Raymundo Riva Palacio
Agosto 02, 2019
El presidente Andrés Manuel López dice que no es vengativo. Pero de que guarda un profundo rencor por lo que sucedió en la elección presidencial de 2006, no hay duda. López Obrador tiene muy bien identificados a quienes no ve como adversarios sino como enemigos, los ex presidentes Carlos Salinas y Felipe Calderón, con quienes tiene un diferendo histórico y, todo sugiere, está en proceso de ajustar cuentas. Lo transpiró ayer en su comparecencia ante la prensa cuando le preguntaron sobre Rosario Robles, y si seguía pensando que era un chivo expiatorio. “Sigo pensando lo mismo, que los responsables de la tragedia nacional son los de mero arriba, tanto del sector público como del sector privado, nada más que ya no puedo decirles como les decía antes”, dijo. O sea, “la mafia del poder”.
La pregunta sobre Robles fue fraseada de una manera extraña, donde no se inquirió directamente sobre la investigación, pero le abrió a López Obrador el contexto para regresar 12 años en la historia. “Si no se hubiese llevado a cabo el fraude del 2006, no estaría el país como está”, agregó. “Ese fraude causó muchísimos daños porque impusieron a Calderón. Nosotros hicimos un compromiso que no íbamos a desatar la persecución, no es mi fuerte la venganza, ni siquiera a los que nos hicieron mucho daño, no sólo el daño personal, no sólo porque me robaron la Presidencia, sino porque por ese fraude hundieron al país”.
López Obrador no supera la elección presidencial de 2006, que perdió ante Calderón por sólo 243 mil 934 votos. Nunca admitió el resultado y profundizó un conflicto postelectoral para solicitar, por fuera de la ley electoral, que hubiera un recuento general de votos. Calderón envió a un emisario, Florencio Salazar Adame, un expriista que se sumó a su campaña, para hablar con dos personas cercanas a López Obrador y proponerle que abrieran todas las urnas y recontaran todas las boletas, con la condición de que quien resultara perdedor, aceptaría la derrota. Como respuesta sólo hubo silencio.
López Obrador revivió ese año con toda fuerza, pero en un contexto donde están alineándose las cañoneras. Salinas es a quien responsabiliza primariamente de “imponer” a Calderón, y “robarle” la elección, tras una embestida para descarrilar su campaña presidencial al difundir escandalosos videos producidos por el empresario argentino mexicano, Carlos Ahumada, a quien el abogado Juan Collado llevó ante el ex presidente para entregárselos y fraguar el desprestigio de López Obrador.
Collado está en la cárcel enfrentando un proceso por supuestos nexos con la delincuencia organizada y operaciones con recursos de procedencia ilícita, mientras que Ahumada, de la nada, volvió a la escena pública criminal, al desempolvar la Fiscalía General una denuncia de Robles en su contra por la falsificación de documentos y la firma apócrifa de un pagaré, que había desestimado la vieja Procuraduría General de la República en 2013. Entonces, lo que tiene es al autor intelectual y material de los videos políticos donde aparecían el secretario particular de López Obrador, René Bejarano, recibiendo miles de pesos, y a su secretario de Finanzas, Gustavo Ponce, jugando en Las Vegas, así como al facilitador del encuentro con Salinas, en la picota. Los dos ex presidentes no tienen cargos en su contra, pero ya los colocó López Obrador en la línea de fuego.
Los videoescándalos son una historia de intriga. Comenzó su difusión en marzo de 2003, cuando Ahumada estaba siendo perseguido por López Obrador, que empezó a cerrarle sus empresas y cancelarle contratos en la Ciudad de México. Ahumada había financiado campañas políticas del PRD, incluida la de López Obrador para el gobierno del entonces Distrito Federal, y como pago le habían dado contratos de obra pública. Robles lo metió al partido y Ahumada amplió sus financiamientos. Bejarano no era el único. Le dio miles de pesos a Carlos Imaz, en ese entonces esposo de Claudia Sheinbaum –y les pagó una vacación en París, en el espectacular George V–, y a Horacio Duarte, que fue representante de López Obrador en el viejo INE y actualmente es subsecretario de Trabajo.
La persecución de Ahumada se originó cuando suponía el entorno del entonces jefe de Gobierno, financiaría la cuarta intentona presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, cruzándosele López Obrador. Ahumada, soberbio e ingenuo, decidió ponerse en manos de Salinas, confiado en que sus videos le impedirían llegar a la Presidencia. Lo dañaron, pero prematuramente. A Ahumada todos los desecharon por ser un lastre, pero la lucha de las élites continuó. López Obrador revivió ayer esa afrenta y describió a sus enemigos políticos.
Salinas está residiendo en Londres, Calderón en la Ciudad de México y Ahumada, que tiene órdenes de aprehensión en este país, en Buenos Aires, donde ha querido replicar lo que hizo en México, ante la preocupación del gobierno del presidente Mauricio Macri. Collado está en la cárcel, y aunque se le relaciona más con el ex presidente Enrique Peña Nieto, es el tronco del que se pueden desgajar las ramas. Es él portador de los secretos patrimoniales de toda una generación de priistas, no sólo los que se ven hoy en día, sino otros más, muy influyentes en su momento, que se cruzan a su vez con empresarios metidos en el sector minero, energético y de medios de comunicación, enemigos del presidente.
Calderón no forma parte de ese grupo, aunque López Obrador lo vincula por la elección de 2006. Es una externalidad revigorizada del rencor de López Obrador, que se reflejó de manera evidente en su tono, retórica y lenguaje de cuerpo, al enseñar que esta vieja guerra que reabrió ayer, no tiene luz al final del túnel.
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