EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Partido Revolucionario Institucional. Su historia

Fernando Lasso Echeverría

Junio 25, 2019

 

(Sexta parte)

 

El anterior artículo concluyó con algunos comentarios sobre la segunda matanza estudiantil, ocurrida en la Ciudad de México el 10 de junio de 1971, y fraguada en los oscuros círculos del Echeverriato con objetivos netamente políticos: sacar de la estructura gubernamental a todos los “emisarios del pasado” que había colocado Díaz Ordaz en el gobierno encabezado por Echeverría, y uno de los principales era Alfonso Martínez Domínguez el regente de la Ciudad de México, quien había sido sustituido como presidente del PRI, por Manuel Sánchez Vite, a partir del 7 de diciembre de 1970; Sánchez Vite, fue el primero de la triada de presidentes que tuvo el PRI, durante el sexenio de Echeverría, pues luego, este fue suplido por don Jesús Reyes Heroles el 21 de febrero de 1972, quien fue el autor del Plan Básico de Gobierno 1976-1982 y finalmente, Reyes Heroles fue remplazado en la Presidencia del PRI por Porfirio Muñoz Ledo –quien venía de la Secretaría del Trabajo– el 25 de septiembre de 1975, fecha en la cual este partido, celebró su VIII Asamblea General Ordinaria, quedando Augusto Gómez Villanueva –senador y secretario de la Reforma Agraria– como secretario general. Ambos personajes, se encargaron de organizar la campaña del sucesor de Echeverría Álvarez.
Luis Echeverría fue un político rencoroso con sus oponentes, y ansioso de fundar una nueva generación política encabezada por él; para ello, era necesario deshacerse de todos los viejos políticos con lazos notables que los ligara a grupos del pasado político de México, y atraerse a docenas de jóvenes y distinguidos profesionistas –prácticamente sin experiencia política– que lo ayudaran a fundar una nueva clase política que lo representara en el medio por varios sexenios, si es que él no lograba reelegirse, como Echeverría –emulando a Miguel Alemán– lo pretendía muy discretamente; Echeverría, igual que Alemán en 1951, deseaba acabar para su provecho –y dio muestras de ello durante su sexenio– con el único principio revolucionario vigente que había: la no reelección, pues todo mundo sabía que el sufragio efectivo era inexistente.
Ante la falta de una oposición real en el México político de esa época, aquí habría que resaltar, que además del férreo control político que tenía el gobierno priista sobre la población, la no reelección, ayudó mucho al PRI a mantenerse en el pináculo del sistema político mexicano durante décadas; con algunas excepciones por ahí, cada final de periodo gubernamental pos revolucionario, ha sido desilusionante para la generalidad de la población; pero este fenómeno va acompañado de otra etapa de esperanza, del anhelo de la gente de que –ahora si– las cosas van a mejorar con el nuevo candidato y su distinto gabinete; por eso la no reelección ha sido tan importante para la nación y el sostenimiento de su sistema de gobierno; el cambio efectivo de individuos en el poder, permitió casi durante un siglo mantener vivo el apoyo popular al grupo gobernante, mediante las ilusiones creadas por las promesas del nuevo presidente, quien a más de buscar nuevos motivos de legitimidad, se compromete a darles pronta solución a los problemas heredados de la administración que lo antecedió.
Por supuesto, que también influía el hecho, de que al entrar un hombre diferente –generalmente distanciado de los grupos de poder salientes– paulatinamente cambiaban los grupos políticos en el poder en toda la República, y con ello, la expectativa de que dentro de esos nuevos grupos quedara un amigo, el compadre de toda la vida, o incluso algún familiar, situación que hacía esperar a miles de mexicanos desplazados políticamente durante el sexenio que acababa, alguna mejoría en el entrante, ya fuera en la posición que ocupaba, en la consecución de algún cargo de “elección popular” o de algún trabajo en la burocracia si se estaba desempleado, escenario que no se daría de haber habido reelección.
Pero volviendo al tema central de nuestro artículo, debemos recordar que lo vengativo del nuevo presidente se ventiló públicamente cuando el grupo de gobernadores que se habían inclinado por otros presidenciables como Martínez Manatou por ejemplo, fueron destituidos en su mayoría: Eduardo Elizondo de Nuevo León, Otoniel Miranda de Hidalgo y Rafael Moreno Valle de Puebla, cayeron de sus gubernaturas violentamente, por medio de distintos mecanismos; Caritino Maldonado de Guerrero murió en un sospechoso accidente aéreo, y Carlos Hank González, gobernador del poderoso Estado de México, fue hostilizado permanentemente por el gobierno federal, logrando sin embargo, sobrevivir a muchos recortes presupuestales y ataques que le hicieron durante su periodo gubernamental; el más sonado mediáticamente fue el multitudinario concierto de Rock en Avándaro, al cual fue gente –organizada por el gobierno federal– a realizar exprofeso agitación y escándalo que provocara la caída del gobernador Hank González, pero fueron detectados y rechazados por los miles de jóvenes asistentes genuinos al concierto al aire libre, quienes iban a lo que iban: a gozar de los grupos musicales asistentes, acompañándose con bebidas alcohólicas y porros de marihuana, pero sin intenciones políticas, pues el “ amor y paz” era el concepto de vida de los hippies que predominaban en la multitud; esto frustró la intención del gobierno federal, de hacer del festival musical un pretexto para derribar al gobierno de Hank González.
