EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Partido Revolucionario Institucional. Su historia

Fernando Lasso Echeverría

Abril 02, 2019

 

(Primera parte)

Recientemente el PRI celebró en forma un tanto melancólica sus 90 años de existencia como partido político; esta vieja organización política no vive actualmente sus mejores tiempos, pues en las últimas elecciones celebradas en julio del año pasado tuvo una derrota mayúscula, al perder la Presidencia de la República, varias gubernaturas y la mayoría legislativa en ambas cámaras; a pesar de ello, sus grupos cupulares afirman que su partido volverá por sus fueros y nuevamente alcanzará el pináculo del poder a mediano o largo plazo; es conveniente recordar que con altibajos –a veces muy acentuados– este partido gobernó al país durante 73 años, y 90 si sumamos los años de existencia de sus antecesores: el Partido Nacional Revolucionario fundado en 1929 por Plutarco Elías Calles, y el Partido de la Revolución Mexicana, formado por Lázaro Cárdenas en 1938. Por ello, es innegable, su importancia histórica para el país.
En 1929, Elías Calles –el Jefe Político indiscutible del país, en aquel entonces– aglutinó en el año mencionado, a cerca de 300 pequeños partidos políticos existentes en toda la República, comandados por militares que en la práctica funcionaban como jefes políticos regionales, a los que convenció, que dejaran de pelear el poder a balazos y formaran un solo partido nacional, para distribuir el mando o los cargos políticos buscados, por medio de acuerdos en el seno de “la familia revolucionaria”; así pues, el PNR, nació como partido político único en el país, a pesar que don Plutarco en su convocatoria, aclaraba que en este partido no cabrían los “reaccionarios”, e invitaba a estos a formar su propio partido; con esta acción, Elías Calles intentaba poner orden político en el país, pero sobre todo, fortalecerse políticamente él en forma personal, y mantener con mayor facilidad el poder ganado con el movimiento revolucionario. El Partido Nacional Revolucionario, fue pues un instrumento para los fines personales de don Plutarco, hasta que el presidente Cárdenas lo expulsó del país en 1936.
En 1938, en plena época cardenista y ya rotos los vínculos políticos entre don Lázaro –primer presidente sexenal– y su antecesor, el PNR fue refundado como Partido de la Revolución Mexicana (PRM), el cual funcionaría como un partido de “masas” (corporativo), que permitiera la organización política de la sociedad desde el nivel cupular, y lograr con ello, que se validaran popularmente las múltiples reformas hechas por el presidente Cárdenas, entre las que estaban: el reparto agrario, la organización de sindicatos independientes, y el crecimiento del intervencionismo estatal, cuya culminación histórica, lo fue la expropiación petrolera ocurrida en 1938. Para lograr estos objetivos, el nuevo partido político estaba mejor organizado y fortalecido con una inédita estructura sectorial, conformada por las organizaciones campesina y obrera (CNC y CTM) que el partido formado por Elías Calles, no tenía. Con ello, Cárdenas no sólo desplazó políticamente a Calles, sino que construyó un régimen político distinto, caracterizado por una relación paternalista entre el Estado y las organizaciones populares, y la implantación de una serie de reglas y valores –fundamentados en el Plan Sexenal de gobierno– que orientaban la operación política y económica del país, De hecho, Cárdenas, logró la integración política a nivel nacional de los diversos sectores sociales en el marco del PRM, e instituyó el presidencialismo absoluto, ese fenómeno que a través de los años perfeccionó el partido oficial y caracterizó a los gobiernos mexicanos del siglo XX que siguieron al de Cárdenas, y que le otorgaba al presidente en turno, el derecho –no escrito– de designar a su sucesor por medio del partido oficial.
Fueron las políticas públicas de este gobierno popular, las que lograron por fin, que los “reaccionarios” del país, formaran su partido político en 1939, llamado Partido de Acción Nacional (PAN) –cuya ideología era de extrema derecha– al frente del cual estaba Manuel Gómez Morín, un miembro del grupo de los llamados “siete sabios”, que había sido colaborador cercano del presidente Plutarco Elías Calles, una década antes. Fue respaldado por el clero y demás fuerzas conservadoras del país.
Finalmente, fue en enero de 1946, en la etapa terminal del periodo gubernamental del último presidente militar: el general Manuel Ávila Camacho, y ya con Miguel Alemán –primer presidente civil– como abanderado de PRM para sustituir a don Manuel, cuando se concibió llamar al partido oficial: Partido Revolucionario Institucional (PRI); por lo anterior, muchos autores afirman, que en contra de lo estipulado oficialmente, el PRI sólo tiene 73 años de presencia efectiva en el medio político de nuestro país, argumentando que si bien es cierto que los tres partidos tenían en común haber sido instrumentos del Estado posrevolucionario, en cada caso, variaron no sólo sus siglas, sino también su programa y con él, su estructura, sus políticas, sus metas y objetivos, y las acciones para lograrlos.
