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Opinión  

Jaime Salazar Adame

 Decálogo de la excelencia En estos tiempos de modernización, control de calidad y marketing político los hombres y las mujeres son espoleados para aspirar al logro de sus ideales, es por ello que la gran mayoría de las instituciones estatales y privadas establecieron un decálogo de la excelencia y la productividad para el personal que … Continúa leyendo Jaime Salazar Adame

Marzo 09, 2004

 Decálogo de la excelencia

En estos tiempos de modernización, control de calidad y marketing político los hombres y las mujeres son espoleados para aspirar al logro de sus ideales, es por ello que la gran mayoría de las instituciones estatales y privadas establecieron un decálogo de la excelencia y la productividad para el personal que desee conservar su empleo, para los que aspiran a formar parte de la plantilla laboral y más que nada para ganarse la confianza de los inversionistas extranjeros.

Es el caso de derechohabientes, consumidores o usuarios que se enfrentan todos los días con la puritita modernidad encarnada en los empleados de las oficinas y servicios públicos que tienen la obligación de consentirlos, al llevar a la práctica la competitividad para servir porque ofrecen de su formación la experiencia, de su saber el don de gentes y de su arcón la sonrisa, traducidos en los mandamientos siguientes.

1) Ofrecer bienes y servicios de mayor calidad. A no dudarlo es tarea efectuada a conciencia por los empleados, enfermeras y médicos del ISSSTE porque apuestan por la calidad de vida y promueven la cultura de la sana convivencia.

2) Servir a los clientes con mayor rapidez y eficiencia. La pagaduría de las oficinas gubernamentales se lleva de calle al más pintado, al mantener sin rechistar a enormes filas de empleados y pensionados que aguantan las horas de pie para poder cobrar salarios y pensiones.

3) Hacer las cosas bien a la primera. Ni falta hace observar las chambonadas de casi todas las obras públicas que son una amenaza para el bienestar y el bolsillo de los contribuyentes porque el gobierno no se somete a ningún tipo de control fuera de su ámbito de poder.

4) Realizar una gama cada vez más compleja de tareas. Dirección de tránsito: cuida la vía pública para estacionar vehículos oficiales; destina dos o tres calle de norte a sur y de oriente a poniente en el mismo sentido para evitar que regresen los despintados; reservar las calles del centro histórico de la ciudad para estacionamiento exclusivo de autobuses, peseros y taxis que invariablemente se paran a media calle y en semáforos con luz verde para subir y bajar pasaje.

5) Reducir costes de supervisión. Las kilométricas unifilas y sentafilas bancarias que después de los cuatrocientos números de esperar turno, mandan al usuario a buscar al gerente para que le estampe un garabato. También los servicios telefónicos y de los mismos bancos que grabadora con voz melosa después de dos decenas de opciones te solicita esperar a que se desocupe un funcionario para atenderte personalmente.

6) Adaptarse a los continuos y significativos cambios. Precandidatos y precandidatas a puestos de elección popular, mientras no cobren la primer quincena, ya que quienes los eligen son ciudadanos que se informan, reciben y emiten opiniones, critican, aprueban, debaten en eso que llamamos la esfera pública.

7) Alcanzar rápidamente un alto nivel de competencia y mantenerlo. Policías antimotines y plantonistas que invariablemente tratan de ponerle puertas al cielo.

8) Ser competentes en múltiples áreas de productos y servicios. Las secretarias de los funcionarios que se encierran a piedra y lodo en sus alfombrados despachos.

9) Mantener la productividad con menos personal. Los organismos encargados de distribuir el agua entubada, en donde es más fácil encontrar el cofre del pirata que entregar las minutas de recibos a cada secretaria de cada sección, de cada área de cada jefe del laberinto que tienen por oficinas.

10) Hacer frente al diluvio de información. Los votantes en las actuales campañas electorales que se hallan a cerebro abierto y con los sentidos despiertos, porque los lugares de la palabra: los conciliábulos, los clubes, los cafés, las tertulias, las asociaciones, las redacciones de periódicos, las instituciones de conferencias y debates, los mercados son los modernos ágoras, los lugares donde la palabra hablada y escrita se convierte en sólidos soportes institucionales y empresariales para que el mensaje llegue a los ciudadanos e influya así en el proceso político, cual es la trama de las sociedades abiertas en un mundo cambiante.

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