Otro hecho político que merece recordarse del sexenio echeverrista, fue la imposición de Rogelio Flores Curiel como gobernador de Nayarit, quien perdió por un número notable de votos las elecciones ante Alejandro Gascón Mercado, candidato del Partido Popular Socialista. Era la primera vez, que el partido oficial no pudo ocultar su derrota electoral en una entidad federativa, más que nada por la abundancia de sufragios a favor del candidato opositor; Porfirio Muñoz Ledo y Augusto Gómez Villanueva, presidente y secretario General del PRI, fueron los encargados de arreglar el asunto, con Jorge Cruickshank, el ambicioso y desleal dirigente del PPS, ya que la amplia derrota del partido oficial era inocultable; el arreglo consistió en ofrecerle a este dirigente político de apellido impronunciable, un escaño en el senado, representando a Oaxaca, pues el gobierno prefería un senador de oposición en la Cámara alta, que un gobernador estatal ajeno al PRI, que pudiera causar daño al sistema. Cruickshank, aceptó el trato que lo favorecía en lo personal, y sacrificó a Gascón Mercado.
Desde los inicios del gobierno de Echeverría, la situación política del país era crítica, pues la sombra del movimiento estudiantil y su trágico desenlace, oscureció la transmisión del poder y fue una presencia constante en esos años; para entonces, la sociedad mexicana empezaba a rechazar el sistema político imperante, y no eran ya solamente los universitarios los que ansiaban cambios, también en los medios sindicales y en el medio campesino se multiplicaban las señales de descontento, incluyendo ya la actividad guerrillera en el medio rural; y había razones para ello; hasta finales de la década de los 60s, los gobiernos pos revolucionarios podían hacer un recuento optimista de sus logros, pues tomaban como referencia la situación –educativa o sanitaria por ejemplo– de la población del país en 1910, hecho que los convencía del desarrollo alcanzado; sin embargo, eran muchos los saldos negativos cuya solución definitiva se volvió urgente a la luz de la Revolución cubana, que llegó al poder en los inicios de esa década y causó en México –al igual que en toda Latinoamérica– el temor de que la desigualdad, la miseria y la represión política existentes, provocaran una experiencia similar en nuestro país. Hasta entonces, México, había mantenido en la región el monopolio de la “Revolución exitosa”, y sus logros se medían –como ya se mencionó– en sus propios términos; con la aparición de la Revolución cubana, se presentaba una alternativa y un referente de comparación, que ponían en entredicho los avances mexicanos.
Ello hizo que Echeverría adoptara una política populista, que partió de la crítica y el rechazo al modelo de Desarrollo Estabilizador, que había caracterizado a las administraciones de los tres periodos presidenciales anteriores, y que cuidando excesivamente la macroeconomía del país y el control del gasto público, habían logrado un crecimiento económico sostenido del país, con estabilidad política, sí, pero prácticamente sin desarrollo social, pues por la falta de una necesaria reforma fiscal, que aumentara los recursos financieros del gobierno federal a través de los impuestos para el desarrollo y crecimiento del país –y que ningún presidente se atrevió a realizar por no enfrentar al empresariado– había necesidad de recurrir al crédito externo para cumplir con las inversiones que requería el desarrollo del país, y como estos gobierno habían sido muy cautos para aumentar la deuda externa, la obra pública hecha en ese lapso fue discreta.
