vivíamos ya en un país sin dinero para cumplir los compromisos contraídos interna y externamente, a sabiendas de que iba a llegar al poder siendo cómplice de un gran engaño al pueblo de México. Sin embargo, al ganar Zedillo las elecciones realizadas el 21 de agosto de 1994, todo parecía muy promisorio; su elección no había sido cuestionada, la oposición reconoció su triunfo, tenía el apoyo del aparato priista y de Salinas. La economía aparentaba marchar por buen camino y la gente tenía buena imagen del nuevo mandatario electo; no obstante, poco después y antes de su toma de posesión, continuó la política “moderna” impuesta en el sexenio de Salinas.
El 28 de septiembre de 1994, José Francisco Ruiz Massieu, el nuevo líder de la bancada priista en la Cámara de Diputados –y se decía que futuro secretario de Gobernación, y luego sucesor de Zedillo– fue asesinado al igual que Colosio: fulminado por una bala que le metió un matón, pagado por los intereses sombríos que se movían en México, intentando conservar el poder. Era obvio que las esperanzas depositadas el 21 de agosto en las votaciones a favor de la paz no habían servido de nada. El clima político del país se volvió a enrarecer y se empezó a vislumbrar la realidad económica que vivía México.
Este crimen enturbiaba aún más el difícil periodo de transición sexenal entre un presidente engolosinado por el poder y un candidato electo que, con todo y la fortaleza de los votos, no tenía fuerza política genuina para articular un equipo de trabajo propio. El ambiente político olía a maximato. A diferencia del asesinato de Colosio, en este caso un modesto policía bancario capturó al asesino material (el tamaulipeco Daniel Aguilar Treviño) cuando iba huyendo del lugar donde cometió el homicidio, ya sin portar el arma utilizada, la cual se estropeó después de disparar la bala que mató a Ruiz Massieu; sin embargo, se cree que en realidad este individuo sospechó que lo iban a matar quienes lo estaban esperando para “facilitarle la huida”, situación que provocó que se entregara dócilmente al vigilante del banco. No obstante, su captura no sirvió de nada para esclarecer el delito, a pesar de que por sus delaciones se capturaron a 14 personas que afirmaron que el diputado tamaulipeco Manuel Muñoz Rocha (que hasta la fecha está desaparecido), era la cabeza de la maniobra.
Poco después del hecho, Salinas nombra a Mario Ruiz Massieu –hermano del asesinado y subprocurador de la entonces PGR– responsable de la investigación, la cual de acuerdo con lo relatado por este funcionario en su libro Yo acuso: Denuncia de un crimen político publicado a principios de 1995, estuvo muy obstaculizado por diversos funcionarios de alto nivel, y sobre todo por los dirigentes del PRI en ese momento: Ignacio Pichardo Pagaza y la nombrada Mujer del Año, por Salinas: María de los Ángeles Moreno, una de las políticas que –junto con Beatriz Paredes– nunca ocultó su lesbianismo activo en su entorno. De hecho, Mario Ruiz Massieu después de relatar en su texto todos los avatares que sufrió en su investigación, finaliza afirmando en su libro que a su hermano José Francisco lo mandaron matar priistas de alto nivel, por razones fundamentalmente políticas.
La situación se tornó sumamente intolerable para el PRI-gobierno, pues Mario hacía declaraciones públicas cada vez más comprometedoras; por ejemplo Ortiz Pinchetti –quien fue uno de los primeros concejeros ciudadanos del IFE– en su texto: Reflexiones privadas, testimonios públicos, ya mencionado en líneas anteriores, refiere en un párrafo lo siguiente: “Mario Ruiz Massieu, invitó a cinco de los seis consejeros ciudadanos a almorzar con él en un comedor privado de la Subprocuraduría. Aquella sobremesa fue atroz; Mario describió las tupidas redes que entretejían las relaciones entre narcotraficantes y políticos. Nos explicó que había una relación virtualmente demoniaca entre mandos del Ejército, la policía, los agentes de la Procuraduría y muchas gentes dentro del PRI. Nos dio nombres, pelos y señales. No nos pidió reserva alguna, por lo que entendimos que estaba propiciando que estas revelaciones se extendieran a la opinión pública. En la mesa estábamos Miguel Ángel Granados Chapa, José Wondenberg, Santiago Creel y yo, que escribíamos regularmente en los periódicos. Miguel Ángel palideció de sorpresa; los demás estábamos asombrados, helados. Mario nos describió como estaban vinculados varios gobernadores con los más importantes capos del país”.
Finalmente, la situación llegó a tal grado que Mario se dio cuenta de que no podría aclarar nada oficialmente, ni enfrentarse con el diabólico (así lo llamó él) sistema imperante y renunció. Posteriormente quiso trasladarse a España –vía Estados Unidos– donde fue aprehendido con el pretexto de que llevaba en las bolsas de su ropa, más de 40 mil dólares no declarados. Después, las autoridades mexicanas lo acusaron de enriquecimiento ilícito y vínculos con el narcotráfico; lo demás es historia bien conocida. Dicen que Mario se suicidó con barbitúricos, pero existe otra versión de que esta persona –de la cual nunca se vio el cadáver cuando dicen que murió– vive en realidad en una ciudad norteamericana, con otra personalidad como testigo protegido del FBI, debido a que Mario Ruiz Massieu conocía en forma detallada la red de narcotráfico que penetraba en las más importantes ciudades norteamericanas.
Dentro de lo declarado por Mario Ruiz a las autoridades norteamericanas –antes de morir o simplemente desaparecer– éste aseguró que en la conspiración para matar a Colosio se había cambiado al verdadero asesino por otra persona, con lo cual aumentó en nuestro país, el hedor putrefacto que ya tenía nuestro sistema de gobierno, pero que obviamente, no sirvió para aclarar nada al respecto.

*Ex presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC.
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