En el contexto de la supremacía norteamericana de la pos guerra, Alemán gobernó con políticas adversas a las políticas populares cardenistas, logrando muchos objetivos contra revolucionarios previstos para ello, como la conversión del sindicalismo nacional en organizaciones sumisas y controladas por líderes “gobiernistas”; la aceptación de contratos de Pemex con la iniciativa privada, y el aplazamiento del reparto agrario, con la imposición legal de los certificados de inafectabilidad para favorecer a los grandes terratenientes, acción que se acompañaba de una iniciativa de ley (reforma de la fracción XIV del artículo 27) que estipulaba la procedencia del amparo en materia agraria; obviamente, el reparto agrario durante el sexenio alemanista fue sumamente raquítico.
Desde el punto de vista internacional, el gobierno mexicano, asume un papel claramente anticomunista, en la “guerra fría” que se iniciaba entre los países occidentales encabezados por Estados Unidos de Norteamérica, y los orientales conducidos por la URSS.
Por otro lado con la nueva denominación –que se acompañaba de nuevo programa sexenal, con políticas, objetivos, y estrategias diferentes a los anteriores–, Alemán no sólo tenía el claro objetivo de disminuir el radicalismo revolucionario cardenista con la finalidad de acentuar el acercamiento con nuestros vecinos del Norte, sino el de ligar íntimamente a esta organización política, con las instituciones gubernamentales; hacer prácticamente indivisible al partido político del gobierno, y mandar claramente este mensaje público: si te agrada la política y pretendes llegar a algún cargo público, debes pertenecer a este partido político y adoptar su ideología; es decir, el primer requisito para intentar ser funcionario público de cualquier nivel, lo era pertenecer al PRI, independientemente de la capacitación política o preparación profesional del aspirante.
Esta situación duró décadas, durante las cuales el PRI logró un ingreso mayoritario formal de ciudadanos a sus filas y un predominio político absoluto con presunciones demócratas, pues guardaba las formas, llevando a cabo elecciones en cada cambio de gobierno local o nacional, que si bien eran de dudosa legalidad, esto era aceptado por todos, y por otro lado, respetaban en forma absoluta, el principio revolucionario de la no reelección, lo cual fue probablemente –en gran parte– el secreto de su éxito, pues en cada cambio político sexenal, los grupos segregados durante el gobierno en turno –mezclados con nueva gente– volvían al juego político con la esperanza de recuperar lo que habían perdido seis años antes. Estos políticos desplazados por el sistema temporalmente –generalmente por equivocarse con la identidad de quien iba a ser candidato– guardaban sus anhelos y esperanzas políticas durante todo el sexenio, con la seguridad alentadora, de que en la “próxima” ya no se iban a equivocar y volverían a recuperar sus cargos, y con ellos, sus ingresos económicos y su poder perdido.
Había pues –ante la falta de una reelección que provocaba necesariamente cambios completos de equipo sexenal–, una circulación permanente de élites, que evitaba pensamientos de rebelión, ideas de “tumbar” al gobierno establecido, de dar un golpe de estado para asumir el poder, o simplemente cambiarse de partido, porque no había necesidad de hacerlo para volver o llegar por primera vez al engranaje gubernamental en cualquier nivel, ya que los desplazamientos políticos-administrativos sólo duraban un corto tiempo, y generalmente los ex presidentes y su gente de mayor confianza, terminaban en el ostracismo político, facilitando el retorno de muchos de los excluidos del poder seis años antes, o bien, de llegar por vez primera a este medio tan ambicionado.
De hecho así sucedía en todo el medio político mexicano; desde la nueva presidencia, había un “efecto dominó” en todos los ámbitos y niveles políticos del país. Cada seis años, había pues una lucha política frontal, pero no entre partidos, sino entre grupos priistas que anhelaban que “su” candidato fuera el elegido, más que nada por su cercanía con él, hecho que les garantizaba a los gobernadores en funciones –por ejemplo– permanecer en el poder, o al priista en general, ingresar y participar activamente en cualquier nivel gubernamental, si ganaba el candidato al cual estaban ligados. Fue una fórmula que les dio resultados positivos, durante muchas décadas, y permitió la sobrevivencia del sistema en calma, con algunas breves excepciones, pues la oposición era caricaturesca y minúscula, y estaba representada por el conservador y clerical Partido de Acción Nacional, y por una izquierda de mentiritas –en ese entonces encabezada por Lombardo Toledano– fomentada por el mismo gobierno; si llegaba a aparecer, un líder de izquierda reacio a “vender” su acción opositora y estaba dando problemas al gobierno, simplemente era acusado de “Disolución social” –un delito que se interpretaba a la conveniencia del gobierno en turno– y apresado el tiempo necesario para ablandarlo o desaparecerlo.
