Fernando Lasso Echeverría
Mayo 15, 2018
Recientemente, el órgano mensual de información histórica Así somos, dependiente del Departamento de Extensión Educativa de la Secretaría de Educación de nuestro estado, y fundado y dirigido por el distinguido escritor Juan Sánchez Andraca, presentó en su último Periódico/Cartel a manera de homenaje a la ciudadanía chilpancingueña de principios del siglo pasado, el tema sobre la heroica defensa que éstos hicieron de su hogar y la integridad física y moral de su familia, hace exactamente un siglo: el 2 de mayo de 1918. El presidente municipal de Chilpancingo en ese tiempo era don Francisco D. Celis, de quien aún persisten descendientes en esta ciudad capital, quien promovió la decisión de defenderse y no rendir la plaza a las fuerzas militares zapatistas/mariscalistas, que amenazaban la seguridad y los patrimonios de las familias de la ciudad a su cargo. ¿Pero en qué contexto político general había sucedido esto? ¿Cuál fue la importancia de este hecho, en aquel entonces? Habría que hacer un recuento del caótico movimiento revolucionario en Guerrero para entenderlo.
La ciudad capital de Guerrero había sido atacada y ocupada innumerables veces en el transcurso de la Revolución por diferentes grupos, y la población civil generalmente intentaba sobrevivir al movimiento armado pasivamente, tomando medidas personales para proteger a su familia y su patrimonio, como fingirse simpatizante de las fuerzas que habían ocupado la ciudad y aquellos con mejor posición social, proporcionando alimento o alojamiento a miembros del “Estado Mayor” del grupo invasor; en otras ocasiones, al sentirse amenazados por el grupo ocupante, procuraban no salir de sus casas y ocultaban a sus hijas adolescentes y pertenencias valiosas en escondites preparados, o bien huían en el momento que creían oportuno tratando de salvar su vida y lo que podían, pero nunca nadie había tomado la temeraria determinación de enfrentar con armas a los grupos invasores. Esta era la situación a la que se enfrentó reiterativamente la población de Chilpancingo durante todo el tiempo que duró el movimiento revolucionario, hasta que llegó el liderazgo del presidente municipal Francisco D. Celis, quien se atrevió en la fecha mencionada, a defender los intereses de la sufrida población civil chilpancingueña con las armas, organizándola para su defensa.
Desde la caída del presidente Madero, que provocó la remoción del gobernador maderista J. Inocente Lugo, la población de la pequeña ciudad capital sufría graves represiones con cada cambio de gobernante, sobre todo aquellos identificados como simpatizantes de enemigos del gobernante en turno; actos represivos que variaban desde encarcelamientos hasta pérdida de la vida y despojos de sus bienes; secuestros de jovencitas con fines sexuales o de jóvenes varones para incorporarlos obligadamente a las tropas; por ello, quizá la manera más inteligente de actuar si no podían huir, era no tomar partido o bien ocultar sus preferencias políticas.
En 1913 –ya asesinado Madero– Guerrero tuvo dos gobernadores huertistas: Manuel Zozaya y el acapulqueño Juan A. Poloney, quienes durante ese año estuvieron luchando contra los revolucionarios constituidos en ese momento por figueroistas y zapatistas que luchaban hombro con hombro contra el gobierno de Huerta; es entonces cuando los Figueroa –intentando salvar la vida de su hermano Ambrosio, preso en Iguala– salen del estado y las fuerzas defensoras de los intereses revolucionarios en Guerrero quedaron a cargo principalmente de tres líderes: los zapatistas Jesús H. Salgado y Encarnación Díaz y el carrancista Julián Blanco, quienes durante los últimos nueve meses de la cruzada contra Huerta en Guerrero, fueron la columna vertebral del movimiento; con excepción de la Costa Grande –en donde Silvestre G. Mariscal permanecía como un firme reducto de Huerta– todo el estado estaba infiltrado por el zapatismo que amagaba continuamente a los federales, debilitando al huertismo por todas partes
El mes de julio de 1914 marcó el triunfo de la Revolución Constitucionalista en toda la República, no obstante, se inicia entonces entre los triunfadores una división –que ya se vislumbraba– entre los moderados carrancistas y los radicales zapatistas, representados por Julián Blanco los primeros y por Jesús H. Salgado los segundos, más la facción mariscalista, que sobrevivió en Acapulco y la Costa Grande al hundimiento del huertismo en la República, y había obligado al veleta político de Mariscal a cambiar hábilmente de “chaqueta” y ponerse la de carrancista.
