EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La Alhóndiga de Granaditas y El Pípila (I)

Fernando Lasso Echeverría

Marzo 20, 2018

Lugar donde ocurrió la primera batalla entre las fuerzas insurgentes y las tropas realistas

Uno de los pasajes más conocidos del inicio de la Revolución independentista de 1810, lo fue el paso de Miguel Hidalgo y sus huestes indígenas por Guanajuato; don Miguel –secundado en el mando por Allende–, y su contingente de primitivos soldados, venían de Dolores y habían pasado por Atotonilco –donde Hidalgo, tomó a la imagen de la Virgen de Guadalupe como estandarte–, San Miguel, Apaseo y Celaya, conquistando estas plazas sin disparar un solo tiro y en las cuales, se les anexaron la mayor parte de las tropas realistas que estaban formadas por criollos y cuidaban estas poblaciones; a pesar de no oponer resistencia, estas localidades fueron saqueadas en forma violenta y desordenada por la chusma ansiosa de venganza, que llevaba Hidalgo; en estos lugares, se le fueron agregando cientos de gentes, de tal manera que cuando llegaron a Guanajuato –el 28 de septiembre de 1810–, el “ejército” antiespañol predominantemente indígena, pero comandado por criollos, contaba ya con miles de hombres mal armados, pero muy resentidos con sus opresores.
En Guanajuato, los criollos ricos y los españoles se negaron a rendirse, y se atrincheraron en la famosa –históricamente–, Alhóndiga de la Ciudad hasta su caída, resultando tres mil atacantes y de 500 a 600 defensores muertos y un gran saqueo popular nuevamente, que provocó enfrentamientos entre los jefes revolucionarios Hidalgo y Allende; este último, no estaba de acuerdo con las maneras de proceder de la “indiada” bárbara que formaba la mayoría de sus fuerzas, quienes despojaban violentamente a los comerciantes establecidos y en general, a los pobladores ricos de las localidades conquistadas. Allende, de formación militar, exigía mayor disciplina y orden en la multitud que comandaban, e Hidalgo, justificaba estos saqueos brutales, argumentando que era realizado por gente que toda su vida había tenido carencias básicas, y que siempre habían sido explotados y humillados por los españoles.
Alhóndiga significa “Casa pública destinada para depósito, compra y venta de cereales”, bodega que fue creada, porque en años anteriores, las cosechas de las comarcas de Silao, Irapuato y Celaya –que proveían de cereales a los habitantes de Guanajuato–, se habían perdido por falta de lluvias o heladas prematuras, y los granos se escasearon provocando hambre en la población, pues los comerciantes que lograban almacenar alguna cantidad de estos, los vendían a precios tan elevados que no estaban al alcance del pueblo. El origen de la denominación de Granaditas, tiene dos vertientes: la primera es, que se construyó tomando una parte del terreno que ocupaba la hacienda de beneficiar metales, que se llamaba Granaditas, y la segunda, que en uno de los patios de las casas que fueron demolidas para construir la Alhóndiga, había una huerta con árboles de granadas. La Alhóndiga pues, era una obra indispensable para el bienestar de la población de Guanajuato, y ello hizo, que el Intendente y Corregidor de esa Ciudad minera, don Juan Antonio Riaño y Bárcena, apoyara la petición del Ayuntamiento de esa época para su construcción.
Después de doce años de construcción –1797-1809–, el edificio, quedó terminado e inaugurado el 8 de noviembre de 1809 y fue aquí, donde casi un año después, se libró la primera batalla por la libertad de México, en una lucha violenta y desigual: piedras contra balas, lanzas y guadañas contra fusiles; sacrificio terrible de vidas, que produjo ríos de sangre y espantosas escenas de muerte. Riaño y las autoridades locales en general, se enteraron 10 días antes de la revolución iniciada en Dolores y sabían, que ante la simpatía del pueblo minero por el movimiento armado en contra de los peninsulares, éstos no contarían con su apoyo para organizar la defensa de la ciudad; por ello, los españoles y en general los habitantes ricos de la localidad, escogieron la Alhóndiga como fortaleza para resguardarse y presentar resistencia a los invasores, pues la solidez del edificio –con muros externos de metro y medio de ancho–, y su difícil acceso a él cuando las puertas estaban cerradas, les garantizaban su sobrevivencia y la seguridad de los diversos valores que llevaron a él, que sumaban más de 5 millones de pesos coloniales y estaba formado por los caudales del gobierno local, consistentes en 309 barras de plata, 160 mil pesos en monedas del mismo metal, 32 mil pesos en onzas de oro, así como también el dinero del Cabildo, algunos depósitos de las minas, la renta del tabaco, la recaudación de Correos, y algunas sumas de consideración así como joyas y objetos de valor de los particulares, que tomaron partido con los defensores de la Alhóndiga, convertida en un verdadero fortín.
