Raymundo Riva Palacio
Junio 08, 2005
ESTRICTAMENTE PERSONAL
De Manuel Espino, hombre franco y duro que viene del norte, decían propios y extraños que sería un presidente nacional del PAN que daría mucho que hablar. Hijo del neopanismo y con la cultura de la confrontación directa, pintaba para ser un dirigente con talento, como lo demostró al irse haciendo del liderazgo del partido y derrotar en la contienda por la presidencia al candidato de Los Pinos, prefigurando una conducción ideológica clara como producto de su formación. Sí ha dado qué hablar, pero por diferentes razones. Su imagen inicial se ha venido evaporando o, peor aún, se ha ido transformando en la de un parlanchín político dedicado a justificar las torpezas de los suyos.
Es decir, Manuel Espino habla duro, pero equivocado.
Primero echó la culpa a la prensa de haber resaltado el segmento de un discurso del presidente Vicente Fox donde afirma que la primera dama Marta Sahagún tenía “muchas faldas” por haber demandado a la periodista Olga Wornat y al semanario Proceso por difamación y calumnia. Es un asunto trivial, se quejó Espino, quien declaró a la prensa que no entendía por qué perdían los periodistas tanto tiempo en eso. Luego salió a defender al candidato del PAN a la gubernatura del Estado de México, Rubén Mendoza Ayala, señalando que el haber sido exhibido robando unos utilitarios del PRI para su propia campaña electoral, era un “incidente menor”.
Espino, el bronco del norte, está resultando un becerro sin dirección.
Su defensa de Fox, si bien institucional y leal para con el jefe de gobierno de su partido, es totalmente inconsistente. La prensa dio revuelo a la declaración presidencial por la razón fundamental de que la frase sobre la primera dama se dio como respuesta a una pregunta de agroindustriales que le reclamaban en dónde estaba el cambio que prometió y que planteó como programa de gobierno. Fox pudo haber respondido con enorme facilidad que lo más importante que ha sucedido en su gobierno es la consolidación de un Estado verdadero, con el fortalecimiento de los poderes Legislativo y Judicial a un nivel como no se veía desde la República Restaurada de Benito Juárez hace casi 150 años, o que pese a tantos cambios en la forma de hacer política el país no estaba a la deriva ni roto por la mitad, o que pese a todo el escándalo político, la economía, como en los países serios, no había resultado afectada. Pero no dijo nada de esto.
Fox refirió un ejemplo personal y emocional para responder una pregunta que demandaba una explicación de Estado. Redujo al absurdo su visión de país y la propia valoración de su gestión. De paso, mintió. Su esposa, la señora Marta, no demandó a Olga Wornat y a Proceso por difamación y calumnia. Su querella judicial es por daño moral, como consecuencia, alega, de que publicaron el documento donde la primera dama argumenta su solicitud de anulación de su primer matrimonio. En ningún momento se le difama o calumnia; simplemente se registró con precisión un documento cuya veracidad no está en juicio. La prensa dio cuenta puntual del despropósito discursivo no del ciudadano Fox, sino del Jefe del Ejecutivo, incapaz para mostrar lo que ha logrado dibujándolo como un político pequeño y de pocas luces que, como dato nada menor, confunde con impúdica ligereza la gimnasia con la magnesia.
El retrato de la justa dimensión del Presidente de México, le pareció asunto trivial al líder del PAN, cuya pequeñez política sería ratificada cuando salió en defensa de Mendoza Ayala, quien aparece en un video al frente de 50 personas robando pelotas propiedad del PRI que iban a ser entregadas a grupos de potenciales electores en una comunidad. En el mismo video, el aspirante panista a la gubernatura reconoce el hurto durante un mitin. “Ya se fregaron esos malvados”, dice con la voz farragosa. “Fui por ellas (las pelotas) porque tengo las pelotas más grandes”. La fina estampa de Mendoza Ayala y el sello de la calidad que le imprime a su campaña, contó con el inopinado apoyador de Espino.
Lo que Espino llamó “incidente menor” es un robo. El PRI mexiquense anunció que presentaría una denuncia penal en contra del aspirante panista, que Espino tildó de provocación. Mendoza Ayala no fue provocado para ir a hurtar propiedad del PRI, sino que de acuerdo con sus propias palabras, actuó con premeditación. Peor aún, el candidato del PAN a la gubernatura es un delincuente confeso, al admitir públicamente que él había robado los utilitarios. El “incidente menor”, llevado al terreno de la legalidad que tanto dice el PAN defender, le puede costar la candidatura a Mendoza Ayala porque el robo se persigue de oficio y quedaría con antecedentes penales, un impedimento legal para aspirar a un cargo de elección popular.
Para jugar con las palabras se necesita no sólo talento en el arte de la retórica sino también material para apoyarse. Espino demostró que no forma parte de esa escuela retórica que existe en el PAN y que tan buenos guerreros ha dado con el tiempo. Tampoco tenía nada concreto en qué apoyarse. Más bien apostó mal por sus defendidos y carecía de implementos para ir a la batalla. Espino, que venía arropado como un gran luchador, ha quedado como un gladiador de papel, expuesto y proyectado como un político que sí habla fuerte pero con palabras que, carentes de razón, se esparcen por el viento.