EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Partido Revolucionario Institucional. Su historia

Fernando Lasso Echeverría

Agosto 06, 2019

 

(Novena parte)

En el artículo anterior comentamos que al asumir el poder José López Portillo, el 1 de diciembre de 1976, el presidente y el secretario general del PRI que llevaron a cabo la campaña presidencial, fueron nombrados –a petición del presidente saliente Luis Echeverría– secretario de Educación y jefe de la bancada del PRI en la Cámara de Diputados respectivamente, que al igual que la de senadores, estaba plena de legisladores echeverristas.
Por otro lado Echeverría no perdió la oportunidad de seguir controlando al partido oficial, y suplió a estas dos figuras con gente de su absoluta confianza quienes le eran leales por formar parte de su equipo político. Así, Carlos Sansores Pérez y Juan Sabines Gutiérrez, asumieron estas responsabilidades, quedando el partido bajo el control del presidente saliente, con la indiferencia del nuevo titular del Ejecutivo, López Portillo, quien tenía tanto que aprender para atender sus responsabilidades que, en ese momento, realmente no pretendía tener también el control político del país, y dejó hacer lo que quiso, a quien lo había situado en el privilegiado lugar que ocupaba… esa posición política que nunca había buscado, y en la cual de ningún modo se había imaginado estar jamás. López Portillo estaba tan sorprendido y tan agradecido con su antecesor que nunca se opuso a las peticiones de Echeverría, quien veía cumplidos sus deseos de seguir gobernando intentando un “maximato”.
El mundo político mexicano, se había dado cuenta de la jugada de Echeverría y cientos de sus miembros, hacían citas y filas en San Jerónimo –el domicilio de Echeverría– todos los días, buscando recomendaciones para ocupar algún cargo en la burocracia federal o en los estados de la federación, o bien alguna posición en las cámaras legislativas.
El partido oficial continuaba, pues, sin cambio alguno; dependía totalmente de la voluntad absoluta del Ejecutivo nacional, aunque en este momento de la historia política del país, insólitamente era el presidente saliente quien tenía la autoridad incondicional sobre la vasta organización política; esta jerarquía absoluta gubernamental sobre el partido oficial, se debía a que el PRI seguía siendo sostenido económicamente por el gobierno en turno, no con cuotas de sus miembros como sucedía en otros países, y por ello, era el presidente de la República en funciones, quien imponía a los candidatos en todos los niveles.
Sin embargo, como ya se mencionó, en esta sucesión y en forma irregular, era el presidente saliente el que manejaba los nombramientos y las candidaturas, aún después de haber ganado las elecciones y tomado posesión el nuevo presidente, quien –todavía– era un leal y sumiso sucesor de Echeverría, y que se vio abrumado con todas las responsabilidades adquiridas como presidente de la República.
Esto hizo –como ya se mencionó– que López Portillo cediera voluntariamente el control político del partido a su antecesor; un partido al que el nuevo presidente, no se había afiliado hasta hacía muy poco tiempo, pues al igual que su antecesor, nunca se había desempeñado en algún cargo de elección popular.
Esta situación anómala duró aproximadamente poco más de un año, pues López Portillo se vio rebasado por tantos abusos de su antecesor (comentados ampliamente en el artículo anterior), y harto de los excesos de Echeverría, la terminó con el envío del ex presidente fuera del país, como embajador de México en una nación ubicada al otro lado del planeta. Asimismo, en la IX Asamblea Nacional del PRI, ocurrida durante los días 10, 11 y 12 de agosto de 1978, López Portillo cambió al Comité Ejecutivo Nacional del PRI, y aunque dejó algunos meses más a Sansores Pérez como presidente, esta organización política era manejada por un hombre de sus confianzas: Gustavo Carvajal Moreno –su ex secretario particular–, quien había sustituido a Juan Sabines Gutiérrez en la Secretaría General; seis meses más tarde, el 8 de febrero de 1979, Gustavo Carvajal Moreno suple a Sansores Pérez en la Presidencia del PRI, pues estaba a punto de iniciarse el nuevo proceso electoral y las cámaras y muchos gobiernos estatales, debían pintarse de lopezportillistas. Fue cuando Carvajal Moreno, declaró públicamente, que todos los que fueran a San Jerónimo buscando el “beso del diablo” para lograr sus metas políticas, perderían cualquier oportunidad.
Por cierto, fue en ese año (1978), cuando el PRI cumplió 50 años de fundado si tomamos en cuenta, que fue en noviembre de 1928 cuando Plutarco Elías Calles convocó a los cerca de mil partidos existentes en la República, para formar un solo partido político, que les permitiera dejar las armas y repartirse en forma consensuada y civilizada el poder; dos meses después de la convocatoria, se fundó el Partido Nacional Revolucionario, el primer antecesor del Partido Revolucionario Institucional.
