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Opinión  

Jaime Salazar Adame

  Terrorismos El siglo XX puede ser recordado a través de la historia de la humanidad como “el siglo de la violencia”, por las dos guerras mundiales, la Alemania nazi e Hiroshima y Nagasaki, sólo para citar los ejemplos más notable de aquella connotación heredada a la incipiente centuria actual que nació con más juegos … Continúa leyendo Jaime Salazar Adame

Marzo 16, 2004

  Terrorismos

El siglo XX puede ser recordado a través de la historia de la humanidad como “el siglo de la violencia”, por las dos guerras mundiales, la Alemania nazi e Hiroshima y Nagasaki, sólo para citar los ejemplos más notable de aquella connotación heredada a la incipiente centuria actual que nació con más juegos de artificio que con bases sólidas de un nuevo orden internacional, como se puede palpar en los más modernos trazos de la violencia extrema en guerras de conquista por los recursos y riquezas naturales.

Como otra forma extrema de violencia política se ha catalogado al terrorismo. Si bien su análisis es un tema complejo, de manera general se podría mencionar que su característica principal es el uso de la violencia sin discriminación de individuos o bienes contra los que se dirige, y que dispone de un componente político, porque el uso de la violencia se hace para alcanzar el poder de manera más directa, de no resultar así, estaríamos dentro del campo de la criminalidad pura y dura. Aunque tal vez, la línea divisoria sea tan tenue que apenas y se perciba.

Estando pues inmersos en la cultura de la violencia, debemos señalar que los medios masivos de comunicación cumplen aquí igualmente una función, en el sentido de que llevan a que las organizaciones armadas dispongan de suficiente autonomía e independencia para que sus acciones tengan un alcance mundial y que ningún individuo, grupo o nación quede psicológicamente impenetrable a la formación de sus objetivos políticos, porque al fin y al cabo, el terrorismo es fundamentalmente propaganda.

Así lo percibimos en toda su crudeza, impacto, dolor, indignación y solidaridad con las víctimas de lo que los medios han dado en llamar la “matanza en Madrid” del pasado 11 de marzo. Por sus características y consecuencias este acto criminal es la continuación de lo acontecido en las torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, evento con el que miramos que el mundo se tambalea al borde de un desastre terrorista que parece sustraerse a todo control.

A pesar de que los terroristas suelen integrarse en grupos pequeños, muy cerrados, que no se plantean la necesidad de construir amplios movimientos políticos, sus acciones generalmente son muy efectivas. En ese sentido el impacto que sus operativos causan en la opinión pública de los colectivos a los que pretende representar, no es un elemento a tomar en cuenta en la planificación de las acciones según algunos especialistas. Del mismo modo, estas no se enmarcan dentro de objetivos políticos precisos, más allá de la mera destrucción del poder establecido.

Asimismo, los medios nos hacen percibir que las actuales estructuras sociales, políticas y económicas de la sociedad actual con la complejidad que las caracteriza, se hacen cada vez más vulnerables para esta nueva clase de “guerra inventada” para un sistema político democrático; en este sentido algunos autores apuntan que habrá tantos incidentes terroristas como objetivos tenga el gigante de la sociedad industrializada y desarrollada, así como sus asociados.

Tal y como lo acabamos de percibir en España, el objetivo central del terrorismo es irrumpir como actor principal en la escena política, intentando el cambio fáctico del sistema político o de sus decisiones, por ello la actuación directa sobre la opinión pública resultó altamente rentable, pues se trataba de amedrentar para boicotear o en el peor de los casos influir en el sentido de los comicios que a tres días del atentado se debían celebrar y se celebraron en toda la península ibérica.

Como el terrorismo necesita ser noticia de primera plana y diariamente si es posible hasta convertirse en vanguardia de una demanda social más o menos amplia, tratando de activar una supuesta “base social”; aprovechar cualquier motivo de queja o protesta social para obligar a crear una brecha entre la opinión pública y el gobierno, implementó el plan “trenes de la muerte” para que con esta masacre, más de doscientos muertos y cerca de mil quinientos heridos, la ciudadanía diera el voto de castigo al partido político del presidente José María Aznar por haberse aliado con los Estados Unidos en la guerra en Irak, aún cuando los españoles abiertamente se pronunciaron contra la alianza del gobierno español con el de George W. Bush.

Por lo tanto, a los terroristas no les importa tanto demostrar que las instituciones no satisfacen las demandas sociales, cuando no son capaces de acabar con ellos mismos, porque de lo que se trataba era de debilitar la moral del enemigo y para esto fue fundamental la opinión pública. Por eso el gobierno español desde un principio estableció como principal línea de investigación a la banda terrorista separatista vasca ETA y hasta la noche anterior a los comicios aceptó también como otra posible autoría del atentado al grupo terrorista Al Quaeda, del que con los cinco detenidos al momento cobró fuerza la presencia árabe en España.

En consecuencia, esta cultura de la violencia se alimenta y reproduce manteniendo activos los factores de segmentación social y política, que ahora se manifestaron en los comicios celebrados el 14 de marzo en España y donde en efecto, el gran perdedor fue el Partido Popular del presidente Aznar, ganando la mayoría de curules para formar gobierno el candidato Rodríguez Zapatero del Partido Socialista Obrero Español que salió del palacio de La Moncloa hace ocho años.

Por otra parte, la inmensa lección para los terroristas es que su dinámica fue contrarrestada mediante el avance del consenso democrático porque la gran mayoría de los ciudadanos, cerca del 80 por ciento del padrón electoral salió a ejercer su derecho al voto. Amén de las multitudinarias muestras de repudio a la violencia que se expresaron por toda España y principales ciudades del planeta.

¿Todo indica que el presidente Bush seguirá el derrotero de Aznar?

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