EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

ESTRICTAMENTE PERSONAL

ESTRICTAMENTE PERSONAL

Raymundo Riva Palacio

Febrero 20, 2004

 

  El soldado de la guerra fría

 

¿Es realmente real la realidad mexicana? La pregunta surge tras la detención el miércoles por la noche de Miguel Nazar Haro, el temido y buscado ex director de la Federal de Seguridad, denunciado por torturas y desapariciones forzosas durante la guerra sucia. Nazar Haro, un hombre pequeño que luce físicamente muy frágil, fue detenido en el sur de la ciudad de México, no muy lejos de su casa, cuando iba acompañado de su esposa y su hija. ¿Cómo el mexicano que más información tiene sobre todos los actores políticos, que conoce perfectamente la mente operativa de las policías, maestro en el engaño y la desinformación, con un hijo que es uno de los mejores abogados penalistas, fue detenido tan fácilmente? ¿Cómo se dio una detención tan limpia cuando siempre llevaba una escolta de cuatro personas? Las preguntas no tienen más respuesta, por ahora, que el imaginario. Pero de cualquier forma, en el terreno de lo inmediato, su detención no es la puerta de salida, sino de entrada a uno de los episodios más oscuros y siniestros de la historia reciente de México.

Nazar Haro, como otro de sus contemporáneos, el fallecido Fernando Gutiérrez Barrios, está rodeado por una leyenda negra. Él sostiene que nunca ha matado, ni torturado. Gustavo Hirales, funcionario en la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y ex integrante del grupo armado Liga 23 de Septiembre, es uno de los que aseguran que Nazar Haro mismo lo torturó. Un ex colaborador de otra leyenda ya muerta, Javier García Paniagua, afirma haber sido testigo cuando una vez en los separos de la extinta Dirección Federal de Seguridad, vio a Nazar Haro disparar en la pierna a quemarropa a un detenido durante un interrogatorio a fin de romper su silencio. Otros lo ubican en el motín de una prisión de Mérida, cuando pidió que detuvieran a la prensa mientras su grupo, con él a la cabeza, entraba al reclusorio y a sangre y plomo acababan con la revuelta. Sobre su persona han llovido denuncias en los últimos lustros, que se han reducido actualmente a 13 quejas de tortura, que es una violación de primera generación de los derechos humanos.

El propio presidente de la CNDH, José Luis Soberanes, ha dicho que en efecto han bajado las denuncias de tortura, pero no así las quejas. En la irrealidad real mexicana esto significa que, a diferencia de lo que afirma el gobierno, no estamos en violaciones a los derechos humanos de segunda generación –como son los sociales y ecológicos–, sino que no hemos podido erradicar todavía los relacionados con las libertades individuales. El discurso oficial, entonces, mantiene la cultura de la simulación. La detención de Nazar Haro, victoria para el fiscal de la guerra sucia, Ignacio Carrillo Prieto, y del procurador general Rafael Macedo de la Concha, no debe ni puede mantenerse únicamente en esa lógica. Nazar Haro, o su jefe en aquél entonces, el capitán Luis de la Barreda, actualmente prófugo, tendrán que responder ante un juez de las imputaciones, pero al final de cuentas, son parte de los últimos eslabones, por un lado, de la cadena de mando que propició la violencia de Estado en aquellos años, y por el otro, de todo un país –con sus excepciones–, que no sólo cerró los ojos ante los abusos y excesos de los gobiernos, sino que, como en el caso específico de Nazar Haro, recibió agradecimientos y reconocimientos por haber defendido sus intereses.

Nazar Haro, no podemos olvidar, fue un soldado de primera línea durante la guerra fría. Desde sus diferentes cargos en el aparato de la seguridad del Estado Mexicano cumplió sus órdenes: trabajó del lado de la CIA para sabotear las operaciones de espionaje contra Estados Unidos que desarrollaba en México desde 1956 la KGB soviética, y controlaba a los operadores de la inteligencia cubana agrupados en el departamento G-2. El gobierno del presidente James Carter, quien tenía animadversión hacia el ex presidente José López Portillo, le reconoció sus servicios por haber descubierto una red de espionaje sobre sus avances industriales-militares en México, que se convertiría en una novela y posteriormente en la película El Halcón y el Hombre de las Nieves. La clase empresarial le envió cartas, mensajes y llamadas telefónicas por haber resuelto cerca de 90 secuestros cometidos contra personajes de su sector, cuando los tiempos de la retención revolucionaria de esas personalidades era una práctica cotidiana de las guerrillas en México.

Eran los tiempos del mundo bipolar y de la guerra de occidente contra el comunismo. México, pese a sus lances progresistas y los nexos con gobiernos revolucionarios como el cubano o con grupos armados latinoamericanos, jugó siempre del lado de Estados Unidos. La relación con los grupos radicales de izquierda en el continente fue siempre para inocular a México y evitar el internacionalismo en su territorio –lo cual lograron–, y para hacer de este país un estado amortiguador –buffer state–, que salvaguardara la seguridad nacional y territorial de los estadunidenses. La defensa de los intereses empresariales se inscribía totalmente en esa lógica, por lo cual, lejos de que ese sector y sus ramificaciones económicas levantaran una voz de alerta o de oposición a la política de terror del Estado Mexicano, la aprobaron con su silencio público y sus agradecimientos privados. Digamos las cosas con claridad: en aquellos años, todos los actores políticos, incluidos los medios, con sus muy extraordinarias excepciones, fueron cómplices de esas torturas y desapariciones forzosas.

Nazar Haro, como De la Barreda, fueron los brazos ejecutores de una política de Estado. No son los responsables finales de las violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Hay una línea de mando directa, que sube hacia el secretario de Gobernación en los tiempos por los cuales se busca a los dos ex policías, Mario Moya Palencia, y a un responsable final, que es el entonces presidente Luis Echeverría. Policías y militares participaron en la guerra sucia, y el aparato gubernamental de aquella época deberá responder por las atrocidades cometidas. La herida nunca se ha cerrado, y cualquier bálsamo que se le coloque ayudará paulatinamente a que se quede como un recuerdo que no se olvidará. Pero sería insuficiente mirar sólo en esa dirección. Hay responsables morales a los cuales también habría que pedirles cuentas y que siempre se nos olvidan. Los empresarios, los sindicatos, la Iglesia católica, los medios, que supieron y vieron lo que pasaba, que no se sentían agraviados sino aliviados, y que en el juicio de la historia quisieran pasar desapercibidos. De ellos no se espera que vayan ante el juez, pero un reconocimiento público de sus omisiones y una disculpa para los familiares de tantas víctimas sería un buen comienzo. Es tiempo que la realidad se sitúe en su espacio real.

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