En ese momento, el general de filiación zapatista Jesús H. Salgado, asume el poder como gobernador provisional del estado, y desde Chilpancingo comisionó a Julián Blanco para ocupar Acapulco y combatir al huertista Mariscal; sin embargo, en forma poco clara, pero explicable por el camaleonismo político de éste, don Venustiano Carranza lo protege, y ordena a Blanco que deje de acosarlo, dizque porque el militar de la Costa Grande guerrerense se había sumado ya al constitucionalismo; sin embargo, el ambicioso Mariscal –que deseaba el poder total– continuó creando problemas al gobierno estatal con sus fuerzas armadas, y en forma artera, captura y asesina a los jefes de la Costa Grande que lo habían suplido, puestos por Julián Blanco: Tomás Gómez y Manuel Villegas; por otro lado, el hecho de asumir Julián Blanco el mando del carrancismo en Guerrero, lo obliga a enfrentar a Salgado, y sus tropas combatieron a los zapatistas, jefaturados – además de Salgado–por Heliodoro Castillo de Tlacotepec y Chón Díaz, originario de Mayanalan.
El tiempo de Salgado como gobernador fue corto, pues duró del 28 de marzo de 1914 al 24 de diciembre del mismo año, fecha en la cual es derrocado por el carrancismo encabezado por Julián Blanco, y por ello poco pudo hacer éste como gobernante. Los triunfos de Blanco sobre los zapatistas logran que el presidente Carranza lo designe como gobernador del Estado, supliendo a Jesús H. Salgado; su periodo de gobierno duró poco más de siete meses: del 26 de diciembre de 1914, al 6 de agosto de 1915, fecha en la cual fue fusilado junto con su hijo en el interior del Fuerte de San Diego, por fuerzas mariscalistas que lo capturaron en ese lugar, tras sufrir un asedio de varios días que lo obligaron a rendirse, por falta de agua y alimentos; poco antes, Blanco había sido atacado en forma sorpresiva por los mariscalistas en Acapulco, y se había guarecido en esta instalación militar tratando de salvarse, pero no lo logró.
Don Julián había trasladado la sede de los poderes a Acapulco el 3 de junio de 1915, precisamente porque en Chilpancingo existía gran inestabilidad para el gobierno, por las constantes invasiones y ataques de enemigos del gobierno en turno, hecho que impedía la tranquilidad necesaria para que el gobierno llevara a cabo acciones en favor de la población del estado, y obviamente la población civil era víctima inocente de estos repetidos asaltos. En ocasiones hubo situaciones extremas, como cuando Blanco en febrero de 1915, tuvo que cambiar la sede de los poderes a Dos Caminos y la inerme población civil chilpancingueña tuvo que irse a refugiar al puerto de Acapulco, huyendo de los atacantes zapatistas, al mando de Heliodoro Castillo. Eran pues para la población de Chilpancingo, una verdadera calamidad, las entradas y salidas de tropas enfrentadas que angustiaban y exponían a muchos peligros a sus miembros.
Menos de un mes después, contraataca don Julián Blanco para recuperar Chilpancingo, llevando de apoyo a los generales Tomás Toscano Arenal, Canuto J. Neri y Andrés Carreto entre otros y logra desalojar a los zapatistas en pocas horas, dispersándolos hacia el norte del estado, pero tuvo que abandonar en seguida la capital por la absoluta carestía de víveres para las tropas. Posteriormente hubo una serie de tomas y desocupaciones de Chilpancingo por parte de grupos enemigos del gobierno establecido, que causaron una gran inestabilidad que obligó a don Julián Blanco, trasladar los poderes al puerto de Acapulco el 3 de junio de 1915, donde permanecieron hasta el 26 de noviembre de 1917, aunque él fue asesinado por órdenes del cruel y sanguinario Mariscal en agosto de 1915.
