EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Partido Revolucionario Institucional. Su historia.

Fernando Lasso Echeverría

Mayo 28, 2019

 

(Cuarta parte)

 

El anterior artículo, concluyó con el fin del sexenio de López Mateos (58-64), el cual tuvo un saldo político satisfactorio; a través de su administración y manejo personal de gobierno, este presidente logró la subordinación total del sistema; su oratoria revolucionaria –vigente aún- coincidía con lo que hizo; el ejército continuaba con una probada lealtad al gobierno instituido; los obreros y los campesinos, se encontraban bien alineados con las políticas obreras y agrarias de la administración lopezmateísta, y existía un partido político oficial y hegemónico –el PRI– al cual se había afiliado la inmensa mayoría de la población adulta del país; entre ellos, numerosos empresarios e intelectuales distinguidos, que sabían que sólo perteneciendo a este partido, podrían tener acceso al poder o servirse de él. Los presidentes municipales, los diputados, los senadores y los gobernadores, estaban muy satisfechos con la metodología de su partido –tolerada por la población– para alcanzar los cargos que ocupaban en el andamiaje gubernamental, y arriba del “carro de la Revolución”, retozaban felices haciendo planes para mejorar su posición.
El empresariado nacional estaba plenamente reconciliado con el gobierno; la Iglesia, se encontraba tranquila y sin querellas de ningún tipo con el Estado; la prensa más importante del país estaba al servicio del gobierno, que sabía corresponder el buen trato que se le daba. El país entero gozaba de un ambiente político tranquilo, sin conflictos ni dentro ni fuera de la familia revolucionaria; la economía crecía sólidamente al 8 por ciento; en el exterior se hablaba del “milagro mexicano”, pues nuestra nación era en ese momento, un país envidiado por muchas naciones del hemisferio americano, que continuaban con severos problemas políticos y sociales en su medio que perturbaban la paz en ellos. México era pues, el País de las Maravillas, en el cual sólo faltaba Alicia. En ese entorno, siendo el general y licenciado Alfonso Corona del Rosal el dirigente nacional del PRI, se decidió la sucesión presidencial a favor del secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, quien había iniciado su carrera política en Puebla su estado natal, bajo la sombra del avilacamachismo, específicamente como colaborador del cacique poblano Maximino Ávila Camacho, gobernador de esa entidad a finales de la década de los 30s.
En la III Convención Nacional del PRI realizada en la sede del Partido –a principios de noviembre de 1963 y a la cual acudieron delegados de todo el país– se confirmó la decisión del Consejo Nacional, y se oficializó la candidatura priista de don Gustavo Díaz Ordaz, “por haber demostrado durante su gestión como secretario de Gobernación: inteligencia política, capacidad en el trabajo y patriotismo en el cumplimiento del deber” –dijo Corona del Rosal– y que por eso, “la mayoría de los Comités del Partido y las Centrales habían manifestado su decisión de apoyar al –hasta ese momento– titular de Gobernación. Sin embargo, semanas antes del destape, durante el juego del “tapadismo” que ya formaba parte del sistema político mexicano, el presidente López Mateos logró engañar a numerosos gobernadores de la nación y funcionarios de todos los niveles, quienes se “fueron con la finta” y se inclinaron públicamente por Donato Miranda Fonseca el secretario de la Presidencia…y así les fue; al igual que su candidato: la inmensa mayoría de ellos se fueron al ostracismo político total cuando menos durante seis años, sexenio en el cual, hacían lo indecible por volver al ámbito del poder en el siguiente cambio, pero obviamente dentro de las filas del PRI pues no había otras opciones. Este capítulo del proceso de la sucesión presidencial era toda una lotería, pues en él, se caían o se reafirmaban muchas candidaturas a cargos de “elección popular” y en los estados de la federación, cambiaba con frecuencia el panorama geopolítico de la entidad, al desaparecer algunos grupos políticos que se habían equivocado de candidato, y formarse otros que habían coincidido con el elegido.
Como era costumbre –o regla no escrita– la selección del candidato había sido decisión del presidente saliente, y la cúpula del partido ya había recibido “línea” para oficializar el nombramiento, mecanismo antidemocrático que el priismo nunca aceptó públicamente, tal como lo leemos en el texto de Miguel Osorio Marbán –distinguido priista de cepa– titulado El Poder (1989) y en el cual este afirma sin pudor alguno en el capítulo correspondiente, que el elegido era Díaz Ordaz porque “el Partido y sus organizaciones habían pulsado que la mayoría de la población priista se inclinaba por él”. El 17 de noviembre, don Gustavo rinde su protesta y la aprovecha para advertir a los grupos políticos que lo criticaban, lo siguiente: “En México existen todas las libertades, menos una: la libertad de acabar con todas las demás libertades. Nadie tiene fueros contra México”.
