EL-SUR

Sábado 06 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión  

Jaime Salazar Adame

Benito Juárez La coincidencia de las efemérides del natalicio del Benemérito de las Américas, Benito Juárez García, con la entrada de la primavera se da cada 21 de marzo, sólo que la del lejano 1806 nos recuerda al humilde pastor de ovejas, es decir, al niño indígena de San Pablo Guelatao que fue salvado de … Continúa leyendo Jaime Salazar Adame

Marzo 23, 2004

Benito Juárez

La coincidencia de las efemérides del natalicio del Benemérito de las Américas, Benito Juárez García, con la entrada de la primavera se da cada 21 de marzo, sólo que la del lejano 1806 nos recuerda al humilde pastor de ovejas, es decir, al niño indígena de San Pablo Guelatao que fue salvado de las aguas como Moisés, más que al del nacimiento de quien llegó a ser extraordinario político liberal creador de casi todas las Leyes de Reforma.

Recordar a Juárez es reconocer sus méritos como el más firme sostenedor del sistema republicano y de la soberanía e independencia nacional cuando México aún no se consolidaba como Nación, cuestión que le tocó cimentar en sus ocho periodos como presidente itinerante y abogado.

Hijo de Marcelino Juárez y Brigida García, indios de raza pura zapoteca y campesinos muy humildes. Al fallecer sus padres se fue a vivir al lado de su abuela y tío Bernardino. A los 11 años de edad no sabía leer ni escribir e incluso ignoraba la lengua castellana pues hablaba su lengua aborigen.

Un año más tarde se fue en busca de mejores horizontes, abandonó su pueblo natal trasladándose a la ciudad de Oaxaca, en donde encontró protección a lado del sacerdote franciscano Antonio Salanueva, encuadernador de libros, quién le enseñó el oficio y lo envió a la escuela primaria.

Cuando la cursó, pensando dedicarlo a la carrera eclesiástica, lo inscribió en el seminario de Oaxaca donde estudio latín, filosofía, teología. No sintiendo vocación por el sacerdocio, Benito Juárez se inscribió                                 en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca. En 1831, siendo todavía estudiante de derecho, fue nombrado regidor del Ayuntamiento de la ciudad de Oaxaca, iniciando así su carrera política que lo habría de llevar a la cúspide. En 1833 se recibió de abogado y al año siguiente fue elegido diputado despuntando ya como un gran político.

Habiendo sido asesinado el caudillo suriano Vicente Guerrero, pidió que los restos del valiente insurgente fuesen velados en la ciudad de Oaxaca; ello le granjea el odio de los conservadores quienes lograron que fuera recluido en prisión durante varios meses y desterrado a la ciudad de Tehuacán, Puebla.

En 1841 regresó a Oaxaca por haber sido nombrado juez de lo civil y de Hacienda; tres años más tarde, el 3 de julio de 1843 contrajo matrimonio con Margarita Maza, de 17 años de edad, quien sería la abnegada esposa del paladín de La Reforma y aguerrido luchador contra el imperio de Maximiliano.

El general Antonio de León, gobernador del estado, le otorgó el puesto de secretario general de gobierno; tiempo después fue electo diputado federal y en 1846, fue elegido gobernador constitucional de su estado natal, cargo que desempeñó de 1847 a 1852, reorganizando la hacienda pública, la administración de la justicia y la policía.

En 1852, al terminar su mandato gubernamental, Juárez fue nombrado director de su alma mater, el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, donde fue maestro de otro oaxaqueño que con el correr de los años se convertiría en su adversario: Porfirio Díaz. En 1853, el dictador Santa Anna, conociendo las ideas republicanas de Juárez, lo mandó aprehender y después de tenerlo preso en las tinajas de San Juan de Ulúa, lo desterró a la Habana, Cuba, de donde se trasladó a la ciudad de Nueva Orleans. Allá trabó amistad con los liberales –también desterrados–, Melchor Ocampo, Filomeno Mata, Camilo Arriaga y Montenegro.

Con ellos planeó su regreso al país y cuando el 1 de marzo fue proclamado el Plan de Ayutla y encabezada la rebelión armada contra Santa Anna por el caudillo de la insurgencia Juan Álvarez, Juárez desembarcó en Acapulco y se le incorporó. Álvarez, quien al hacerse cargo del Poder Ejecutivo lo nombró ministro de Justicia y negocios Eclesiásticos.

Desde ese puesto, Juárez inició su campaña contra los privilegios de que disfrutaban el clero y el ejército. Su actitud motivó que fuera disuelto su ministerio. Tiempo después fue electo nuevamente gobernador de su estado natal.

En 1856 el presidente Ignacio Comonfort lo designó ministro de Gobernación y al ser derrocado mediante el Plan de la Ciudadela, Juárez quedó como presidente substituto iniciando así su periodo trashumante por todo el territorio nacional combatiendo la Intervención Francesa.

En julio de 1859 empezó a expedir las importantes Leyes de Reforma, en tanto que se sucedían en la presidencia por al bando conservador: Zuloaga, Robles Pezuela, Mariano Salas, Miguel Miramón, Pavón y Maximiliano de Habsburgo.

En 1867, el 15 de julio, entró triunfante a la ciudad de México para ser reelegido, presidente por séptima ocasión; el 1° de diciembre de 1871 ocupó la primera magistratura por octavo ocasión, muriendo el 18 de julio del siguiente año, víctima de angina de pecho.

Sus restos reposan en el panteón de San Fernando en la capital del país. En todo el territorio nacional, ciudades, escuelas, calles y avenidas, recuerdan la figura del indio de Guelatao, el humilde pastor de la sierra de Ixtlán, Oaxaca, uno de los más prominentes presidentes de México que a fuerza de estudio y recia voluntad se encumbró mereciendo el nombre de Benemérito de las Américas.

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