Vargas Llosa, el escritor peruano premio Nobel de Literatura, llamó años después a este sistema político como la “dictablanda” mexicana; sin embargo, merece mención que este régimen, a través de los años, demostró que era en realidad una inamovible y fuerte estructura, que cuando fue necesario, exhibió la dureza conveniente para mantenerse en el poder, sin deterioro alguno. En América Latina, muchos países, veían con envidia esta estabilidad política del México de la primera mitad del siglo XX, que había sido alcanzada, por medio de un partido político que parecía cumplir con los ideales de la mayoría de los mexicanos, con algo que parecía democrático sin serlo en realidad. Así mismo, en este periodo, la nueva manipulación del nombre del monolítico partido político oficial, por supuesto tampoco se limitó al cambio de denominación; hubo también, ajustes importantes en su estructura: por ejemplo, se suprimió el sector militar del partido –que ya estorbaba con sus ambiciones políticas, que llegaban hasta la aspiración presidencial– y se creó una nueva confederación llamada Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP), que junto a la Confederación de Campesinos (CNC) y la Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM), formaron de ahí en adelante, los tres pilares fundamentales en los cuales se apoyaba el partido; a esta nueva confederación deberían pertenecer los militares, sin embargo, la gran mayoría de ellos, no estuvo de acuerdo con la desaparición de su central política que los distinguía en el partido, se negaban a integrarse a la nueva confederación y protestaron durante todo el sexenio alemanista, quien para calmarlos, los “capoteó” en forma selecta con jubilaciones, “exilios” en embajadas, ceses o cargos públicos durante todo su periodo, hasta que el “Zorro” de Ruiz Cortines –el siguiente presidente priista– les sugirió a los militares inconformes y protestantes, que formaran un nuevo partido, con el cual tendrían asegurada su cuota de poder, siempre y cuando apoyaran siempre al candidato presidencial del PRI en sus campañas; de esta manera, su aceptación para formar este partido que se llamó Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, les revelaba a los militares que ninguno de ellos podría llegar a la presidencia por su condición militar, pero les aseguraba diputaciones, senadurías, secretarías y una que otra gubernatura sexenalmente, con lo cual se arregló satisfactoriamente el conflicto.
Por otro lado, hubo muchos que reprobaron la denominación de la nueva confederación, pues afirmaban razonablemente que no había organizaciones más populares en el país, que la de los campesinos y los trabajadores, que ya tenían sus propias asociaciones, pero la decisión presidencial imperó sobre cualquiera otra y así se quedó el nombre de la nueva confederación, en la cual cabían todos los habitantes masculinos de México en edad de votar, que no fueran campesinos o trabajadores fabriles, como los maestros, los burócratas, el personal de salud y otros profesionistas, los manejadores de transporte público, los comerciantes o empresarios de todo calibre, etc… Era todo un coctel desordenado, que siempre funcionó sin la personalidad bien definida, que caracterizaba a las confederaciones de trabajadores del campo y a la de los obreros.
No obstante, esta confederación creada con el alemanismo, fue fortalecida dentro del PRI, por indicaciones del ejecutivo nacional, a la par que debilitaban a las facciones campesinas y cetemistas; Alemán, opinaba que la CNOP era el factor estabilizador de la política mexicana, porque ni el sector campesino, ni el obrero podían dirigir al país “por falta de conciencia política”; de esta manera se encumbra a la burocracia estatal (FSTSE) y a la CNOP en general, en medio de un proyecto nacional en el que el Estado colabora con la burguesía nacional, postulando un desarrollo capitalista. El resultado de este ajuste de sectores, se observó en las siguientes elecciones para puestos de elección popular.
En 1949, las delegaciones del PRI ante el Congreso, se dividieron en un 42.2 por ciento para el sector campesino, un 16.3 por ciento para el sector obrero y un 4l. 5 por ciento para el sector popular; tres años después, los sectores tuvieron las siguientes cifras; CNC, 22.4 por ciento, CTM, el 21.7 por ciento y la CNOP, el 59.9% por ciento.

* Ex Presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI A.C.