EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Partido Revolucionario Institucional. Su historia (Quinta parte)

Fernando Lasso Echeverría

Junio 11, 2019

 

En los inicios del sexenio diazordacista (64-70), estuvo como dirigente del Partido Revolucionario Institucional el licenciado Carlos Alberto Madrazo Becerra (ex gobernador tabasqueño), quien había suplido al general y licenciado Alfonso Corona del Rosal en 1964, cuando éste fue nombrado regente de la Ciudad de México. Era común que al inicio de su gestión todos los presidentes de los comités ejecutivos del partido entrantes propusieran y ensayaran nuevas –y tibias– formas de organización interna, hablando sin excepción, de sistemas democráticos que destruirían todo tipo de burocratismo partidista, y Madrazo no fue la omisión, aunque este personaje se excedió de acuerdo al criterio de los jerarcas del sistema político mexicano. Don Carlos intentó un ensayo de democratización dentro del mismo partido, que al conocerse –como ya se mencionó– fue mal visto por los estratos cupulares gubernamentales, que siempre han predominado sobre los del PRI.
Fue una propuesta nueva y singular, que de haberse llevado a cabo en forma general, hubiese significado un cambio de gran trascendencia para la vida política del país; pretendía –mediante reformas democráticas que se harían a este partido– establecer en él, verdaderas elecciones internas de los candidatos para puestos de elección popular, tomando en cuenta la participación de las bases del partido en las propuestas formuladas. Madrazo planteaba que este mecanismo democratizador se iniciara y se ensayara, con la selección de candidatos para presidentes municipales que estaban por venir, y que en la elección participara toda la masa popular afiliada al PRI, pues afirmaba que los candidatos de este nivel eran los que más cerca estaban del pueblo a través de sus problemas diarios; es decir, las elecciones primarias se harían de “abajo hacia arriba”, y el ensayo se llevó a cabo “a regañadientes” y en forma limitada.
Miguel Osorio Marbán, ideólogo distinguido del PRI, en su obra histórica El Partido de la Revolución Mexicana” (tomo II) revela en ella lo siguiente: “Los ensayos realizados, si bien hicieron participar a miles de ciudadanos, no despertaron la conciencia de Partido, ni educaron a sus militantes y sí por el contrario, dividieron a los priistas ya que los grupos que por escaso margen perdían la posibilidad del poder, se convertían en ciudadanos organizados en contra de los ganadores”.
Lo cierto es que los gobernadores, los líderes sindicales y los caciques regionales de los estados donde se puso en práctica este método, no perdieron la oportunidad de meterse en el proceso, pues estas condiciones de selección de candidatos, ponían en riesgo su poder en sus entidades respectivas, y no sólo eso, de consolidarse esta propuesta y practicarse en todos los niveles, finalmente afectaría también el poder del presidente en turno, al acabar con el famoso dedazo que se venía practicando desde la época de Obregón en los años 20. Era pues inadmisible para el sistema político imperante, la propuesta del dirigente priista. Y así fue… este intento democratizador propuesto por Madrazo –que disminuía indudablemente el poder de decisión de la mafia política enquistada en ese partido– fracasó en forma rotunda ante el autoritarismo de Díaz Ordaz, y provocó su destitución y aislamiento político. Carlos A. Madrazo fue sustituido por el doctor Lauro Ortega, político de larga experiencia y distinguido miembro ortodoxo del Partido Revolucionario Institucional, que llevaba la encomienda de acabar con todos esos métodos, que menguaban la autoridad cupular del partido.
Ya fuera del PRI, don Carlos –seguido y espiado permanentemente por agentes de Gobernación– intentó formar un nuevo partido político nacional; sus mensajes epistolares con este propósito llegaron a miles de hogares de ciudadanos de todos los estratos sociales en toda la República, que veían con simpatía la intención de formar un nuevo partido político. Múltiples conferencias dadas en todo el país y numerosas entrevistas proporcionadas por don Carlos a medios de comunicación de todo México, convencían a grandes núcleos poblacionales de la Nación, del beneficio de formar una nueva expectativa política para bien del país; sin embargo, la vida de este líder político se vio truncada en un sospechoso avionazo que puso fin a este proyecto que iba muy bien encauzado.
En el libro titulado Sobre mis pasos, su autor, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, comenta que según versiones a las que tuvo acceso, el avionazo en que perdió la vida el ex dirigente nacional del PRI, Carlos Alberto Madrazo, fue provocado; el autor intelectual: Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, “quien era dado al uso de la violencia y el presidente se lo permitía”, afirma en su texto Cárdenas Solórzano.
