EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Ignacio Manuel Altamirano Basilio, un guerrerense distinguido del siglo XIX

Fernando Lasso Echeverría

Febrero 09, 2016

(Tercera parte)

En marzo de 1867, Ignacio Manuel Altamirano se había unido a las fuerzas de Vicente Riva Palacio que acudían a reforzar las fuerzas de Mariano Escobedo en el sitio de Querétaro. Ahí, el guerrerense, tuvo ocasión de tomar parte en diversas batallas bajo el mando de Mariano Escobedo, sin embargo, ya presos Maximiliano, Miramón y Mejía, Ignacio Manuel se traslada a Toluca afectado por una severa disentería. Desde ahí, don Ignacio Manuel escribió a Juárez informándole que, por decisión del gobernador Diego Álvarez, las fuerzas surianas al mando del general Jiménez se regresaban a su tierra, separándolas de las tropas republicanas, y que esta medida había provocado una ruptura definitiva entre ambos caudillos; sin embargo, días antes, Jiménez había dado a conocer en Guerrero una proclama en la cual desconocía a Álvarez como gobernante y designaba a Altamirano como gobernador interino, situación que –difícil de creer– supuestamente éste ignoraba. Álvarez por su parte, envió su versión de los hechos al presidente, acusando de rebelión a Jiménez.
Altamirano procuraba aclarar las cosas, tomando partido por Jiménez y poniéndose en contra del hijo del cacique guerrerense. Detalló cuanto pudo los desórdenes que el enfrentamiento causaba ya en Guerrero, excluyendo del conflicto al viejo Juan Álvarez. Pidió la intervención de Juárez para conciliar intereses, aunque quería la mejor parte para Jiménez. Agregaba en su mensaje, que Diego Álvarez lo consideraba una de las causas de la discordia, y se declaraba dispuesto a no volver a Guerrero, si con ello se solucionaba el problema. Sin embargo, Juárez tenía asuntos más importantes que atender, como el juicio contra el emperador y sus generales que finalmente murieron fusilados el 19 de junio de 1867, a pesar de las múltiples peticiones internacionales que le fueron hechas al presidente de México para evitar la muerte de Maximiliano.
Ni dos meses transcurrieron de la muerte de Francisco José, cuando Juan Álvarez moría de causas naturales en su querida hacienda, recrudeciéndose con ello los conflictos políticos en Guerrero; su muerte fue muy sentida por Altamirano, pues don Juan “el viejo león” lo había ayudado a abrirse paso en la vida, desde los tiempos en los que era un humilde becario en Toluca y había compartido también con él, la responsabilidad de la lucha liberal en la guerra de Reforma, no obstante, con la muerte del cacique sureño desaparecían las barreras que habían contenido el choque abierto con Diego Álvarez, y esa circunstancia iba a ser determinante para que el abogado Altamirano nunca volviera a su tierra.
Iniciaban otros tiempos para Altamirano; éste, poco a poco se fue integrando al grupo que, una vez pasada la guerra iba a disputar el poder, y había establecido relaciones cordiales con el general Porfirio Díaz en las últimas etapas de la conflagración, quien como general del victorioso ejército de oriente era uno de los héroes del momento, con aspiraciones para ubicarse en el más alto nivel de la política nacional; bajo la protección económica de Díaz, don Ignacio Manuel funda un periódico en la Ciudad de México, que denominó El Correo de México. En julio de 1867, entra triunfal a la ciudad de México el presidente Juárez y su gabinete, y aunque fueron momentos de euforia y optimismo, no se alcanzaban a disimular las tensiones que quebrantaban a la familia liberal por las reelecciones juaristas. Mientras, en Guerrero la pugna entre Vicente Jiménez y Diego Álvarez se recrudecía, y en esa pelea, uno de los nombres más mencionados era el de Altamirano, que había tomado claro partido por el primero desde hacía mucho tiempo. Altamirano, se mantenía atento al desarrollo del enfrentamiento en su estado –donde, si Jiménez ganaba, tendría la oportunidad de obtener una buena posición–, pero también miraba hacia el Congreso, pues aspiraba a una diputación por Oaxaca y estaba seguro de obtenerla por su cercanía con Díaz y el trabajo político por medio de El Correo de México, con cuyos contenidos colaboraba su antiguo maestro El Nigromante, que ahora asumía también un papel opositor al régimen juarista, coincidente con el perfil político del periódico, que fue de oposición desde el primer número. En él, Altamirano se lanzaba con todo en contra de los proyectos juaristas, y trataba insistentemente de demostrar lo que, a su juicio, eran los signos de una dictadura juarista. Sin embargo, el presidente Juárez, ocupado en las dificultades para la reconstrucción de su nuevo gabinete e inmerso en sus ambiciones políticas, se limitaba a ver de lejos el pleito guerrerense, pues nunca intervino en él, agravando con ello el conflicto.