Mariscal –cuyo nombre real era el de Silvestre Dionisio González– había sido el principal escollo para el gobierno de Julián Blanco; este individuo continuó en contacto con don Venustiano –quien jamás visitó Guerrero, y nunca tuvo un panorama social y político real del Estado– y en sus entrevistas, intrigaba permanentemente a don Julián, a tal grado que convence al presidente –refugiado en ese momento en Veracruz, huyendo de Villa y de Zapata– para que lo designara jefe de Operaciones Militares en Guerrero, nombramiento que fue frustrado por el mismo gobernador Blanco, quien acudió muy indignado también personalmente a Veracruz en busca de una entrevista con Carranza, lo cual consiguió; sin embargo, Mariscal finalmente logró acabar con don Julián Blanco, asesinando al gobernante que convenía a Guerrero en ese momento, pues era un hombre popular, conciliador y moderado, y con objetivos sociales; sin el radicalismo de Salgado, pero sin tanto conservadurismo como los Figueroa Mata. Lamentablemente, fue víctima de este ambicioso personaje.
A la muerte de Julián Blanco, el teniente coronel Simón Díaz Estrada, un militar indígena originario de Coahuila (paisano pues, de don Venustiano), fue designado gobernador provisional del estado por una junta de militares y civiles notables, encabezada por el general Silvestre G. Mariscal, comandante militar del estado, quien o seguía instrucciones del presidente, o bien, pagaba de esta manera el servicio que este individuo le había hecho como comandante militar del puerto de Acapulco, al no defender –como era su obligación– al gobernador Julián Blanco, ante el ataque de las fuerzas mariscalistas; por otro lado, Mariscal –con un incondicional en la gubernatura, que le cubría las espaldas en todos los aspectos– se dedicó libremente a combatir a los zapatistas que continuaban con gran parte del estado en su poder; pero Mariscal nunca logró acabar con los partidarios de Zapata; éstos fueron debilitados por fuerzas federales al mando de los generales carrancistas Héctor F. López y Joaquín Amaro, quienes entraron a Guerrero desde Michoacán y llegaron hasta Iguala exitosamente, acabando con los reductos salgadistas existentes en toda la Tierra Caliente y el norte del estado.
Muchos grupos zapatistas se desintegraron y sus miembros empezaron una vida civil en sus localidades, o bien huyeron de Guerrero y se refugiaron en Morelos; Díaz Estrada ocupó el puesto del 11 de agosto de 1915, al 7 de noviembre de 1916, fecha en la cual fue separado del cargo por Mariscal, el torvo personaje que mandaba en el estado. Un día después de que el coahuilense dejara el cargo, Silvestre Mariscal asumió el gobierno, quedando como amo y cacique de Guerrero, pues los generales López (que aspiraba a la gubernatura en contra de los intereses de Mariscal) y Amaro, los únicos militares que podían haberle hecho sombra, salieron de Guerrero por órdenes de Carranza.
El 8 de noviembre de 1916 fue nombrado por Carranza gobernador provisional del estado de Guerrero, y al quedar con un solo grupo político en el poder, la entidad entra en un periodo de sopor político y relativa tranquilidad, con Mariscal atareado en consolidar y fortalecer su posición política. En julio de 1917 se convirtió en gobernador constitucional y endureció aún más su dominio militar en Guerrero, formando “defensas sociales” en el norte para limitar la amenaza zapatista. Sin embargo, Mariscal no ocultó su ambición política, y urge a Carranza que le confiera el mando de las operaciones militares no sólo de Guerrero, sino en forma insólita ¡también de Morelos!, actitud que le gana la desconfianza y antipatía del presidente, quien empezó a ver a Mariscal como un ambicioso político-militar, quien mediante un eficaz cacicazgo, amenazaba su autoridad en el sur. (Concluye en el próximo artículo).
* Ex Presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC.