EL-SUR

Martes 16 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Hasta siempre, José Arturo Gallegos Nájera, Juan Manuel

Rogelio Ortega Martínez

Mayo 26, 2020

 

En estos tiempos difíciles de crueles incertidumbres y pavor generalizado por la pandemia del coronavirus, el corazón de José Arturo Gallegos Nájera, gran guerrero suriano, ha detenido su latir. Nos deja su ejemplo de revolucionario inquebrantable, su sonrisa llana y de optimismo pleno y constante; su verdad y su realismo autocrítico, colmado de sencillez y cabal honestidad, quedando como legado testimonial de su paso y militancia férrea por la guerrilla guerrerense sus dos libros épicos, en los que nos heredó su memoria escrita: 1) La guerrilla en Guerrero y; 2) A merced del enemigo.
En el primero cuenta las circunstancias que lo conducen, de manera natural, a vincularse a la guerrilla del profesor Lucio Cabañas Barrientos y, posteriormente, a la militancia con Carmelo Cortés Castro en la fundación y conducción de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR); en el segundo libro, narra los episodios aterradores de su detención, interrogatorios, tortura y vejaciones inauditas, de las que salió airoso, con vida y sin delatar a ninguno de sus compañeros y compañeras; con la frente en alto y con sus convicciones revolucionarias incólumes.
Durante los primeros minutos de su detención y plena identificación como el lugarteniente de Carmelo Cortés, los chacales del terror y la sevicia, principales testaferros de la guerra sucia: Miguel Nazar Haro, Mario Arturo Acosta Chaparro y Wilfrido Castro Contreras, les ofrecieron vivir y evitar toda clase de interrogatorios y torturas, a cambio de que les entregaran la casa de seguridad donde se encontraba Carmelo Cortés, Cuauhtémoc y su compañera Aurora de la Paz Navarro del Campo, Diana.
El día de su detención, muy temprano, se acicaló para asistir a tres citas programadas desde las 9:00 hasta las 14:00 horas. Carmelo le dijo que acortara las reuniones, que la movilización y persecución policial y militar estaban en su máxima intensidad y beligerancia, y que regresara al Refugio a más tardar a las 12:00 horas. Arturo, con cierta inconformidad, aceptó la sugerencia del líder. Cuando se despidieron, Carmelo le dijo con su acostumbrado estilo elocuente y solemne: “Maestro, si lo agarran, resista hasta el límite que me permita salir de nuestra ratonera”.
En esos días, Carmelo estaba recuperándose de una herida en la pantorrilla y el empeine del pie izquierdo por un balazo accidental que se le había escapado a Víctor Hugo Herrera Pegueros, La Cierva, al estar limpiando un M2 recortado; por cierto, el arma favorita de Carmelo.
Aurora, que recién había dado a luz a Visarión, su primer hijo, dejó de amamantar a Temito, como ella le decía a su bebé y dijo: “agur, Juan Manuel, cuídese maestro y no tarde”. Lacónica, pero con la cortesía debida, con su afectiva y hermosa sonrisa de siempre.
Cuauhtémoc se incorporó con la molestia de su herida y se despidieron con un cálido apretón de manos (Carmelo siempre saludaba con las dos manos y hacía una reverencia inclinando levemente su cuerpo esbelto hacia adelante y mirando fijamente a los ojos expresando seguridad, confianza y afecto, como lo hacían Ho Chi Minh y Chou En Lai); y luego, un fuerte abrazo, como presintiendo que ese sería el último adiós de dos entrañables camaradas, amigos y hermanos de lucha. Antes de abandonar el Refugio, Carmelo le dijo que dejara su pistola Browning 9 milímetros con sus tres cargadores de 14 cartuchos cada uno, con el argumento de que había demasiados retenes y que él no estaba fichado ni era perseguido, que podía salir bien librado de un retén, detención o casual interrogatorio con su documentación y su coartada bien diseñada. A regañadientes, y venciendo su carácter recio e impulsivo, Juan Manuel obedeció la orden de Cuauhtémoc. Conversando de este tema muchos años después, Arturo afirmaba que de haber estado armado el día de su detención, se habría enfrentado a balazos y habría muerto en combate desigual con sus captores. Reconocía que también esa circunstancia le había permitido preservar su vida, pero durante las primeras horas de tortura, afirmaba que preferiría haberse muerto desafiando a tiros a los policías. Carmelo, meses después de la detención de Arturo, contaba que Diana comenzó a limpiar el Refugio para abandonarlo al punto de las 12:00 horas, como se había establecido el acuerdo con Juan Manuel.
“Temo: (le dijo Aurora a Carmelo) tenemos que irnos, presiento que detuvieron a Juan Manuel y lo deben estar haciendo trizas para que te entregue”. Él contestó enérgico y contundente, “hay que aguantar hasta las dos de la tarde, a Juan Manuel primero lo matan antes de entregarme. Es posible que se hayan retrasado sus citas, y ya lo conoces como es de obcecado, hay que esperar y disponernos para una emergencia, si en punto de las dos no llega: nos vamos”.
No llegó Juan Manuel y se fueron. A lo lejos, media hora después, avistaron el despliegue policiaco hacia el Refugio. Juan Manuel aguantó las rudas e insoportables torturas, férreos interrogatorios y ofertas seductoras de traición y confort, hasta el último minuto, hasta su último aliento, pensando que Cuauhtémoc podría estarlo esperando al límite de las dos de la tarde.