Además de lo anterior, Riaño, previendo que el asedio se convirtiera en sitio y se prolongara durante varias semanas mientras llegara el auxilio, hizo llevar al reducto 24 mujeres para que hicieran tortillas y preparan el alimento a 630 soldados y civiles encerrados en ese edificio, convertido en fortaleza. Previamente, se construyeron tres trincheras externas, en bocacalles cercanas que accedían a la Alhóndiga, y que serían las primeras barreras de contención contra “las hordas de bandidos”, las cuales eran defendidas por soldados realistas, perfectamente pertrechados. Sin embargo, el “ejército” independentista era incontenible por lo numeroso de su volumen, calculado en cerca de 50 mil hombres; muchos de ellos, tuvieron que mantenerse en las afueras del pueblo, porque no cabían en las calles del Guanajuato colonial; la mayoría de ellos, eran los cientos y cientos de indígenas rencorosos que se le habían anexado en el camino a Guanajuato, a las fuerzas originales de Hidalgo con las que había salidos de Dolores.
La Alhóndiga de Granaditas, tiene la figura de un cuadrilátero, con dos puertas de entrada: una que mira al norte y la otra al oriente, con dos columnas a los lados de cada puerta, rematadas con algunas figuras de ornato que evocan el arte toscano; en el interior hay un espacioso patio enlosado, que en sus orígenes estuvo empedrado con piedra bola y está cercado por dos corredores: uno en la planta baja con columnas y ornato toscano, con arcadas (intercolumnios) horizontales, en las que descansa el corredor del segundo piso, habiendo en éste columnas dóricas unidas con soportes de cantera rosa labrada y –al igual que en la planta baja–, rematadas con arcadas horizontales. Dos escaleras de cantera rosa, comunican la planta baja con el segundo piso. El edificio mide 19 metros de alto, y tenía 28 trojes de bóveda en el primer piso, y 27 en el segundo.
Se sabe que el día de la inauguración y bendición de la Alhóndiga asistieron a este evento –además de los funcionarios del gobierno local–, muchos miembros distinguidos de la sociedad colonial, entre los que estaban el obispo de Valladolid: don Manuel Abad y Queipo; el cura de Dolores, don Miguel Hidalgo y Costilla, el distinguido escritor y político Oaxaqueño Carlos María de Bustamante, amigo personal del padre de Lucas Alamán, quien le comentó admirado al Intendente Riaño: “Construyó Ud., un verdadero palacio para el maíz, por lo majestuoso de los contornos, el estilo de su arquitectura y la sobriedad del ornato”.
A las nueve de la mañana, del viernes 28 de septiembre de 1810, se presentaron con bandera blanca en una de las trincheras, el Coronel Mariano Abasolo y el Teniente Coronel Ignacio Camargo, portadores de la carta de advertencia intimidatoria, dirigida a su viejo amigo el Sr. Intendente Riaño, por el Capitán General de los Ejércitos Libertadores de América, don Miguel Hidalgo y Costilla, quien desde el Cuartel General de los independentistas, ubicado en la Hacienda de Burras, le pedía entregar la plaza en forma pacífica, o la tomaría a sangre y fuego, si no aceptaba su propuesta. En una carta particular anexa, le ofrece a Riaño protección para él y su familia; sin embargo, Riaño rechaza por escrito totalmente la rendición, diciéndole que no reconocía otro capitán de la Nueva España que el Virrey don Francisco Javier Venegas; al mismo tiempo, envía otra carta breve al brigadier Félix Ma. Calleja, solicitando auxilio urgentemente. Ante esta negativa, a las 12 del día, comenzaron a entrar a la ciudad, el grueso de los contingentes indígenas, armados con machetes, hondas, lanzas, y arcos con flechas, seguidos por los dragones del Regimiento de la Reina, que resguardaban San Miguel el Grande y el pueblo de Dolores, así como los infantes del Batallón de Celaya, que llevaban fusiles.
Las trincheras no tardaron en caer, más por el pavoroso número de atacantes que por la capacidad de ataque de los contingentes indígenas; antes de esto, las calles se llenaron de cientos de indígenas muertos y heridos a balazos, que eran empujados por los que venían detrás y los suplían de inmediato; esta situación, provocó que ante la numerosa oleada de atacantes, el fuego de la fusilería de las trincheras fuera insuficiente para detener a los atacantes, y que pronto, llegaran a estas, cientos de indígenas que entraron en una lucha cuerpo a cuerpo con los soldados realistas, haciendo que retrocediera un buen número de soldados e ingresara a la Alhóndiga, por la puerta del norte, que había quedado franca para comunicar a la gente de dentro, con la que estaba en las trincheras, misma que fue cerrada en cuanto logró entrar el último soldado vivo. Las crónicas de entonces, describen escenas dantescas, con las calles tintas de sangre, llenas de cientos de cadáveres y heridos que sangraban mezclados unos con otros, entre quejidos de dolor de estos. Riaño, fue muerto de un balazo en la cabeza, cuando iba ingresando a la alhóndiga proveniente de una trinchera tomada. Una herida de bala disparada por un fusilero del Batallón de Celaya, le pegó en la cabeza y le produjo una muerte instantánea. Vencidas y tomadas las trincheras, empezó el violento acoso a la Alhóndiga.
