EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Hoy por Dilma, ¿mañana por quién?

Rosa Icela Ojeda Rivera

Septiembre 09, 2016

El 31 de agosto de este año, en Brasilia la capital de Brasil, se reunieron los senadores de ese país para destituir a la presidenta de esa nación, Dilma Vana da Silva Rousseff.
Dilma es la primera mujer que ha llegado a ocupar la presidencia de Brasil, fue reelegida en 2014 y debió haber durado en el cargo hasta 2018. El 31 de agosto el voto de 61 senadores, un poco más de los 54 que conforman los dos tercios que se requieren para tomar la medida, la removieron del cargo de manera definitiva, revirtiendo el efecto de 54 millones 500 mil votos que le dieron el triunfo en las urnas. Más de la mitad de los miembros del Senado que destituyó a Dilma, enfrenta acusaciones y cargos por corrupción.
Detrás de la acción consistente en remover del poder ejecutivo a Dilma, por medio de una maniobra legislativa, revestida con apenas una pincelada de legalidad, se hallan las verdaderas causas de la remoción: quitar del poder a una fuerza de izquierda, cancelando así un programa que fincó su fuerza en los movimientos sociales y el sindicalismo, que favoreció las políticas sociales, la inclusión social y logró en un corto período la reducción de las desigualdades a contrapelo del liberalismo económico más radical.
Con la remoción del cargo de Dilma Rousseff queda fuera del ejecutivo el Partido de los Trabajadores de Brasil, partido de izquierda que gobernaba ese país desde el 2003. El PT brasileño llegó al poder por el liderazgo de Ignacio Lula da Silva y por el programa de la unión de las izquierdas, que puso el acento en las políticas sociales, las cuales de manera rápida se concretaron en resultados positivos para los sectores más empobrecidos de esa nación. Lula, su partido y su programa, también llegaron al poder por el enorme descrédito de los partidos de centro y derecha brasileños.
El Partido de los Trabajadores de Brasil promovió el derecho al trabajo y la protección del asalariado en las leyes laborales, derecho a una jubilación justa, a la vivienda y a la tierra, a la educación, la salud y la cultura; derecho de la juventud a protagonizar su propia historia, reconocimiento a los derechos de las mujeres, de los afrodescendientes e indígenas, y de la población LGBT. El derecho a hablar sin temor a ser reprimido.
En el golpe político a Dilma podemos percibir además del ataque a un partido de izquierda y a su programa, el predominio de la imposición, la intolerancia, el revanchismo y la misoginia. La remoción que hicieron los senadores contó con el apoyo de la prensa, vinculada y sometida a los intereses económicos de los partidos conservadores. La destitución les desbroza el camino, sin necesidad de recurrir al refrendo de la población y sin tener que ir por el momento a la fuente de legitimidad originaria que son las elecciones. El golpe legislativo a Dilma, a su partido y al programa de su partido es por lo mismo también un atentado a la democracia.
Las mujeres latinoamericanas celebrábamos hasta hace poco que el ámbito de las democracias de la cuarta onda fue el contexto en el que pudimos hacer efectivo el derecho a ser votadas, incluso al poder ejecutivo. En México las mujeres estamos de plácemes, por haber conseguido en 2015, la paridad en el acceso a los cargos de elección popular. Hoy el caso de Dilma nos demuestra que los avances de las mujeres en materia de acceso a la representación política, ni están consolidados ni son irreversibles.
Largo, muy largo ha sido el trecho recorrido por las mujeres y sus luchas para acceder a los espacios de toma de decisiones. Por lo que se ve, largo seguirá siendo el camino para que esas conquistas sean inamovibles. No quise dejar pasar este suceso sin comentarlo, sin tomar posición, pensando en las mujeres a las que ahora la recién estrenada paridad en México favoreció en su acceso al poder ejecutivo municipal.
Y sobre todo para que no ocurra lo que sabiamente dijo el poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht: “Primero se llevaron a los comunistas, pero a mí no me importó porque yo no lo era; enseguida se llevaron a unos obreros, pero a mí no me importó porque yo tampoco lo era; después detuvieron a los sindicalistas, pero a mí no me importó porque yo no soy sindicalista; luego apresaron a unos curas, pero como yo no soy religioso, tampoco me importó; ahora me llevan a mí, pero ya es demasiado tarde”.
Debemos conjurar que un día por la mañana vengan por alguien más, de un partido progresista, con un programa con compromiso social, si no estamos alerta ahora, quizá para entonces sea demasiado tarde. Porque ya no habrá nadie para defender su derecho y la democracia.