Un día antes de su detención, Juan Manuel se había entrevistado con Jesús y Camilo para informarles de los trágicos y caóticos sucesos del último y reciente operativo militar de las FAR. Les dio las recomendaciones, orientaciones y tareas encomendadas por Carmelo, para preparar las condiciones de trasladarlo a la zona norte del estado, a Morelos y al entonces DF. Acordaron reunirse en el mismo lugar, el parque que une a la calle 13 con la 11 en la colonia Cuauhtémoc, a las 11 horas en la primera cita o a las 13 horas en la segunda, del día siguiente.
Jesús y Camilo asistieron puntualmente a la primera reunión, ambos estaban muy tensos esperando más tiempo de lo dispuesto en los manuales y en los cursos de seguridad impartidos por Carmelo. Acordaron retirarse y regresar con precisión a la segunda convocatoria. Dos horas después llegaron ambos transformados, con un cambio radical de su habitual fisonomía y vestimenta. Perfectamente afeitados y con cabello muy corto, ropa formal y lentes trasparentes como si fueran predicadores de la biblia, los dos con portafolios Samsonite compactos en los que guardaban sus instrumentos de combate y defensa. Esperaron más del tiempo reglamentario y acordaron retirarse y reunirse hasta un mes después en Cuernavaca. Juan Manuel ya había sido detenido desde las 9 de la mañana. No se rajó el compa. Resistió con singular estoicismo las más terribles torturas y cruentos interrogatorios, en especial los de Nazar Haro y Acosta Chaparro.
Ese día en la edición del periódico vespertino Diario de la Tarde, apareció la noticia de la detención de Natalia, Simón y Juan Manuel.
Arturo era, en aquellos tiempos (década de los 70) un joven de origen calentano radicado en Acapulco, proveniente de los estratos sociales de extrema pobreza. Supo ganarse la vida honestamente desde pequeño realizando trabajos diversos, hasta que se entrenó en el oficio que sería su divisa y sostén de su vida personal y familiar, convirtiéndose en un buen sastre.
Su suegro, el señor Petronilo Castro, Don Petrón, hombre de toda la confianza del profesor Lucio Cabañas Barrientos, fue el que un buen día le pidió a Arturo que recibiera en su modesta vivienda al maestro guerrillero, el luchador social más buscado y perseguido por el gobierno. Arturo aceptó con beneplácito.
El profe Lucio lo invitó a que lo visitara en la sierra de Atoyac y que se incorporara al Partido de los Pobres. Arturo muy emocionado aceptó y más tarde ya estaba en el campamento guerrillero de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento, del Partido de los Pobres. Cuenta que Lucio le propuso que aprovechando su oficio de buen sastre les tomara medidas a los guerrilleros y diseñara un modelo de uniforme. La vorágine de los acontecimientos posteriores impidieron concretar este proyecto.
Edil fue su primer seudónimo, después Saúl y cuando cayó en mano de sus captores y torturadores era Juan Manuel, el lugarteniente y hombre de todas las confianzas de Carmelo Cortés Castro, a quien conoció y refugió en su modesta morada, cuando Cuauhtémoc y Diana bajaron de la sierra expulsados temporalmente del Partido de los Pobres, también por recomendación de su suegro Don Petrón.
Cuenta Arturo, en su primer libro, una anécdota que habla de las variadas facetas de Carmelo y Aurora. Refiere qué, cuando recibió a Cuauhtémoc y a Diana, decidió junto con su esposa trasladarlos a una casa que su cónyuge cuidaba en el Fraccionamiento Brisas del Guitarrón, en Acapulco, y les ayudó a cargar dos grandes y pesadas maletas, seguramente repletas de armas y dinero pensó él. Pero para no quedarse con la duda insinuó buscando la respuesta: “Oiga, compa, estás maletas pesan como si estuvieran llenas de piedras”. Cuauhtémoc continuó caminando sin decir nada. Entonces, Diana contestó afable, atenta y cordial como era: “No son piedras maestro, simplemente traemos ahí mucha sabiduría y un poco de poder”. Cuando abrieron las maletas se quedó absorto, pero entendió de inmediato el significado de la repuesta lacónica y certera de Diana. Eran muchos libros y algunas armas cortas y largas. Las obras escogidas de Marx y Engels, los tres tomos del capital, las obras escogidas de Mao Tse-Tung, literatura marxista diversa, las obras completas de Stalin y los 62 tomos de las obras completas de Lenin, reeditadas por Cartago, editorial Argentina. Por cierto, azares del destino hicieron que esas dos últimas rarezas bibliográficas se encuentren, hasta el día de hoy, en la biblioteca particular de un profesor universitario guerrerense, a quien Carmelo entregó personalmente, “en resguardo y comodato de la revolución”. Por ahí están, bien custodiadas, con subrayados y comentarios al margen del puño y letra de Cuauhtémoc.
Hace unas semanas pregunté en el chat de compañeros y amigos que me enviaran el teléfono de Arturo, con la obsesión de entrevistarlo y motivarlo para editar su tercer libro, el de las vicisitudes y el sufrimiento de su largo confinamiento carcelario en el penal de Acapulco y en el de Santa Martha Acatitla, en la Ciudad de México.
El joven Ramsés Santiago, amigo y compañero, sobrino de Octaviano Santiago Dionicio, me proporcionó el teléfono de Arturo, pero ya no pude hablar con él.
Espero que pronto sus familiares nos permitan acceder a sus archivos para publicar sus últimos escritos e incrementar su legado y herencia revolucionaria. Servirá, en estos tiempos difíciles, como un merecido homenaje al guerrero suriano, ejemplo de firmeza, rebeldía y convicción revolucionaria.
¡Hasta siempre Juan Manuel!
Apreciado Arturo, cuando pronto nos encontremos en el Mictlán, me reservas a un lado de Carmelo y Aurora; con Genaro, Lucio y Octaviano un espacio en su conjura, conspiración y rebeldía revolucionaria, para seguir intentando tomar el cielo por asalto…