Este asedio, provocó que la avalancha de indígenas quedara frente a los muros de la Alhóndiga, situación que aprovecharon los sitiados para hacer fuego cerrado de fusilería desde la azotea y ventanas convertidas en troneras, de donde también arrojaban a la multitud azogue hirviendo, causando terribles estragos entre los atacantes, quienes optaron por replegarse a azoteas y cerros cercanos, y ya ahí, arrojaron tal cantidad de piedras con las hondas de pita que portaban, que en poco tiempo, el piso de la azotea de la Alhóndiga, tenía un espesor de un metro (tres pies o una vara, afirman las crónicas) y los muros del edificio quedaron marcados con las huellas de los impactos, como testimonios de esa lucha. Eso motivó que los defensores que estaban situados en la azotea, se refugiaran en el interior del recinto, porque era imposible sostenerse por más tiempo allá arriba debido a la granizada de piedras que caía sobre ellos, causando muchos heridos de gravedad.
Con la muerte del Intendente Riaño y la situación desesperada de los sitiados, se desarticuló la defensa de la Alhóndiga, porque todos querían asumir la dirección del mando, y nadie quería obedecer; algunos –encabezados por Riaño hijo–, continuaban lanzando azogue hirviendo sobre los atacantes que se encontraban junto al edificio, causando muchas muertes; otros hacían ondear banderas blancas en las ventanas y algunos arrojaban dinero o hacían bajar por medio de reatas a sirvientes indígena que habían sido obligados a acompañar a sus amos, para que fueran a parlamentar con los sitiadores, quienes enardecidos por la lucha y creyéndoles traidores, los asesinaban sin misericordia o eran muertos a pedradas en el trayecto. El sacerdote Martín Septién, creyendo que se respetaría su vida por pertenecer al clero, se descolgó con un cristo en la mano, y en su descenso le llovió tal cantidad de piedras, que hicieron pedazos la imagen, y él llegó herido de muerte al piso.
Pero la carnicería en las filas de los atacantes, era enorme, pues había miles de muertos y heridos de gravedad, y por otro lado, el cansancio en los sitiadores hacía ya mella en ellos; la situación parecía haber entrado en una tensa pausa, que nadie sabía cuánto iba a durar, hasta que salió de la muchedumbre enardecida, un hombre joven con aspecto de minero, que llevaba cargando en la espalda –amarrada en el tórax y sujeta de la cabeza–, una losa de cantera, arrancada de una banqueta del callejón de los Mandamientos, y en las manos una vasija con aceite de trementina y un hachón embreado, de los que usaban los barreteros para alumbrarse en la noche, durante el recorrido que hacían a las minas, y que el individuo había sacado previamente de la tienda de La Galarza. Algunos de los atacantes que lo reconocieron, empezaron a gritar: ¡es el Pípila!…..¡Adelante Pípila!
A rastras se encaminó hacia la puerta norte del edificio, recomendando a gritos a los honderos, que lanzaran la mayor cantidad de piedras hacia las ventanas, mientras él se arrastraba hacia la puerta, la que roció con el aguarrás y en seguida le puso fuego. Cuando la puerta se derrumbó convertida en cenizas, el alud humano se abalanzó para entrar al recinto, donde un oficial realista originario de Oaxaca y llamado Diego Berzábal, intentó con un puñado de soldados, contener la avalancha humana con disparos; no obstante, la defensa se redujo a una descarga de fusilería, que ocasionó muchas muertes, pero fue imposible para ellos detener la invasión, porque caía un indígena y era suplido por dos o tres que venían detrás en forma decidida y prácticamente suicida.
Lo que siguió después fue horroroso, producto de tres centurias de infamia y explotación; Berzábal y sus hombres –ya sin balas–, fueron muertos a lanzadas y cuchilladas; de la población encerrada, los heridos fueron muertos a cuchilladas y a los pocos que encontraron ilesos del ataque, (con excepción de las tortilleras y cocineras) se les asesinó sin piedad, cumpliéndose lo expuesto en la intimidación que Hidalgo había mandado: si no se rinden, no habrá cuartel para nadie. El empedrado del patio y los corredores, quedaron bañados de sangre y cubierto de cadáveres, y los vencedores quedaron dueños de toda la riqueza allí acumulada.

* Ex presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI” A.C