En la IX Asamblea Nacional del PRI celebrada en agosto de 1978–ya convertido al lopezportillismo– se formó la Comisión Nacional para que se organizara una serie de distintos eventos, para celebrar en todo el país la constitución del partido, con la finalidad, “de que el quincuagésimo aniversario, sirviera para que la conciencia priista se fortaleciera en toda la nación”.
Y así, a pesar de la desconfianza que provocó la candidatura de José López Portillo en el mundo político mexicano, sorpresivamente durante los dos primeros años de su sexenio, el país marchaba satisfactoriamente; sin embargo, al tercer año de esta administración, el presidente perdió totalmente la cabeza, pues la cordura y la sensatez que lo habían caracterizado se hizo humo; la confirmación de los ricos yacimientos petrolíferos, descubiertos a finales del sexenio anterior, provocaron el cambio radical en su manera de actuar, pues nuestro país empezó a ser objeto de ofertas sin límite de préstamos financieros, por todos los organismos internacionales dedicados a estos menesteres y que manejan, los capitales de las grandes potencias occidentales.
Esto fue lo que ocasionó que López Portillo en su tercer año de gobierno “perdiera el piso” de una manera terrible y total, y empezara a actuar no como un presidente republicano, sino como un emperador infalible con el poder absoluto en sus manos, lo cual le permitía hacer lo que quisiera sin que hubiera ley alguna que se lo impidiese; su razonable y prudente planteamiento inicial de crecimiento económico moderado en tres bienios, expuesto en su toma de protesta, fue lanzado al cesto de la basura y sustituido por un proyecto de crecimiento tan acelerado e imprudente, que hacía parecer moderado y sobrio lo realizado por Echeverría en el sexenio anterior.
Por otro lado, López Portillo se volvió un hombre frívolo e hiperactivo, que sin freno y en forma irreflexiva compartía sus actividades ejecutivas como presidente, con un gusto incansable por la práctica de la esgrima, el boxeo, el tenis, la gimnasia, el hipismo, y ¡el dibujo y la pintura!; el presidente se creía un gran dibujante y era común verlo en las reuniones más importantes del gabinete, bosquejando figuras en su block de notas mientras ¿escuchaba? los problemas y las probables soluciones para ellos, que sus secretarios les llevaban; se la pasaba dibujando en las juntas de trabajo: caballos, perros, gatos y otros animales, y a veces, se daba el gusto de bosquejar a alguno de los asistentes a las reuniones.
Así inició el presidente López Portillo la pérdida de la realidad sobre la situación del país y las suplió con fantasías que lo incitaron a sentirse Quetzalcóatl redivivo y una persona “fuera de serie”, capaz de llevar al unísono tres o más actividades. Comienza a creerse no el democrático presidente del modesto y quebrado país latinoamericano que su antecesor le había entregado, sino el rey en turno de un país que podía compararse ya –después de la certificación de la existencia de abundantes veneros petroleros– con las potencias mundiales. Él –decía López Portillo– llevaría a los mexicanos ¡por fin! a disfrutar de la abundancia. Así, empezó a comportarse como un emperador, sin que nadie lo frenara y sus caprichos los transformó en actos de gobierno.
El nepotismo lo llevó a niveles elevados en su ilusa y romántica corte y compartió el poder generosamente con los suyos; sus hermanas, su primo hermano, su hijo (a quien llamaba el orgullo de mi nepotismo) y hasta su amante en turno, tuvieron cabida sin reserva alguna en altos puestos de la estructura gubernamental. Su esposa –de quien desde tiempo atrás estaba separado– fingía con él (para el gran público) un matrimonio estable, y se dedicaba a gozar el poder con excesos aparatosos y tragicómicos, gastando sin recato los dineros públicos en forma descomunal e inimaginable.
Fue pues notable, la megalomanía galopante que afectó al ejecutivo del país; muy pocos se atrevieron a intentar devolverle la calma y la razón perdida o a mencionarle sus errores y los “exagerados y faltos de sensibilidad y respeto” que lo hicieron, fueron “renunciados” inmediatamente, entre ellos, estuvo Jesús Reyes Heroles el secretario de Gobernación –persona muy respetada y valorada por López Portillo, cuando el poder todavía no minaba su salud mental– quien ante los excesos y desenfrenos de López Portillo, expresó públicamente –refiriéndose al presidente– un frase crítica y lapidaria: “Poco tiene que ver, la actividad política con la mitomanía y la sobreestimación que conducen a los sueños de grandeza”.