La ideología personal de don Gustavo, coincidía con la corriente de ultraderecha y siempre se declaró públicamente como anticomunista recalcitrante, hecho que influyó notablemente durante todo su sexenio en sus permanentes conflictos con grupos organizados como los médicos, los estudiantes y obviamente los guerrilleros, a quienes siempre calificó –en forma general– de “gente encabezada o manipulada por cabecillas comunistoides que deseaban terminar con la paz, el orden y el desarrollo del país, acabando con el sistema político mexicano establecido”; es decir, don Gustavo medía con el mismo rasero político e ideológico a todos los grupos organizados, por disímbolos que fueran sus métodos y objetivos de lucha, pues el nuevo presidente era una persona iracunda, irritable e imperativa, que no toleraba presiones de ningún grupo para lograr sus propósitos, pues según él, eran una “falta de respeto a su investidura presidencial” y acceder a ellas, una demostración de debilidad gubernamental.
Estos defectos de carácter y personalidad del ejecutivo de entonces –inconvenientes para cualquier funcionario– fueron empeorando conforme avanzaba su sexenio, en el cual dejó una profunda huella de autoritarismo antidemocrático y represión, en un momento histórico, en el que amplios sectores del mundo estudiantil, estaba sumamente politizados por influencia de varios acontecimientos internacionales, como la revolución cubana, la guerra de Vietnam, el movimiento argelino de liberación, y la revuelta de los negros norteamericanos contra el racismo.
En 1970, al concluir el sexenio de Díaz Ordaz (quién fue al igual que los dos anteriores, un hombre honesto) nuestro país presentaba una bonanza macroeconómica, que atrajo durante el periodo mencionado, mucha inversión extranjera al país; tenía una inflación promedio de 2.6 por ciento, cifra inferior a la que presentaba Estados Unidos en ese momento; el tipo de cambio era igual al de 1954: $12.50 por dólar; los aumentos salariales se habían duplicado en comparación con los existentes 10 años antes; el ingreso per cápita del mexicano, pasó de 300 dólares a 700 en el mismo periodo; las reservas internacionales del país, que en 1958 eran de 412 millones de dólares, subieron a 820 en 1969; el Fondo Monetario Internacional, utilizaba el peso mexicano como “moneda de reserva” en sus programas de estabilización; no había desequilibrios en la balanza de pagos; el producto interno bruto, creció uniformemente en el sexenio, promediando el 7 por ciento en el periodo, cifra que representaba casi el doble del crecimiento demográfico; la deuda externa del país, era apenas de 4 mil 263 millones de dólares, “una cantidad absolutamente manejable y toda etiquetada”, decía Ortiz Mena, refiriéndose a que los objetivos para los que se habían pedido los préstamos, estaban plenamente identificados, y complementados con una información diáfana sobre su inversión. Fue un hecho, que aunque la corrupción no se desterró, los mecanismos de control presupuestal fueron más estrictos, hecho que logró su disminución o cuando menos que no continuara creciendo. Como ya se mencionó, era el “milagro mexicano” del que tanto se hablaba en el mundo, y que muchos países deseaban para su ámbito nacional. No obstante, todo esto, fue borrado por el “Tlatelolcazo” ocurrido a fines del sexenio diazordacista, y la población, sin duda alguna, recuerda más al gobierno de Díaz Ordaz por sus características represivas, antidemocráticas y autoritarias, que por sus aciertos económicos.
Los problemas que marcaron a este sexenio iniciaron sorprendentemente con el gremio médico, un segmento de la clase media mexicana prácticamente apolítica, pero muy maltratada laboralmente, pues las condiciones generales de trabajo de los médicos de la SSA y del ISSSTE eran lamentables. Todo el año de 1965, el gobierno de Díaz Ordaz estuvo atado al conflicto médico, pues este ejecutivo calificaba a esta colectividad como “grupos desordenados, de gente manipulada a distancia por “intereses obscuros” que los incitaba al caos y a faltarle el respeto a la autoridad presidencial”. Hubo algunos encuentros de los representantes del gremio con el presidente, pero en estas reuniones sus peticiones eran rechazadas de antemano y siempre salían regañados por el ejecutivo, pues este consideraba que las propuestas hechas por ellos eran injustificadas y que no tenían derecho de hacerlas como lo estaban haciendo; los llamaba “contrarrevolucionarios”, “antimexicanos”, “rojillos” manipulados por intereses ajenos a la patria, que pretendían desestabilizar el país. Díaz Ordaz, cerraba toda posibilidad de ceder a sus peticiones (que se limitaban a cinco, y tenían que ver con aumentos de sueldos y disminución de horarios de trabajo) pues hacerlo –decía el presidente– era peligroso para el sistema, ya que mañana o pasado tendría que ceder ante las presiones de cualquier otro grupo de empleados o ciudadanos, que usando las mismas prácticas o estrategias de los médicos, exigieran al régimen demandas improcedentes o imposibles de cumplir; no podía permitirlo, porque además, estaba en juego su investidura como presidente, argumento un tanto subjetivo que fue usado reiteradamente por el ejecutivo durante todo su periodo gubernamental.
