EL-SUR

Lunes 22 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

ESTRICTAMENTE PERSONAL

Jarave tapatío

Raymundo Riva Palacio

Abril 09, 2007

 

En sólo cuatro meses, Francisco Ramírez Acuña demostró que saltar a la Secretaría de
Gobernación después de una larga, fructífera, y muy local carrera política, puede ser
bastante desventajoso. Sobretodo si no se ha enterado que desde 1989 esa
superpoderosa Secretaría comenzó a ser desmantelada. Carlos Salinas le empezó a quitar
atribuciones y funciones que trasladó a Los Pinos; Ernesto Zedillo, que prácticamente no le
movió nada, tuvo en su secretario particular a su mejor operador político; y Vicente Fox la
remató dejándola formalmente sin los recursos disuasivos de fuerza para hacer más fácil
la gobernabilidad. Ramirez Acuña, que esperaba recibir las llaves de la locomotora política
gubernamental, se encontró con una carcacha que hace tiempo descontinuaron, lo que lo
tiene muy molesto.
Dentro del gabinete, el enojo de Ramírez Acuña está siendo comentado entre sonrisas y
temores, porque algunas de sus actitudes son vistas como cándidas, pero reconocen su
estrecha cercanía con el presidente Felipe Calderón por el apoyo firme cuando nadie,
inclusive dentro del PAN, pensaban que se haría de la candidatura presidencial, y del
respaldo decisivo que le dio como gobernador de Jalisco para derrotar a Andrés Manuel
López Obrador. De hecho, fue el primer secretario en enterarse de su nuevo cargo, dos
semanas antes que se anunciara.
Ramírez Acuña no lo dice, pero su comportamiento es como si aspirara ser el candidato
panista en 2012. Mantiene un perfil excesivamente bajo, y se cuida tanto con Calderón que
jamás va a un acto público donde vaya el Presidente, salvo en aquellos por invitación
expresa de Los Pinos. Con un aire bonachón, ha tratado de proyectar una imagen de
civilidad política para contrarrestar la fama de gobernador atrabiliario con la que llegó de
Jalisco. “No tengo la mano dura, sino firme”, repite con una sonrisa.
En privado, sin embargo, ha proyectado más dureza que firmeza. En un encuentro con
empresarios dijo que no olvidaran que varios de los ahí presentes habían apoyado a López
Obrador durante la campaña. Pareció amenaza, aunque varios de los empresarios ahí
convocados quedaron más confundidos porque no completó la faena política. Nadie le
aconsejó a Ramírez Acuña que si estaba listo para tal desplante, tendría que haberse
seguido de frente, pues de lo contrario lo único que podrían pensar de él es que fue un muy
desafortunado inicio de gestión, confirmando la especie que precisamente ha tratado de
borrar. Por lo que toca a la mano firme, se podría decir que Ramírez Acuña trae un
problema de Parkinson.
La única función real, concreta y relevante que tiene el secretario de Gobernación hoy en
día, es tratar con los gobernadores los asuntos de la gobernabilidad nacional. Pero los
gobernadores, o cuando menos una buena parte de ellos, no quieren tratar con él. Tienen
una interlocución formal, pero no real. No han encontrado en Ramírez Acuña un buen
conducto para llegar al Presidente, y prefieren otras vías, como la del superconsejero
presidencial Juan Camilo Mouriño, con quien ya saben que Calderón lo escucha, y que
como sucedía con Fernando Gutiérrez Barrios, cuando dice sí, se compromete, de la
misma forma que cuando dice no, significa que por ese camino las cosas no van a
avanzar. Mouriño no es la única opción que tienen los gobernadores, quienes también
recurren a otras personas allegadas a Calderón, que les han dado resultados, como César
Nava, secretario particular del Presidente.
Las mismas vías han preferido utilizar en el Congreso. Ramírez Acuña ha tenido muchos
problemas para establecer una relación política confiable con los líderes en las cámaras,
en particular porque tomó como enlace con San Lázaro y Xiconténcatl, al subsecretario
Armando Salinas Torre, que ya ocupó un cargo similar en la gestión de Santiago Creel, sin
pena y con mucho menos gloria. Salinas Torre ha empeorado en su trato, de acuerdo con
su hoja de récord de enlace más reciente. Los legisladores tienen una molestia creciente
con él por una ideologización de las leyes que raya en lo absurdo. En cuando menos una
ocasión le hizo saber al Congreso que no se publicaría una ley en el Diario Oficial –para
que entrara en vigor–, porque atentaba contra los principios del PAN. La respuesta de
varios legisladores fue que el subsecretario estaba tan confundido que no entendía la
aberración legal y política en la que incurría. Otros perdieron menos tiempo en él y
comunicaron que jamás volverían a tratar temas relevantes con él.
No son, por supuesto, sus únicos problemas.
En las últimas semanas, cuando estalló un conflicto dentro de la Secretaría de Seguridad
Pública entre el titular Genaro García Luna, y el comisionado de la Policía Federal
Preventiva y director de la Agencia Federal de Investigaciones, Ardelio Vargas, el hilo se
rompió, como siempre, por lo más delgado. Quien estaba destinado a ser el jefe de la
policía nacional presentó su renuncia y el Presidente se la aceptó. Antes de que se hiciera
pública la disputa y su conclusión, Ramírez Acuña se movió para que, toda vez que carecía
de recursos disuasivos para ejercer la gobernabilidad, en los términos como él la
concebía, lograra que uno de los suyos, Gerardo Solís, quien había sido su procurador,
secretario de Gobierno y gobernador interino cuando él aceptó ir a Gobernación, fuera
nombrado en ese puesto. Pero Ramirez Acuña perdió sin que nadie le disparara. Nunca
presentó su nombre formalmente a nadie, y en política las cosas se logran con amarres,
no telegrafiando sus intenciones. Solís se tuvo que conformar en la coordinación de
asesores del secretario de Gobernación.
Las cosas no salen, quizás, por los estereotipos en la cabeza de Ramirez Acuña. Uno de
ellos se mostró con cuando el secretario de Seguridad Doméstica de Estados Unidos,
Michael Chertoff, realizó una visita a México apenas iniciado este gobierno. Varios
funcionarios recuerdan que Ramírez Acuña vio en Chertoff un par de mano dura, por lo que
cuando días después pronunció un discurso negativo contra México en la frontera, el tapatío
jamás pudo entender iba dirigido a una audiencia estadounidense, lo que puso en riesgo
su participación en un encuentro ministerial en Ottawa, donde quería dejar sentada su
molestia. Al final, el secretario se ahorró un desaguisado y un bochorno, seguro, para el
gobierno de Calderón.
Pero son demasiados incidentes para tan poco tiempo de nuevo gobierno. Ramirez Acuña
tiene que hacer algo, como tomar lecciones rápidas de cómo hacer política federal que le
permitan restituir el diálogo con los actores nacionales, destrabar los nudos que él mismo
atoró y recuperar la interlocución. De otra manera, seguirán bailando todos el jarabe tapatío
sobre él, por ahora, y se reirán de su candidez ineficiencia cuando terminen de perderle el
respeto.

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