Lorenzo Meyer
Julio 12, 2021
Una forma de analizar la naturaleza de los procesos políticos es recurrir a las comparaciones y sacar conclusiones.
Cuando en México los carteles de la droga empezaron a cobrar importancia política y escapar del control que tradicionalmente ejercían sobre ellos unas autoridades que en realidad los prohijaban, se advirtió: debemos vernos en el espejo de Colombia y detener ese proceso antes de que se torne incontrolable. La advertencia cayó en saco roto y hoy tenemos al crimen organizado como uno de los grandes problemas nacionales y sin solución clara a la vista.
En la actualidad convendría volver de nuevo la mirada hacia ese país del sur, pero esta vez en su espejo busquemos no al narcotráfico sino a la protesta social. Y es que algunas de las condiciones que han llevado en los dos últimos años en Colombia a otras tantas olas de protesta y a múltiples y violentos enfrentamientos callejeros entre las fuerzas del gobierno y multitudes de jóvenes descontentos y dispuestos a la confrontación en las calles de Bogotá, Medellín, Pereira, Cartago, Buga, Tuluá, Cali, Popayán, Pasto, Bucaramanga o Barranquilla, también existen en México.
Forrest Hylton, profesor de historia en la Universidad Nacional de Colombia (Medellín) publicó en el London Review of Books (31/05/21) un ensayo –La resistencia– donde explora algunas de las causas y características de las explosiones de descontento de esta segunda ola de protesta callejera colombiana con características insurreccionales que se inició el 28 de abril como rechazo a una reforma fiscal propuesta por el gobierno de Iván Duque, un presidente que surgió del uribismo, una fuerza de derecha que encabeza el ex presidente Álvaro Uribe.
En realidad La resistencia –las movilizaciones antigobiernistas que han protagonizado choques muy violentos con la policía en las ciudades colombianas– es un estallido de descontento social profundo e incubado de tiempo atrás. El análisis del profesor Hylton pone énfasis en el papel que en este movimiento han tenido los jóvenes. Los descontentos desarmados que una y otra vez han desafiado a la represión oficial armada y violenta, son una mezcla de ninis –el término tiene allá la misma connotación que acá– con estudiantes de clase media con bases económicas muy precarias y debilitadas aún más por los efectos del Covid-19. La furia y resistencia de esos jóvenes no se explica sólo por una reforma fiscal fallida, sino por la perspectiva de un futuro sin futuro pues se le ve como una mera prolongación de un presente de por sí inaceptable.
De acuerdo con las cifras que en 2021 ofrece la Cepal, la pobreza extrema entre los colombianos pasó de 12% de la población en 2014 a 19.1% en 2020. Para México las cifras fueron 13% y 18.4% respectivamente. Sin embargo, al abordar la pobreza total, nuestro país está en una situación más problemática, pues en 2020 esa pobreza afectaba al 38.7% de los colombianos, pero al 50.6% de los mexicanos (otros cálculos arrojan cifras mucho más altas para México), (Panorama social de América Latina, 2020, [Cepal-ONU, 2021]).
En realidad, lo que hoy ocurre en Colombia ya tuvo lugar aquí en 2006 en la ciudad de Oaxaca (Diego Enrique Osorno, Oaxaca sitiada. La primera insurrección del siglo XXI [2007]). Por tanto, de lo que se trata ahora es de vernos en los espejos colombiano… y oaxaqueño y actuar en consecuencia para evitar que la contradicción entre los intereses de las clases sociales desemboque en violencia.
Desde esta perspectiva, el discurso y los programas sociales del gobierno actual que dan prioridad a los pobres y a los jóvenes debían cobrar sentido incluso para la derecha, pero ésta sigue negándose a mirarse en espejos como el colombiano, el chileno, el boliviano… o el oaxaqueño y prefiere mirar en otras direcciones.