Aquí merece mención la ocasión en la cual el mismo López Portillo, se mandó a hacer una gigantesca estatua ecuestre, muy parecida a la de Carlos IV (El Caballito) que tantos años estuvo en Bucareli y Reforma, figura, que luego Fidel Velázquez, el eterno líder de los obreros instaló en Monterrey, con el apoyo festivo de la crema y nata del empresariado nacional, con quienes –en ese tiempo– López Portillo, tenía una relación cercana y cordial.
Y así –como en tiempos de su antecesor– pero con una capacidad de crédito incomparable, el gasto público se elevó a niveles nunca vistos en administración anterior alguna; se gastaban cantidades estratosféricas de dinero –con créditos frescos y a corto plazo– en proyectos de baja o nula productividad inmediata; aumentaban en forma geométrica las plazas de la burocracia; el proyecto gubernamental para que el país cambiara de “cara” y mejorara al mismo tiempo el nivel de vida de la población, era una verdadera locura imprudente e insensata. El plan lo abarcaba todo: petroquímica, energía nuclear, ferrocarriles, expansión de la industria siderúrgica, construcción de carreteras, la mejoría de la infraestructura en el campo, el aumento en las instalaciones en salud, en educación etc. Se trataba –decía– de lograr la modernidad absoluta del país en su sexenio, pero lo cierto fue que las inversiones se realizaban apresuradamente y sin coherencia, sin orden ni concierto, pero ¡ah!…eso sí ¡faltaba más!.. sin frenos ni temores de ninguna especie, pues los mexicanos “nadábamos” en petróleo.
Por otro lado, en el cumplimiento de este chiflado e imprudente Plan Nacional de Desarrollo, no podía faltar la corrupción oficial, que en ese sexenio se incrementó tanto como el mismo dispendio público. La frase de campaña de don José: “La solución somos todos”, el pueblo la modificó en otra que decía: “La corrupción somos todos”.
Curiosamente este fenómeno de inversión cuantiosa, irregular y dispendiosa, que afectó tanto la economía del país, no fue exclusivo del sector público, pues también los grandes empresarios del país –ya de “manita sudada” con el gobierno en turno, por la reorientación de la política económica que dio el gobierno– se “contagiaron” con este optimismo económico desmedido del sector público y empezaron a gastar descomunalmente dinero conseguido en la banca extranjera, comprando “lo que les vendieran” y poniendo al frente de las compañías adquiridas, a jóvenes empresarios –la mayoría hijos de los inversionistas– sin la experiencia necesaria para ello, pero con sueldos estratosféricos, situación que finalmente las llevaron a la quiebra.
Y de pronto sucedió lo que muchos críticos le habían pronosticado a este gobierno en varios foros externando su alarma; entre ellos, destacaban el ingeniero Heberto Castillo y el escritor y analista Gabriel Zaid, quienes argumentaban con firmeza que “el país necesitaba un programa de desarrollo más humilde” y hacían notar, que el gobierno estaba despilfarrando el dinero conseguido en la banca internacional, en proyectos dispendiosos y mal planeados. ¡Cuidado! advertían ¡El petróleo no es eterno!..¡El petróleo es un recurso no renovable!..¡Cuidado! prevenían “el precio internacional del barril del petróleo va a variar, y nuestras finanzas públicas dependen de este factor”. Estos ciudadanos, que tenían en común su inteligencia, su honestidad y su capacidad profesional profetizaron claramente el desastre que se le venía encima al país, pero nadie los escuchó…y así nos fue: bajaron los precios internacionales del petróleo y llegó la tormenta financiera; los países que compraban petróleo a nuestro país dejaron de hacerlo, pues encontraban mejores precios en el mercado petrolero mundial; a pesar de ello, López Portillo se negó a bajar la cotización del petróleo mexicano, y dejaron de llegar a México los millones de dólares que habían estado entrando por la venta de millones de barriles de petróleo que México enviaba al exterior. Esto desató, en primer lugar, una tempestad política en el gabinete que provocó la destitución de Jorge Díaz Serrano, el director de Pemex, porque éste –con mayor conocimiento de la realidad y en contra de la opinión del emperador sexenal– recomendaba internamente y promovía en el mundo, sin conocimiento del gabinete económico, la disminución del costo del barril de petróleo mexicano para mantener las ventas de hidrocarburo mexicano a nivel internacional; pero el egocéntrico presidente le dio el adiós como funcionario por este motivo, a pesar de que Díaz Serrano había recibido una empresa con seis mil millones de barriles de reservas probadas y la dejó con setenta mil millones, convirtiendo con ello a México en la cuarta potencia petrolera del mundo.

* Ex presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI” A. C. [email protected]