EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

ESTRICTAMENTE PERSONAL

Gargantas profundas

Raymundo Riva Palacio

Octubre 20, 2006

Washington. Si hace 30 años Philip Agee, un desertor de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), mostró las miserias del poder en México al revelar que los presidentes Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría colaboraron directa e intensamente con el espionaje estadunidense, el Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad George Washington profundizó esta semana las heridas. No sólo fueron dos presidentes, sino cuando menos tres quienes lo hicieron, y no fueron pasivos ante una vasta red de espionaje en territorio mexicano sino contribuyeron ampliamente en la construcción de México como un importante aliado en la Guerra Fría.
Un nuevo paquete de documentos desclasificados sobre las operaciones de la CIA en México de 1947, año en que se funda en Estados Unidos, a 1968, dibuja el recorrido del Proyecto Litempo, la red de espionaje que se extendía desde las oficinas más altas del poder, hasta el reclutamiento de amas de casa, pasando por jefes policiacos, profesores, estudiantes, vendedores, corredores de bienes raíces, secretarias y una variedad de personajes que incluían a una corresponsal estadunidense en México a quien le encargaron la vigilancia de los exiliados guatemaltecos, y a un jugador de futbol americano de los Pumas, quien reportaba sobre actividades en la UNAM. Estos nuevos informes abrieron también la puerta de 263 páginas, una tercera parte de tres volúmenes sobre La historia secreta de la CIA en México, que se encuentra en el archivo Russ Holmes sobre el asesinato del presidente John F. Kennedy patrocinado por la Fundación Mary Ferrell, que es clave para entender los años duros de la Guerra Fría.
La historia secreta de la CIA en México está muy expurgada, lo que obliga a hacer una arqueología con otras fuentes de información para darse una idea de lo vasto y profundo de la red de espionaje, que en realidad comienza a cinco años de que nazca la CIA, cuando el FBI abrió su primera oficina en México en 1942 en el número 85 del segundo piso de un edificio en la calle de Londres, frente a donde se encontraba la embajada de Estados Unidos y la residencia de su embajador. Había entre 25 y 30 agentes, que para cuando la CIA llegó al cenit de la Guerra Fría, llegaría a tener a 400 en México, convirtiéndola en la segunda estación más grande, después de Viena, en el mundo occidental.
Por México pasaron algunas de las leyendas del espionaje estadunidense como E. Howard Hunt, quien en 1950 abrió la Oficina de Coordinación Política de la agencia en Monterrey, y que 22 años después reclutó a los cubanos que fueron descubiertos cuando espiaban en el cuartel general del Partido Demócrata en el edificio Watergate, que provocaría la renuncia del presidente Richard Nixon. También estuvo a mediados de los 60 David Atlee Philips, que se había hecho cargo del derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala, y que años después se convirtió en el jefe para América Latina de la CIA, desde donde supervisó el trabajo de Terrence Leonhardy, a quien la guerrilla secuestró y ejecutó en los 70 en Guadalajara mientras se hacía pasar por cónsul. Pero nadie tan audaz como Winston Scott, homónimo de uno de los generales que invadieron México décadas antes, quien reclutó a Díaz Ordaz, a quien le hizo onerosos regalos y convirtió en su compadre, colocó en la nómina a Echeverría –como reveló Bob Woodward en The Washington Post en la primavera de 1977–, y trabajó con Adolfo López Mateos para que prestara los aeropuertos de Cozumel y Chetumal como respaldo para la operación aérea –que nunca se aprobó– en la frustrada invasión de Bahía de Cochinos en 1961, y que le permitiera instalar otra base en el aeropuerto de Mérida para apoyar una eventual operación paramilitar en Cuba en 1963.
La historia de la CIA fue elaborada por Ann Goodpasture, que trabajó con Scott en México, y que deja entrever sólo a través del índice no mutilado de instituciones, parte de las operaciones de inteligencia. Aparecen todos los partidos de la época, con el PRI y el PAN a la cabeza, pero también figura, inclusive como una de las prioridades de la agencia a través de los años, el Partido Comunista Mexicano y varios de sus líderes prominentes, cuyos nombres fueron censurados. Un expediente desclasificado hace tiempo por el FBI llamado COINTELPRO, revelaba que habían espiado a Valentín Campa, Demetrio Vallejo y Arnoldo Martínez Verdugo, así como al Movimiento de Liberación Nacional –cuyo nombre sí se encuentra en el índice de la historia secreta de la CIA– y a varios de sus inspiradores, como Heberto Castillo y Carlos Fuentes. Se encuentra también el nombre del Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO), algunos de cuyos miembros, en particular articulistas en periódicos, colaboraron con la CIA. COINTELPRO muestra cómo plantaron propaganda en Excélsior en los 50, y el Servicio de Información de la embajada, según los archivos de la CIA, continuó con la desinformación en la prensa mexicana cuando menos en los 60 y 70.
Aunque la documentación puesta en internet por el Archivo de Seguridad Nacional desde este miércoles pone el énfasis en la mala información que proporcionó la CIA sobre los acontecimientos de 1968, el análisis cruzado con los expedientes de la Fundación Mary Ferrell aportan mayor riqueza al conocimiento de las traiciones en México. Por ejemplo, Echeverría autorizó, como secretario de Gobernación, que la CIA tomara fotografías de todos los pasajeros provenientes de Cuba y permitió una operación de espionaje telefónico, llamada Lifeat dirigida en contra de las embajadas de la Unión Soviética, Checoslovaquia y Polonia. La batalla contra la KGB y el DRU, la inteligencia militar soviética, se extendió a las universidades, en particular la UNAM y la Universidad de las Américas, donde los estadunidenses reclutaron agentes dobles soviéticos en las escuelas de lenguaje.
Los nuevos expedientes son un importante agregado a una larga historia de traiciones a México por parte de sus gobernantes. Marcan un periodo específico, pero no quedaron ahí sus actividades. Estas continuaron con el secretario de Gobernación en turno llevando generalmente la relación con el jefe de la CIA en México, aunque durante el gobierno de Carlos Salinas hubo una duplicidad de manejo al tenerla Fernando Gutiérrez Barrios, quien trabajó para ellos como doble agente, y el superasesor presidencial, José Córdoba. Con la caída del Muro de Berlín, los énfasis de inteligencia se modificaron en Estados Unidos y cayó la importancia estratégica de México. Los nuevos desafíos en terrorismo y narcotráfico han colocado la relación en otro nivel, aunque se puede presumir que traidores, entendiéndose aquellos que por convicción o dinero rinden la soberanía mexicana, deben seguir activos y muy vigentes hoy en día.

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