Raymundo Riva Palacio
Mayo 02, 2005
* Claudicación
El presidente Vicente Fox está de plácemes. El mundo lo reconoce como un demócrata porque, finalmente, para atemperar el enrarecimiento político que venía creando su empecinamiento por el desafuero del jefe de Gobierno del Distrito Federal Andrés Manuel López Obrador, volvió a torcer la ley para satisfacer el imaginario colectivo de quienes, por esa misma razón, lo habían vituperado. Ya lo había hecho en el pasado. Vicente Fox nos ha engañado todo el tiempo con la verdad: no es demócrata, no es un hombre que entienda de leyes y, sobretodo, es un político blandengue.
La manera como resolvió el conflicto político que había creado con el desafuero sí despresurizó el clima. Bien, pero ¿cómo? A costa de todo y sin querer pagar un costo político por ello. La salida demócrata, apegada al Estado de derecho, habría sido continuar con el proceso judicial contra López Obrador por el desafuero –algo que todavía no puede descartarse–, quien al llegar ante el juez iba a mantener su libertad pues no existe pena para tal ilegalidad. López Obrador no hubiera pisado jamás la cárcel y la aplicación de la ley hubiera sentado un precedente jurídico y político en el expediente de Fox. Sin embargo, el Presidente y algunos de sus asesores no tienen esa visión de largo plazo y optaron por sacrificarla a cambio de la coyuntura. Fox no aguantó, de acuerdo con personas involucradas en el proceso del revire presidencial de las últimas semanas, la crítica de la prensa extranjera.
El punto de inflexión se dio en Roma, cuando coincidió su asistencia a las exequias de Juan Pablo II, con las afirmaciones internacionales de que se excusaba en la ley para resolver un diferendo político y eliminar a López Obrador de la boleta presidencial. “Se deprimió”, confió una persona con acceso a esa información. En Los Pinos se empezaron a manejar diversas opciones. Una fue la posibilidad del indulto, que aunque lo prohibía la Constitución para casos como el de López Obrador, el senador Diego Fernández de Cevallos encontró un resquicio legal. El vocero de prensa extranjera, Agustín Gutiérrez Canet lo dio a conocer, generando una reacción inmediata. La oficina del líder priísta Roberto Madrazo preguntó en Los Pinos y Gobernación si estaban reculando. La respuesta fue negativa y cesaron a Gutiérrez Canet. Observando la temblorina presidencial, el gobernador del estado de México Arturo Montiel le sugirió a Fox que el juez se declarara incompetente y enviara el caso a un juez federal en el estado. Fox dijo que iría para adelante, aunque las encuestas empezaban a cobrarle su cuota de popularidad.
Personaje que vive y muere por la imagen, tuvo un consejero que preocupado también por su posicionamiento, traicionaría a sus aliados: Santiago Creel, secretario de Gobernación. Después de la declaración de Gutiérrez Canet, Creel declaró que podría existir una salida política, por lo que, dijeron las fuentes, se enfrentó con el ex procurador Rafael Macedo, quien se manifestó tajantemente en contra. El choque entre los dos sería tan fuerte que días antes de que presentara su renuncia, ya no se hablaban en absoluto. Desde el PRI volvieron a preguntar si estaban dando marcha atrás, pero las garantías fueron de que no. Creel, sin embargo, empezó a operar la traición.
Según las fuentes, Creel logró que dos asambleístas del PAN pagaran la caución de López Obrador para evitar la fotografía en la cárcel y se encargó de operar con el juez Juan José Olvera. Contra la opinión de Macedo, se instruyó a la PGR a que pidiera sólo orden de presentación del jefe de Gobierno. Pese a las señales públicas del presidente de la Suprema Corte Mariano Azuela de ir contra López Obrador, Olvera la rechazó. Según una fuente, Azuela lo llamó para felicitarlo por haber actuado conforme a derecho. No sería extraño. Al promover Creel una acción legal débil, buscaba que el rechazo del juez arrinconara a la PGR, como sucedió, y que se viera forzada a proceder con la consignación penal sin espacio alguno de maniobra. Desde la víspera de la marcha comenzó a circular el rumor de la salida de Macedo, y el domingo, antes de que iniciara, se intentó convencer a Fox de anunciar la recapitulación gubernamental, que sucedería hasta el miércoles.
Fox dudó y dijo no, pero tras el multitudinario plebiscito en su contra que es en lo que se convirtió la marcha, como diría una de las fuentes, “se rajó”. Creel operó el sacrificio del procurador con el Presidente y el líder del PAN, Manuel Espino, quien amenazó con expulsión del partido a los legisladores panistas para que no hablaran en contra de la acción gubernamental. Su desobediencia reflejó también la crisis en la que metió al PAN que, como el PRI, había decidido jugarla con Fox, sabiendo el costo político que causaría. No pensaron, reconocen algunos de sus líderes ahora, que para Fox, la imagen pesara más que las instituciones y que, debajo del discurso mediático del Presidente demócrata, lo que se hubiera dado es una claudicación de la institucionalidad. Como Miguel Hidalgo en la batalla de Tres Cruces, le dio miedo y retrasó la Independencia; como Benito Juárez, cuando la ley no caminó junto con él, movió la ley. Para el consumo popular, Fox puede ser un demócrata. Para una lectura más sofisticada, es un político pusilánime que lejos de terminar su pesadilla, apenas la comenzó.