A los pocos días, se funda una “Convención Progresista” en favor de Díaz, y en la cual don Ignacio Manuel fue nombrado cuarto vicepresidente; ello le daba mayor enjundia para atacar a Juárez y su gobierno cada vez que tenía oportunidad; por ejemplo, se mostró escandalizado con el presidente, cuando éste no sólo convocó a elecciones para elegir representantes de los tres podres de la Unión, sino que recurría al plebiscito para reformar ¡la Constitución de 1857!, con el objeto de crear un Senado y otorgar al ejecutivo la facultad de vetar las resoluciones congresistas. Tan duros fueron los ataques al presidente, que Juárez acabó por considerar a Altamirano como uno de los líderes de oposición, y así lo reconoció públicamente; sin embargo, la popularidad de Juárez era todavía más poderosa que todos sus opositores juntos; por otro lado, los esfuerzos de los porfiristas para promover a su candidato no eran muy sólidos, y así, don Benito fue reelecto nuevamente, con Díaz Mori y Lerdo de Tejada como contrincantes, desvaneciendo inesperadamente las expectativas políticas de don Ignacio Manuel, pues no obtuvo la diputación que esperaba y en Guerrero, las cosas no estaban mejor; en cambio, Altamirano resultó electo, por voto popular, Fiscal de la Suprema Corte de Justicia, encargo que recibió el abogado de muy mala gana, pero no tenía otra opción, pues el periódico desapareció sin el apoyo económico de Díaz.
Decepcionado de la política, don Ignacio Manuel modifica el rumbo de su vida y –tratando de participar en la recuperación de la cultura nacional– reanuda su carrera literaria, alternándola con sus tareas en la Suprema Corte de Justicia. Para ello, inicia la organización de veladas literarias al modo de la antigua Academia de Letrán, en las cuales, todos los escritores volvieron a encontrarse, sin rencor alguno por la reciente contienda política. Estos “soldados de la pluma” –muchos de ellos habían encabezado regimientos y guerrillas– intentaban llenar el vacío cultural existente en el país, y se juntaron por primera vez en la casa de Luis Gonzaga Ortiz, bajo un lema muy simple: “Orden y Cordialidad”. Las reuniones fueron prosperando rápidamente; los asistentes –en donde se mezclaban alumnos con maestros, y jóvenes literarios con representantes de los antiguos grupos culturales del país– ante la falta de un foro cultural en donde ellos pudieran dar a conocer su obra y sus proyectos culturales, acudían con avidez a las reuniones convocadas por Altamirano. Estos hombres, entre los que destacaban Mateos, Riva Palacio, El Nigromante, Prieto, y hasta Payno, el antiguo enemigo de Altamirano, tenían como objetivo fundamental –que era lo que los unía firmemente– el librarse de la influencia cultural española (en especial de la literatura peninsular), y crear una auténticamente mexicana.
Por turnos, las veladas tuvieron lugar en las casas de muchos de los participantes; Altamirano, fue el segundo anfitrión y los siguientes: Agustín Lozano, Manuel Payno, Vicente Riva Palacio, Alfredo Chavero y varios más, como Justo Sierra e Hilarión Frías y Soto. Sin embargo, el amable ambiente intelectual empezó a naufragar, a medida que las veladas tomaban un rumbo ostentoso, hecho que le daban un aspecto más de baile de sociedad que de reunión de círculo de escritores, situación que molestaba a don Ignacio Manuel y a otros intelectuales afines, pues había muchos estudiosos pobres, como el mismo Altamirano o su maestro Ramírez, que se sentían vulnerados al convivir en ambientes fastuosos; no obstante, merece mención, que los ambientes festivos nunca perturbaron la calidad de las obras literarias expuestas. Por otro lado, Manuel Payno, intentaba convencer a los miembros participantes, de dedicarse sólo a la literatura y hacer a un lado la política, situación difícil de lograr, pues había entre ellos varios políticos en activo y muchos ex políticos héroes de Guerra. Prieto respondió por todos afirmando que: “Las veladas literarias, no tenían mandarines, ni se sujetaban a reglamento alguno y menos, solicitaban protección de nadie”. Las tertulias se acabaron en abril de 1868.