A Gutiérrez Oropeza –perverso peón de la intriga palaciega– también se le culpa de planear y dirigir los maquiavélicos y aterradores hechos de Tlatelolco. Jorge Carrillo Olea, en su libro titulado México en riesgo, comenta claramente como elementos del Estado Mayor Presidencial, manejados por el teniente coronel Carlos Bermúdez Ávila, dispararon contra el Ejército y los estudiantes, desde el edificio denominado Molino del Rey, con la finalidad de provocar el zafarrancho, tal cómo se los había ordenado el general Luis Gutiérrez Oropeza, jefe de esa organización militar….Y aquí la pregunta es obligada…¿Por mandato de Díaz Ordaz? ¿Coludido Gutiérrez Oropeza solamente con Echeverría?, o ¿con conocimiento de ambos personajes? La terrible e inhumana maniobra, fue provocada–afirman muchos analistas políticos– para eliminar a don Alfonso Corona del Rosal como candidato priista a la Presidencia de la República del siguiente periodo, lo cual, de ser cierto, señalaba al secretario de Gobernación como autor intelectual de la maniobra, sin embargo, Díaz Ordaz asumió toda la responsabilidad del hecho en su último informe de gobierno, quizá, para no “quemar” a su futuro candidato, y que éste llegara con facilidad al máximo cargo político del país.
Durante la gestión de don Lauro Ortega como ejecutivo del PRI, que duró poco más de dos años (noviembre de 1965 a febrero de 1968) hubo elecciones en mil 213 municipios, de los cuales el partido oficial sólo perdió el 0.82 por ciento de las cabeceras municipales, y se ganaron las elecciones federales para diputados en todos y cada uno de los distritos electorales, aún (para Ripley) en donde el partido no tuvo candidato (IX Distrito del DF), y en el cual el suplente de PRI superó al propietario del PAN, con 16 mil votos. Sin duda alguna, el partido oficial era toda una “aplanadora” en esa época. Don Lauro, fue suplido en el partido por el diazordacista Alfonso Martínez Domínguez.
El destape de don Luis Echeverría Álvarez se produjo el 22 de octubre de 1969. Ese día, en la oficina presidencial de Los Pinos, el presidente saliente: don Gustavo Díaz Ordaz, guardando en forma estricta las formas del sistema político mexicano, anunció a los miembros del Comité del PRI lo siguiente: “el líder de nuestro partido, don Alfonso Martínez Domínguez, (quien había suplido al doctor Lauro Ortega en febrero de 1968) después de haber celebrado una auscultación muy completa como a ustedes les consta –aseveró temerariamente don Gustavo– ha llegado a la conclusión de que el candidato que reúne las mejores condiciones y por el que se inclina la mayoría del país es Luis Echeverría. Como miembro distinguido del partido he sido comisionado para comunicárselos. Lo hago con mucho gusto y entiendo que ustedes han llegado a esa misma conclusión. Los felicito por su decisión y cuento con su colaboración”. De esta manera, el nombramiento se había anticipado una vez más al partido oficial, pero no al presidente en turno. Echeverría se convertía en el séptimo candidato presidencial al hilo en ser designado por su antecesor, usando al partido oficial como parapeto, sin mayores incidentes, controversias o contratiempos.
No obstante, desde el inicio de la campaña empezaron las desavenencias entre el candidato y el presidente saliente, pues bruscamente desaparece el camaleónico Echeverría que conoció don Gustavo: el funcionario que se convertía en quien su superior demandaba, evitando conflictos y ganándose el afecto y el respeto de sus jefes; el subalterno callado y discreto, sumiso y condescendiente con sus superiores, incapaz de contradecir una orden y apto para tolerar cualquier humillación, si esta venía de algún jefe… pero ese personaje, ya no existía; Echeverría había dedicado toda su vida, sus esfuerzos y sacrificios personales dentro de la burocracia (nunca ocupó un cargo de elección popular) a conseguir la Presidencia de la República costara lo que costara, y al lograr la candidatura, y con ello de hecho la Presidencia, afloró su verdadera personalidad antes de tiempo y fuera de lugar, dejando de fingir modos que nunca fueron los suyos, y permitiendo ver en todo su esplendor su forma real de ser y de actuar: exageradamente autocrático y verborreico; un hombre que de ahí en adelante, nunca dejó de hablar en forma exagerada y protagónica, favoreciendo el monólogo sobre el diálogo; manejando permanentemente el “yo yo” de una manera grandilocuente y ególatra, a grado tal, que cuando hablaba parecía más bien que –como lo decía Cosío Villegas– estaba adoctrinando o predicando a sus interlocutores. Por estas razones y muchas más inherentes a la verdadera personalidad de don Luis, el presidente saliente chocó de inmediato con el candidato, y empezó a reconocer ante sus íntimos, que nunca había conocido verdaderamente a su ex colaborador.
