Jorge Camacho Peñaloza
Abril 01, 2016
En la escala del amor, la mujer está unos peldaños por encima del hombre. El día en que el amor domine sobre la violencia, la mujer será la reina del mundo. Flora Tristán.
Me parece prudente que el gobernador Héctor Astudillo Flores sea tajante al precisar que “escuchar a mujeres y activistas de organizaciones sociales que solicitan la declaratoria de alerta de género, solicitar información a la Fiscalía General del Estado, y al Tribunal Superior de Justicia para que den a conocer los casos de posibles feminicidios presentados en Guerrero”, y que después de analizar la información del proceso de escuchar a las organizaciones, de contar con toda la información, dará su apoyo, si así procede, para que se emita la declaratoria de alerta de género en el estado de Guerrero, ante los cuestionamientos que le formularon acerca de los últimos hechos.
Si bien la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia es vigente en el estado desde 2011, la realidad es que de poco ha servido su promulgación; recordemos que según información divulgada hace unas semanas, el Tribunal Superior de Justicia (TSJ) indicó que el año pasado en Guerrero se cometieron 41 feminicidios, cifra que coloca nuevamente de manera lamentable a Guerrero entre los primeros lugares en este rubro.
Sin embargo, resulta necesario que antes de emitir cualquier tipo de alerta, la información debe ser, coincido, analizada y comparada con la que diferentes organizaciones y órdenes de gobierno, pudiesen generar o haber generado ya.
De acuerdo con la ley, la alerta de violencia de género es el conjunto de acciones gubernamentales de emergencia derivadas de la declaratoria emitida por la autoridad competente para enfrentar y erradicar la violencia feminicida en un territorio determinado, ya sea ejercida por individuos o por la propia comunidad; acciones que deberán ser debidamente analizadas, consensuadas y dictaminadas, teniendo en cuenta que, de acuerdo a la ley, violencia contra las mujeres es cualquier acción u omisión basada en su género, que les cause daño o sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico, sexual o la muerte, tanto en el ámbito privado como en el público; en tanto que violencia feminicida es la forma extrema de violencia de género contra las mujeres, producto de la violación de sus derechos humanos, en los ámbitos público y privado, conformado por el conjunto de conductas misóginas que pueden conllevar impunidad social y del Estado, y puede culminar en homicidio y otras formas de muerte violenta contra las mujeres.
Hay energúmenos que no entienden que la violencia es el asomo de la irracionalidad y salvajismo, que está presente en el mismo acto de alzar la voz a las personas e implica como tal el deseo de eliminación física de a quien se le habla con violencia, lo cual viola el derecho de las personas al respeto a su dignidad, que es el de la vida.
Es decir, no sólo se deben considerar como parte de una alerta aquellos casos que hayan culminado en asesinatos de mujeres, sino aquellos casos que por su misma naturaleza legal pudiesen ser considerados como violencia contra las mujeres; no se debe esperar a que la alerta se emita ya que se hayan perpetrado los crímenes.
De todos es sabido que la violencia contra las mujeres inicia desde casa, de padres a hijas, de hermanos a hermanas, del varón hacia su esposa o concubina, ya fuera del núcleo familiar, desde el noviazgo con actos aparentemente “normales” o “poco dañinos”, pero que de igual manera resultan en violencia hacia las mujeres, ahora ya lo sabemos y reconocemos como tal.
La violencia hay que tener en cuenta que no sólo se manifiesta de manera física, sino psicológica, económica, patrimonial, sexual, de discriminación y de desigualdad; cualquier acto entonces de esta índole cometido hacia una mujer, debe catalogarse como violencia.
De acuerdo con la ONU, una de cada tres mujeres en el mundo ha sido víctima de la violencia en cualquiera de sus modalidades; resulta entonces menester tratar la problemática que estamos viviendo hoy en Guerrero al mismo nivel de cualquier otro crimen de semejante impacto, en función a lo que también decreta la Organización en cuanto a que “la violencia contra la mujer afecta e impide el avance en muchas áreas, incluidas la erradicación de la pobreza, la lucha contra el VIH, y la paz y la seguridad”.
Y entonces ¿como qué estamos esperando o como para qué? Si ya se nos está diciendo por dónde hay que irle dando. Sí, que se analice, que se revise, que se compare y todo lo que se tenga que hacer para tener números que seguramente de manera cruda, pero real, nos pondrán a todos la verdadera dimensión de tan atroces acontecimientos.
Pero lo más importante es que ya se actúe, porque todas esas vejaciones y crímenes no pueden, no deben, por el bien de todas y todos, quedar impunes o ser parte de nuestras oscuras e históricas cifras.
No podemos permitir un acto más de injusticia o desigualdad para nuestras mujeres: madres, abuelas, hijas, hermanas, mujeres, amigas o novias; debemos cerrar filas y hacer que esas condiciones cambien y que de ninguna manera lleguen a traducirse en violencia.
No cabe duda, la paz, la inseguridad, la desigualdad, la pobreza y la mayoría de todos nuestros males tienen su origen en el trato que les damos a ellas, hagamos que cambien las cosas en uno de los estados en los que la participación de la mujer ha sido trascendental para la historia de nuestro país.
Vuela vuela palomita y ve y dile: a todos los varones del país, y diles desde las estrellas, que no olviden que el origen y la raíz de nuestras existencias, se las debemos sin más ni más, a ellas.