El conflicto lo acabó el presidente Díaz Ordaz con injusta represión a un gremio apolítico que nunca estuvo contra el gobierno y sólo buscaba sensatas mejorías laborales; iniciaron los despidos y los arrestos sobre todo con los dirigentes, y cerca de 200 médicos de todo el país y de todas las instituciones, sufrieron esta suerte y jamás pudieron volver a trabajar en establecimientos oficiales. En su primer informe de gobierno, Díaz Ordaz defendió apasionadamente su proceder con el grupo de médicos, afirmando lo siguiente: “o nos vamos por el camino que nos señala el derecho, o aceptamos la anarquía”. Lo curioso es que las peticiones de los médicos, Díaz Ordaz las resolvió favorablemente sin mayor sacrificio para su gobierno, después de concluida la pugna, cuando –de acuerdo a su criterio– ya no había presiones o exigencias que pusieran en duda “la autoridad de su investidura presidencial”, resaltando claramente con este hecho, que el autoritarismo patológico del mandatario –totalmente inconveniente e inmoral para una persona con poder absoluto como lo era el presidente de México en esas épocas– había sido el único motivo por el cual el problema no tuvo una salida política y civilizada en su momento.
Los conflictos, pues, fueron la característica de este gobierno priista que sólo ofrecía como solución a ellos, la violencia y la represión; conflictos que dejaron profunda huella en la población del país, siendo sin duda el más importante, el movimiento estudiantil, iniciado con un hecho intrascendente, el 22 de julio de 1968, lo dejaron crecer, y concluyó con la lamentable matanza ocurrida en Tlatelolco, en circunstancias nada claras y en las cuales estuvo en juego la sucesión presidencial para el siguiente sexenio, que estaba en puerta. Numerosos analistas políticos, afirman que el secretario de Gobernación en ese momento: Luis Echeverría Álvarez, había usado el movimiento para afectar al regente de la Ciudad de México, Alfonso Corona del Rosal, el otro gran precandidato a la presidencia en ese momento… su peligroso oponente político, que podía arrebatarle la tan ansiada candidatura; existen muchas evidencias, de que en el evento de Tlatelolco, hubo grupos anónimos gubernamentales, que desde uno de los edificios iniciaron la balacera en contra del Ejército, cuyo oficial al mando llevaba la orden de no disparar contra la multitud, pero al ser agredidos y herido su comandante, el Ejército empezó a responder el ataque, y la muchedumbre quedó en medio del fuego cruzado que se estaba llevando a cabo, hecho que provocó un número de muertos cuya cifra nunca se conoció a ciencia cierta, pues al igual que ahora hacen los grupos criminales, desaparecieron muchos cadáveres…. y en realidad, los estudiantes nunca pretendieron “quebrar al sistema”…sólo pugnaban por una menor represión oficial, respeto a los ámbitos universitarios, mejor educación y mayor libertad…nada más.
Los estudiantes, organizados en un Comité Central llamado Consejo Nacional de Huelga, que estaba formado por cerca 250 estudiantes que representaban a casi todas las escuelas superiores de la capital y a todas las corrientes políticas opositoras del momento, era un grupo polifacético que no podía encasillarse en una doctrina o corriente política específica, y que nunca fueron reconocidos por el inflexible ejecutivo nacional; Díaz Ordaz siempre afirmó que eran concentraciones de jóvenes “pendejos” e inexpertos, manejados por las figuras tutelares y venenosas de sus maestros “rojillos” e izquierdistas; decía que los estudiantes era sólo “carne de cañón” del comunismo internacional; afirmaba también, que los fondos económicos que sostenían las actividades del movimiento, salían de los presupuestos universitarios, de la embajada Rusa y de la Cubana; aseveraba que los Jesuitas y el PAN estaban metidos “hasta el cuello en” la agitación y –el ¡colmo!– llegó a externar también, que sabía que muchos ex funcionarios lopezmateístas resentidos, colaboraban económicamente para el sostenimiento del movimiento. Todo ello, traducía una absoluta desinformación al respecto.
Pero volviendo al tema central del artículo, en este sexenio, el dirigente nacional del PRI, Carlos Madrazo, quien había suplido a Corona del Rosal, cuando este asumió la regencia del D. F., intentó iniciar una importante democratización del PRI a nivel nacional, de lo cual hablaremos en el próximo capítulo.

* Ex presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI” A.C.