Carlos Toledo Manzur
Marzo 04, 2016
La situación que se vive actualmente en las zonas rurales del estado de Guerrero requiere urgentemente atención por parte de las autoridades de los tres niveles de gobierno, pero principalmente requiere de la intervención emergente del gobernador Héctor Astudillo Flores, debido a que la población del campo se encuentra en condiciones críticas, resultado de diversos acontecimientos y calamidades ocurridas recientemente.
Guerrero todavía no se acaba de recuperar del duro golpe que significaron las trágicas lluvias provocadas por Ingrid y Manuel, ya hace dos años y medio; mientras que las acciones y presupuestos millonarios que se anunciaron en el famoso Plan Nuevo Guerrero fueron aplicados con mucha tardanza e ineficiencia, lo que ha hecho más tortuoso el proceso de recuperación; ahora nuevos factores negativos han golpeado a los habitantes de muchas regiones del estado y representan factores críticos adicionales a la situación de por sí complicada que el conjunto de la población mexicana padece con un horizonte nacional caracterizado por la corrupción, la ausencia de crecimiento, devaluación del peso frente al dólar, la disminución del precio del petróleo y el consiguiente recorte del presupuesto público.
A esta situación se ha venido a sumar ahora el efecto de la mala temporada de lluvias del año pasado, que fue un ciclo en el que las lluvias se presentaron muy escasas durante su temporada regular, aunque al final del año hubo precipitaciones abundantes. Sin embargo, la mayoría de los productores campesinos que siembran milpa principalmente para su auto abasto, tuvieron muy malas cosechas y ya están padeciendo una grave escasez de los granos básicos para su sobrevivencia. Es lamentable la inexistencia de un mecanismo que proteja a los productores de los siniestros agrícolas, ya que el famoso seguro catastrófico realmente no apoya a la mayoría de los productores y parece ser sólo un buen negocio de la aseguradora. Así, los campesinos guerrerenses se encuentran en una situación extrema de vulnerabilidad y desprotección; las consecuencias del mal temporal se traducen directamente en hambre para las familias campesinas.
A la mala cosecha de maíz se agrega también el desastre ocurrido a la producción de café en el estado, generado por la terrible proliferación de la roya que consiste en una afectación provocada por un hongo que ha estado presente en los huertos de café desde hace mucho tiempo, pero que ha tenido una incidencia mayúscula en este ciclo productivo.
Las consecuencias de esta proliferación de la enfermedad han sido catastróficas, ya que se estima que se ha perdido cerca del 90 por ciento de la producción, lo que ha generado un gravísimo impacto negativo sobre los ingresos de los productores cafeticultores. La producción de café, en las regiones de la Montaña, la Costa Chica y la sierra de Atoyac, ha representado históricamente un alivio para muchos campesinos que tienen en esa actividad, a pesar de las fluctuaciones del precio, una fuente de ingresos monetarios de importancia. Muchos productores usan los ingresos del café para comprar sus granos básicos y otros satisfactores. Ahora, y en los próximos meses, dado el fuerte impacto de la afectación de la roya miles de productores se encuentran amenazados también por el flagelo del hambre.
La situación alimentaria del campo guerrerense es realmente grave. Las consecuencias de no atenderla adecuadamente pueden ser mayúsculas. La violencia, ya de por sí incrementada fuertemente en estos meses, puede dispararse aún más. La gente desesperada por el hambre es capaz de muchas cosas.
Por ello se requiere de acciones inmediatas y contundentes. Lo más importante y urgente es la aplicación de un programa emergente de abasto de granos básicos a la población del campo, especialmente de las zonas más afectadas por la sequía, y de las áreas cafetaleras. Se requiere también apoyo a los cafeticultores para renovar sus huertos con variedades más resistentes a la roya y un programa de control con base biológica. Además es necesario reforzar los apoyos a las actividades productivas potenciales de las zonas más pobres, como la actividad forestal, la siembra de frutales, principalmente aguacate, el aprovechamiento de la fauna silvestre y otras actividades de gran potencial.
Muchas de las afectaciones que se padecen son consecuencia del proceso del cambio climático, por lo que seguramente se seguirán presentando y tal vez con mayor gravedad. Por ello, es necesario el diseño de acciones de adaptación entre las que la existencia de mecanismos de protección como los seguros que realmente funcionen y los fondos de contingencia serán fundamentales.