Pero los acontecimientos en Guerrero, involucraron nuevamente a Altamirano. Se supo en la capital del fusilamiento –por órdenes de Álvarez– del militar Juan Antonio Cano, amigo de don Ignacio Manuel y decidido Jimenista. Altamirano, indignado por el hecho, ataca a Diego en El Monitor Republicano llamándolo “criminal”; Álvarez contestó y con ello, se armó una polémica pública –ventilada en los periódicos de la capital– en donde ambos se echaron en cara todos los rencores que se guardaban desde tres años antes: Abúlico y antipatriota llamaba Altamirano a Álvarez, y el gobernador guerrerense, acusaba a Ignacio Manuel, de intrigante, desleal e indisciplinado. Cada respuesta, degradaba aún más el nivel de la discusión. Álvarez hacía insinuaciones venenosas, e Ignacio Manuel, al descalificarlas, acababa revelando el sentido de las indirectas. El colmo fue cuando Álvarez, tratando de desprestigiar a Altamirano, publicó un folleto con las cartas escritas por el abogado a los Álvarez desde 1861, queriendo revelar con ello, las contradicciones e intrigas de su contrincante, pues en algunas misivas se podían leer elogios y a la siguiente vituperios dirigidos contra el gobierno, el presidente y la familia Álvarez. Tan lamentable resultó la confrontación, que Ignacio Manuel optó por retirarse de la contienda, haciéndose evidente que mientras Álvarez siguiera en el poder en Guerrero, el abogado no iba a poder regresar a su tierra, y así fue… Nunca volvió; sin embargo, Altamirano tenía en ese momento, un paliativo para su decepción: un nuevo periódico llamado El Renacimiento, cuyos editores eran el mismo Altamirano y Gonzalo Esteva.
Dentro de la plantilla del nuevo periódico que dirigía Altamirano, figuraban distinguidas personalidades del mundo intelectual mexicano, como Ignacio Ramírez, Manuel Peredo, José Sebastián Segura, Guillermo Prieto y Justo Sierra, convertido ya, en alumno predilecto de don Ignacio Manuel Altamirano. De hecho, la lista de colaboradores era enorme, y llegó a tener más de 70, que escribían sobre educación, ciencia, historia, literatura, poesía y muchos otros temas, con excepción de la política, que estaba excluida. Se publicaban buenas traducciones del alemán, del francés y del inglés, casi siempre hechas por mexicanos. Ignacio Manuel, quien afirmaba su deseo de “sofocar rencores, iniciar una reconciliación general y hacer brotar el amor a las letras y el amor a la patria común”, además de sus actividades administrativas inherentes a su puesto directivo escribía semanalmente una amplia columna titulada Crónicas de la Semana, donde refería los acontecimientos sociales relevantes del país.
En ese tiempo, don Ignacio Manuel empezó a incursionar en el género de la novela, y su primera obra, Clemencia –situada en los tiempos de la intervención francesa– fue publicada por partes en el periódico. Altamirano, usaba la novela como instrumento de educación masiva, como vehículo de opinión y alejada de los modelos europeos. Pero no todo estaba bien; una intensa depresión marcaba los días de Altamirano y así lo manifestó en su “Diario” quejándose de viejo y cansado, cuando apenas tenía 34 años de edad; por otro lado, la política, esa pasión que incesantemente atraía a los hombres de letras de la época, mató a El Renacimiento, ya que sin que don Ignacio Manuel pudiera evitarlo, este medio terminó por contaminarse de política, debido a la inquietud de todos sus colaboradores, quienes también tenían espacios en periódicos como El Siglo Diez y Nueve, donde no negaban sus expectativas extraliterarias. Igualmente, la vida nacional no ayudaba, pues reaparecieron varios periódicos de tendencias ultraconservadoras como La Voz de México y La Sociedad Católica, que iniciaron una fuerte campaña antiliberal y jalaron a diversos colaboradores de Altamirano a la polémica.
En medio de todo, un Altamirano abatido por el cierre de El Renacimiento valoraba con satisfacción los logros del periódico: “El objeto al que aspiramos al fundar El Renacimiento, que fue el de impulsar el progreso de la bella literatura en México, se halla completamente realizado. El movimiento literario que se nota por todas partes es inaudito”. Altamirano, empezó a usar su tiempo en reuniones intelectuales de nuevas sociedades literarias que comenzaron a proliferar y en las cuales era invitado indispensable; en ese tiempo, don Ignacio Manuel se da cuenta que los brotes de conservadurismo eran más tenaces de lo que suponía, y se avino a promover la Sociedad de Libres Pensadores.

*Presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI” AC.