Raymundo Riva Palacio
Enero 12, 2005
Fanfarrón
En una gira de precampaña presidencial oficiosa por Zacatecas, el secretario de Gobernación Santiago Creel se animó cuando los asistentes en un mitin le desearon suerte en sus aspiraciones para llegar a Los Pinos. Estimulado, Creel aprovechó entonces el foro para hacer una bravuconada en esa plataforma migratoria desde donde miles de mexicanos se van a Estados Unidos en forma indocumentada, al exigir al presidente George Bush que respete el compromiso que adquirió con el presidente Vicente Fox cuando lo visitó en el rancho San Cristóbal que, precisó, era concretar un nuevo programa migratorio.
Difícilmente Bush se sentirá alarmado por la exigencia de Creel, ni la Casa Blanca se verá urgida a operar una sala adjunta al Cuarto de Guerra por esa declaración. La indiferencia con la que deben haber recibido las palabras de Creel, que seguramente no buscaba los oídos de Washington sino los mexicanos en su abierta carrera hacia la Presidencia, no es lo peor. Lo peor es que el arrebato discursivo de Creel parte de una mentira: Bush no se comprometió a lo que dice el secretario de Gobernación que se comprometió.
Lo que el presidente de Estados Unidos dijo en aquella ocasión, es que reconocía la necesidad de formular un mejor marco jurídico que pudiera proteger a los mexicanos indocumentados, y que juntos, que significa Estados Unidos y México, debían cooperar para resolver el problema histórico de la migración indocumentada. Esto es que mientras en Estados Unidos exploran vías para que las leyes impidan los abusos, México tendría –demanda añeja de Washington– que crear polos de desarrollo que fueran reduciendo las tentaciones de emigrar ilegalmente a esa nación. El gobierno foxista, como los anteriores, no ha hecho nada para resolver este problema, y México continúa siendo un expulsor nato de indocumentados a Estados Unidos.
Creel le mintió a quienes lo escucharon en Zacatecas. La afirmación que hizo fue falsa y, adicionalmente, fuera de contexto. La idea de un programa migratorio no salió de la Casa Blanca, sino de Los Pinos, donde Fox fue engañado por su ex canciller Jorge Castañeda para plantear un plan migratorio sumamente ambicioso, al que llamaron una “enchilada completa”. Nunca iba Estados Unidos a entregarle ese platillo a los mexicanos, porque implicaba sentar precedentes –como amnistía para 4 millones de mexicanos indocumentados– que le complicarían las relaciones con otros países. “Si se los damos –decía en ese momento un funcionario estadunidense–, tendremos una larguísima fila de países que querrán lo mismo”. Washington ofrecía, a cambio de la enchilada, reformas limitadas que también se frustraron por los atentados terroristas de septiembre del 2001, que modificaron las prioridades políticas de Bush.
Las declaraciones de Creel, en términos políticos reales, no conducen a nada. Pero en términos de promoción personal, lo hacen ver como una persona preocupada por la suerte de millones de mexicanos indocumentados. Su actitud, empero, es falsa y aprovecha la falta de memoria histórica de los mexicanos para hacer de las suyas. En el contexto de las relaciones bilaterales, en mal momento llega la declaración peleonera. En estos días el gobierno foxista ha recibido una andanada de críticas en Estados Unidos por la Guía del Migrante, por la que lo acusan de estar proporcionando un manual que estimula la emigración indocumentada. La Secretaría de Relaciones Exteriores ha estado tratando de capear la situación, llegando a considerar inclusive la desaparición de esa guía, que aporta entre otras cosas, recomendaciones para disminuir las muertes al cruzar la frontera.
Hablar fuerte contra Estados Unidos, sobre una base falsa, no sólo muestra la disfuncionalidad del gobierno –Gobernación va por un lado y la Cancillería por el otro–, sino contamina los esfuerzos que Relaciones Exteriores está haciendo en Estados Unidos para sofocar la nueva campaña contra México. Pensando en el mediano plazo de la elección presidencial, la actitud de Creel es deplorable por el maniqueísmo que emplea para avanzar en sus propósitos.
Observar en este contexto a Creel, quien hoy es el contendiente del PAN mejor apuntalado para la nominación presidencial, es muy conveniente para el electorado que tomará la decisión en el 2006 sobre quién desean que dirija al país durante el siguiente sexenio. El conocimiento de los aspirantes a gobernar debe ser cada vez mayor, con un escrutinio más riguroso y mecanismos que eviten que actitudes como las que tuvo Creel en Zacatecas pasen inadvertidas.
El electorado debe ir conociendo a quienes aspiran a gobernar, y de esa forma generar contrapesos y sistemas donde tengan que rendir cuentas. Es cierto que cada vez más las elecciones se deciden por la forma como el o la candidata le gustan a los electores, y cada vez menos por las ideas y los programas. Pero esta tendencia universal no va sin herramientas que la acompañan. El cuestionamiento sobre la veracidad de sus dichos, sobre la congruencia de sus actos y sobre la honestidad con la que se dirigen al electorado, ayuda a desenmascarar a los fanfarrones, a los mentirosos o a los manipuladores. De la misma forma, estas pruebas de ácido contribuyen a que los políticos sean mejores políticos al tener que responder por sus actos y demostrar con sus acciones la veracidad de sus dichos. Nadie sale perdiendo en este esquema, que camina por la ruta democrática. Sólo se pierde cuando desplantes tramposos como los de Creel pasan sin ser atendidos y el electorado cae en el engaño por falta de información. Los ciudadanos deben exigir que esta información esté a su alcance, pues sólo así podrán realizar una mejor elección en el 2006 y evitar que nuevas ilusiones de futuros promisorios terminen, como hasta ahora, en grandes decepciones.