EL-SUR

Sábado 20 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿ Hacia dónde ?

Jorge Camacho Peñaloza

Noviembre 30, 2018

El hecho es que, tanto Hitler como Stalin, formularon promesas de estabilidad para ocultar su intención de crear un estado de inestabilidad permanente. Hanna Arendt.

Más que certidumbre flota en el ambiente incertidumbre respecto hacia a dónde nos quiere llevar el nuevo gobierno federal que a partir de mañana encabezará Andrés Manuel López Obrador, quien después de una perseverante, terca, determinación de ser candidato, toma protesta como presidente de la República con una votación histórica de más de la mitad de los votantes y altos grados de aceptación, pero también con una bien ganada fama de autoritario, centralista y mesiánico, lo que levanta fundadamente la sospecha de que pretende gobernar como dictador, es decir imponiendo su voluntad por encima de la ley, las instituciones y de la sociedad aunque el 70 por ciento de la población mayor de edad del país no haya votado por él en la pasada elección del primero de julio.
Las encuestadoras preveían el triunfo de López Obrador, él se mofaba ante la seguridad de su triunfo, incluso en uno de los debates llegó a decirle a sus dos principales contendientes que él no tenía la culpa de que ni juntos le podían ganar, aun así en los cuartos de guerra de los partidos, los militantes y simpatizantes y sectores de la sociedad mantenían, aunque sea débilmente, la certeza de que López Obrador no podría llegar a la Presidencia de la República. El día de la elección llegó y el resultado fue el que presagiaban las encuestas, pero no con la contundencia y amplitud con el que se dio, por lo que inmediatamente empezaron los análisis sobre el por qué fue tan avasalladora la votación a favor de Morena.
Las respuestas al triunfo de López Obrador son varias pero una de ellas, que es central, es la abdicación e irresponsabilidad de los partidos políticos hoy de oposición, el PAN, PRD, Movimiento Ciudadano y hasta del PRI. La irresponsabilidad de los dirigentes del PAN y PRD por hacerse hamponamente de las candidaturas pasando por encima de sus principios e idearios, la pagaron en las elecciones del 1 de julio. Reacios a asumir su deber como oposición involucrados con todo tipo de intereses a excepción de los que los llevaron al Congreso y al Senado, se contagiaron de un modus operandi que terminó en que la ciudadanía los descartó como alternativas a Morena.
Por su parte, el PRI no supo alertar a su gobierno federal de las amenazas a la continuidad que representaban la corrupción de varios de sus gobernadores, y en el gabinete presidencial los gasolinazos y desdeñar información de graves situaciones de riesgo con la impunidad en la colusión entre la delincuencia organizada y el poder político como fue el caso de José Luis Abarca en Iguala que derivó en la abominable historia de la desaparición y asesinato de estudiantes de Ayotzinapa.
Los intereses rapaces y egoístas de la clase política, despreocupada de la cosa pública, pocas veces se han evidenciado tan obscenamente, situación que empató perfectamente con el discurso de López Obrador contra la corrupción y la impunidad fácilmente asimilada por el votante. Las consecuencias son devastadoras para la democracia mexicana: el PRI reducido a mero testimonio; el PAN disminuido por intrigas internas en que sigue extraviado; el PRD, una anécdota en trance de desaparición. Lo sucedido en la elección presidencial se equipara a lo acontecido en estados y municipios. Morena ganó compitiendo contra nadie. Le dejaron el paso franco, le regalaron el triunfo, le obsequiaron la victoria. Devastadora experiencia porque con esa abdicación de los partidos por su corrupción y agandalle de posiciones por parte de sus dirigencias, desapareció la democracia mexicana.
Desarmados PRI, PAN y PRD, sin autoridad política y moral, interesados únicamente en repartir entre los suyos las migajas que restan en los respectivos aparatos políticos, no parece que puedan rehacerse a mediano plazo. El tamaño de los despropósitos y de las irresponsabilidades postra a un país huérfano de oposición al centralismo y al autoritarismo del gobierno que se instala mañana.
Sin necesidad de referir los oscuros de la administración peñista, lo cierto es que arroja un saldo rojo: la decadencia de los partidos encabezados por políticos codiciosos. La crisis de la clase política es una crisis moral. No es posible que los mismos que casi entierran a sus partidos los quieran reanimar. Aun cuando López Obrador no hubiera anunciado la Cuarta Transformación, ésta se habría dado de manera natural aunque seguramente no en los mismos términos.
Sin partidos, sin oposición, con un gobierno de perfil centralista, autoritario, robespierriano, vengativo (ahí está la frase elocuente del intelectual Paco Ignacio Taibo “se las metimos doblada, camarada”), iniciamos mañana una etapa nueva que apunta no hacia la cuarta transformación sino a la restauración de la República centralista al estilo del “seductor de la patria”, Antonio López de Santa Ana… López tenía que ser.
Vuela vuela palomita y ve y dile: A toda la paisanada que se vaya a persignar, no nos vaya a agarrar López Obrador sin confesar.