EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

ESTRICTAMENTE PERSONAL

ESTRICTAMENTE PERSONAL

Raymundo Riva Palacio

Febrero 18, 2004

 

  Cirrosis presidencial  

 

El presidente Vicente Fox vuelve a tronar contra los medios. La señora Marta de Fox –como le gusta llamarse–, alcanza niveles iracundos. ¿Cómo lo enfrentan? La señora estima que una demanda contra El Independiente puede ser su cura. El señor cree que castigar a la prensa con la publicidad oficial sería un buen camino. De repente, el gobierno del cambio huele a naftalina y hace que la memoria retroceda a los sexenios de José López Portillo y Miguel de la Madrid, cuando en aras de la seguridad del Estado amedrentaban, censuraban, reprimían, o utilizaban recursos públicos a contentillo, acto inmortalizado en la frase lópezportillista de “no pago para que me peguen”.

Pero no hay que sorprenderse, pues todo gobierno, demócrata o autócrata, parlamentario o republicano, monárquico o sultanato, liberal o conservador, busca la manera de coartar la libertad de expresión para sus fines, México no es, ni ha sido, la excepción. El ex presidente Carlos Salinas ignoró durante años la línea crítica de El Financiero, decretándole la muerte civil y excluyéndolo de la publicidad oficial. En tiempos del ex presidente Ernesto Zedillo, a quien la prensa parecía provocarle urticaria, dos emisarios amedrentaron a un editor para que no contratara a un periodista crítico, bajo el supuesto de que “era enemigo del Presidente”. La señora Fox ha sido prolífica en amenazas y solicitudes de despido de periodistas, mucho más burdas y torpes, a veces hasta grotescas, pero igualmente de eficientes –en una mayoría de casos–, cuando se trata de evitar que se sigan difundiendo informaciones que le desagradan.

El presidente Fox ha repetido que él no es como sus predecesores. Tiene razón. Es peor. El sistema de premios y castigos lo ha reducido al terreno de la anarquía donde no hay casi premios –lo cual está muy bien– y sí muchos castigos. Dice que se acabaron los tiempos de la discrecionalidad, pero han sublimado el recurso al grado en que a un diario de mediano tiraje, de acuerdo con personas muy cercanas a la señora Fox, le entregaron el mismo volumen de publicidad el año pasado que a uno de los punteros, y ligeramente arriba del otro líder en el mercado. Paradójicamente, así como la pareja presidencial desea castigar a los medios, los necesitan. Pero no hay que equivocarse en la verborrea que escurre desde Los Pinos. No se trata de una vocación democrática, puesto que no ven en los medios el espejo en el cual se reflejan los poderes, sino el Espejo de Tezcatlipoca, el espejo humeante del dios azteca del cielo nocturno, del drama y de la muerte que invocara López Portillo contra sus críticos. Se trata de una utilidad propagandística, donde el contrapeso y la caja de rendición de cuentas es inaceptable, y sólo deberían servir para la propaganda, que se encuentra bajo la máscara de ver el México desde sus ojos: todo está bien; todos estamos mejor que antes.

El Presidente y su presunta adjunta ven a los medios como vehículos de su promoción, donde el cambio es por decreto. Es falso también su discurso a favor de la libertad de prensa cuando tantas veces han tratado de conculcarla, desde las amenazas directas –“¿quieres derrocar a Vicente?”, Marta Fox ha repetido a cuando menos dos editores–, hasta las indirectas –la suspensión de publicidad a quienes “mientan” o caigan en “imprecisiones”, que es un eufemismo represivo por aportar la cara distinta al discurso oficial–, pasando por las coloquiales –“no lea para que viva bien”, Fox dixit–. Si no han podido contener las críticas es por la falta de equipo que conozca a fondo la mecánica de funcionamiento de los medios, que entienda que cuando se critica no se puede hacer en automático la suma de que obedece a que le pagan. El sofisma les ha costado caro en más de tres años de gobierno. Tampoco han podido porque cuando hay alguien que le entiende al tema, las torpezas lingüísticas y las extravagancias del binomio presidencial hacen imposible contener el alud de críticas, burlas e indignación.

La libertad de prensa en México se ha ensanchado por el jalón de la evolución política, no por diseño foxista. En este gobierno, el único avance en la materia fue la Ley de Transparencia –que beneficia no sólo a los medios sino a toda la sociedad–, que empezó con una propuesta de El Universal al que se fueron sumando otros medios, organizaciones sociales y universidades, terminando de obligar, porque no quería, al gobierno de Fox y al Presidente mismo a respaldarla. La medalla que hoy se cuelga el mandatario mexicano, es prestada. La baja publicidad en los medios impresos tampoco es su mérito. Salinas la redujo en 50 por ciento en 1992, y Zedillo, muy consecuente, profundizó el abismo. Lo que ellos no hicieron, pero sí Fox, fue el despliegue multimillonario de su propaganda para promoverse y para tratar de persuadir a la población de lo bueno de su gobierno a través del vituperio de los anteriores. No le ha funcionado, y no por la crítica en la prensa escrita –dirigida para las élites y de donde menos del 15 por ciento de los mexicanos recibe su información–, sino porque no ha cumplido con su palabra. Sus grandilocuentes promesas de campaña se han evaporado. Sus bravuconadas se han convertido en piezas de hazmerreír. Por eso la gente, que le sigue pareciendo Fox un hombre honesto y simpático, con quien seguramente se juntarían a comer y pasar un buen rato, lo reprueba, mayoritariamente, como gobernante.

El problema de Fox, por si no se ha dado cuenta, no está afuera, sino adentro de su gobierno. Se quejan en Los Pinos de la avalancha crítica. ¿Habrá considerado el presidente que el silencio de su esposa pudiera ser una buena medida para empezar a atemperar los ánimos? Se queja el Presidente de que el PRI y el PRD obstaculizan sus reformas estructurales. ¿Se habrá dado cuenta que los dos partidos hicieron su última campaña electoral oponiéndose a nuevos impuestos, por lo que, a diferencia de lo que piensa Fox, sí cumplieron con sus electores? Se queja de que nadie ve el cambio. ¿Habrá notado que, quizás, por el gran consenso político en su contra puede ser que no es México sino él quien esté mal? Difícilmente hay esa autocrítica. Fox y Fox (a) se comportan como los alcohólicos: están profundamente enfermos pero se niegan a admitirlo. Los alcohólicos que no se percatan a tiempo de que están graves, mueren de cirrosis. Algo similar le está pasando a la pareja presidencial. No ven que se les está pudriendo el hígado, irreversible e irremediablemente.

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* El autor, un reconocido periodista, es director de Operaciones del periódico El Independiente, y con esta entrega comienza sus colaboraciones en El Sur donde su columna aparecerá los lunes, miércoles y viernes.