Esta situación fue empeorando la relación cada vez más. En uno de los primeros actos de campaña, en la Universidad Nicolaita del Estado de Michoacán, el candidato Echeverría acepta rendir un minuto de silencio por los caídos en Tlatelolco, a cambio de que también se incluyera en él a los soldados muertos en el mismo lugar. Este evento molestó tanto a Díaz Ordaz, al secretario de la Defensa y a los dirigentes del PRI –encabezados por Alfonso Martínez Domínguez–, que se empezó a mencionar en los corrillos políticos y entre algunos articulistas de la prensa la posibilidad de que hubiese un cambio de candidato en plena campaña en marcha. Este hecho extraordinario nunca se hizo oficial porque don Gustavo se abstuvo de ello, ante la posibilidad de una crisis mayor, pero es indudable que a partir de entonces se abrió una profunda brecha entre él y el candidato. Díaz Ordaz, nunca dejó de repetir –hasta su muerte– que haber nombrado a Echeverría candidato para sucederlo, fue la mayor “pendejada” que cometió en su vida. Por su parte, Echeverría ha declarado públicamente, que sabe perfectamente que a Díaz Ordaz nunca le gustó su campaña ni su administración; que el ex presidente reprobó que atrajera a muchos jóvenes para formar parte de su gobierno, y que a don Gustavo, tampoco le había agradado su lema de campaña: “Arriba y Adelante”, porque denotaba un cambio.
Ya funcionando el gobierno de Luis Echeverría, vuelven a aparecer los grupos paramilitares llamados halcones, los mismos que dispararon contra el Ejército en Tlatelolco para provocar el conflicto y la matanza del 68. Eran inconfundibles: jóvenes de estatura superior a la media, con características atléticas y con corte de pelo militaroide; algunos con pistola en mano y la mayoría de ellos empuñando varas de bambú usadas en las artes marciales, causaron en esta ocasión otra masacre inmisericorde de estudiantes el 10 de junio de 1971 (jueves de corpus), que se manifestaban convocados por el Comité Coordinador de Comités de Lucha de la UNAM, el IPN, las normales, la Escuela de Chapingo, la Universidad Ibero Americana y el Frente Sindical Independiente, que enarbolaban las banderas contra la reforma educativa de Echeverría, a favor de la democratización de la educación; que exigían la paridad en el Consejo Universitario de la UNAM, la democracia sindical y la libertad de los presos políticos. Se habló de más de 100 muertos, otro tanto de heridos y cerca de 200 detenidos.
Esta manifestación plenamente legal y pacífica fue atacada en forma planeada con el visto bueno de la policía y el apoyo logístico de diversos transportes, que les proporcionaban a los halcones: pistolas y armas largas.
Fue una jugada política inhumana del presidente de la República en turno (pues costó muchas vidas de jóvenes manifestantes) con la finalidad de sacar del andamiaje gubernamental a un político de peso: el regente de la Ciudad de México, don Alfonso Martínez Domínguez, quien además de ser amigo personal del ex presidente Díaz Ordaz, como presidente del partido oficial no había simpatizado con la candidatura presidencial de Echeverría y por esto, don Alfonso y otros personajes de la época, eran calificados como indeseables “emisarios del pasado” en el panorama político creado en el país por Echeverría.
Todo ello, finalmente, reveló la personalidad perversa de don Luis, a quien no le contrarió exponer a la violencia y a la muerte a miles de estudiantes y maestros que se manifestaban, con tal de exhibir su fuerza y lograr el pretexto para librarse del viejo político que lo disgustaba con su presencia en el gabinete, y confirmó que él era quien manejaba –a través del Estado Mayor Presidencial– a estos grupos paramilitares que también habían actuado en el octubre del 68.
Echeverría siempre negó haber tenido alguna responsabilidad como secretario de Gobernación en los hechos del 68; afirmaba que él no había sabido nada con antelación, y que el ejecutivo nacional es el comandante supremo de las fuerzas armadas, y por lo tanto, el único capaz de movilizar al Ejército, que en esa época era Díaz Ordaz. Sin embargo, esta acertada aseveración no lo elimina como sospechoso de haber sido el culpable directo de la tragedia, pues no fue el Ejército el que inició la matanza, sino los halcones, los grupos paramilitares que llevaban un guante blanco en la mano izquierda para identificarse entre ellos, los que atacaron en forma anónima y organizada a las fuerzas armadas para provocar su respuesta –pues los militares llevaban la orden de no disparar– y por ello estos individuos de origen clandestino son los culpables directos de la tragedia estudiantil.
Por otro lado, ya como presidente de la República, se repite la historia mencionada del 10 de junio de ese año, y ocurre otra masacre de estudiantes, provocada por los mismos grupos paramilitares, y entonces el presidente Echeverría, la persona más informada de todo lo que sucedía –o iba a suceder en forma programada– en el México de esa época, se vuelve a decir inocente del hecho e invirtiendo a su conveniencia la situación, dice que él –ahora como jefe supremo de las fuerzas armadas– tampoco sabía nada del enfrentamiento y culpó a subordinados suyos que “lo sorprendieron”, y a quienes por ello, cesa en forma brusca y escandalosa.

* Ex presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI A. C.