Para lograr sus fines, Echeverría no vaciló en replantear por entero el esquema económico de México, entrando en lo que algunos economistas oficiales llamaron el “Desarrollo Compartido”, que de acuerdo a sus creadores, tenía el objetivo fundamental de mejorar la calidad de vida de la ciudadanía mediante la generación de más empleos, el logro de una mayor distribución del ingreso, la reducción de la dependencia del exterior para alcanzar una mayor soberanía, y la obtención de un mejor aprovechamiento de los recursos naturales; es decir, si uno se fija y compara, eran prácticamente los mismos objetivos generales de todos los gobierno pos revolucionarios anteriores, sin explicar –como siempre– cómo lo iban a lograr. Pero el megalomaniaco de Echeverría iba con todo y ¡en grande! Al año de gobierno, prometió hacer en cinco años, ¡lo que no se había hecho en cincuenta! para lo cual había que gastar obviamente mucho dinero, y entonces corrió a Hugo B. Margáin, su prudente secretario de Hacienda –que le estorbaba para ello– y elevó irreflexivamente el gasto público “hasta los cielos”, recurriendo a préstamos del exterior en forma excesiva –pues seguíamos sin reforma fiscal y se tenía la recaudación de impuestos más baja de América Latina– haciendo crecer la deuda externa en su sexenio de 8 mil a 26 mil millones de dólares; también se acudía en forma reiterativa y sin control alguno, al mecanismo de imprimir billetes: entre 1970 y 1976, el circulante creció a un ritmo anual del 18 por ciento, en comparación con tasas del 10-11 por ciento en años anteriores, el déficit fiscal se multiplicó seis veces, y el peso sufrió una devaluación que lo llevó a $26.50 por dólar, cuando durante varias décadas había conservado una paridad de $12.50 por dólar.
Este esquema llamado “de desarrollo compartido”, se fundamentaba en políticas económicas que favorecían la expansión de la participación del Estado en la actividad económica, que paradójicamente –otra vez– propiciaron un desarrollo económico, que en vez de favorecer a las mayorías, aumentó aún más la concentración de capital en pocas manos, y el deterioro de la calidad de vida, como resultado del proceso inflacionario de esos años. Por otro lado, esta expansión de la actividad económica estatal tuvo que enfrentar numerosos problemas. El primero de ellos, fue un conflicto permanente con el sector privado nacional, porque Echeverría había roto la costumbre establecida –desde el régimen alemanista– de que el gobierno consultara con los empresarios las decisiones más significativas para la economía del país, y el sector empresarial consideraba que el discurso del presidente y sus políticas económicas, generaban divisiones y conflictos sociales y propiciaban la anarquía; por otro lado, el empresariado nacional se sentía ahogado entre las corporaciones multinacionales y el Estado mexicano y acabó formando el Consejo Coordinador Empresarial en 1975, con la finalidad de enfrentar organizadamente lo que consideraban abusos del gobierno. De las empresas locales, únicamente las más fuertes podían sobrevivir y el gobierno tuvo que comprar muchas de las más endebles, a tal grado, que en transcurso de esta administración el número de empresas estatales aumentó de una manera exorbitante: de 86 en el inicio a 740 al final del sexenio.
Finalmente, el balance económico de este sexenio fue muy negativo, ¡y cómo no! Si las políticas económicas nacionales eran dictadas por un dictatorial abogado burócrata desde Los Pinos; el legado de Echeverría fue una economía en recesión, con inflación y alto desempleo y una deuda externa triplicada; por otro lado, el último año de Echeverría fue muy agitado; transcurrió con muchas intranquilidades sociales, provocadas por numerosos rumores achacados al Consejo Coordinador Empresarial; el principal fue, el que el Presidente tenía intenciones de reelegirse, y que esta situación amenazante para el país, estaba estimulando –en las fuerzas armadas– un proyecto para dar un golpe de Estado, con el secuestro previo del presidente; no obstante, fue indudable que el Ejército seguía siendo leal al gobierno constituido, pues este organismo continuaba gozando de grandes tratos privilegiados de parte del sistema. Otro rumor que causó gran zozobra entre la población, fue aquel que aseguraba que se congelarían las cuentas bancarias y se nacionalizaría la banca, hecho que incitó a los cuentahabientes a volcarse sobre las sucursales bancarias para sacar y “salvar” su dinero, causando grandes movimientos inusitados en las instituciones bancarias, que trataban de evitar el caos.
El Presidente, para responder a la ofensiva empresarial, a menos de dos semanas de concluir su gobierno, decretó la expropiación de más de 100 mil hectáreas de riego muy productivas en los valles del Yaqui y del Mayo en el sur de Sonora, las cuales fueron convertidas en ejidos y distribuidas aceleradamente entre los campesinos, hecho que ahondó la crisis, y la convirtió en una de las más graves que ha enfrentado un gobierno desde el cardenismo. La respuesta a esta medida, fue una fuga multimillonaria de capitales que deterioró aún más la economía del país. Por otro lado, al final de su sexenio, la sumisión del gobierno mexicano a los organismos financieros internacionales –manejados por las grandes potencias– era mayor que nunca.

* Ex presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI” A.C.