Raymundo Riva Palacio
Noviembre 27, 2017
En la residencia de un empresario a finales de octubre, el presidente Enrique Peña Nieto cenó con un grupo de capitanes de la industria. De lo poco que trascendió, se conoce que el presidente, sin reclamar a nadie, habló sobre lo que cree dicen de él. Dijo, por ejemplo, colocando sus frases en voces anónimas de empresarios, que podían pensar que no era la persona más culta, la más letrada, o que se equivocaba al hablar. Que sus deficiencias podrían ser grandes ante sus ojos, pero lo que podía asegurarles es que era altamente competente en los temas electorales. El sabor de boca que les dejó, según una de las versiones de la reunión, es que tenía control sobre el proceso de sucesión y que confiaba en que a quien escogiera como su sucesor, ganaría la elección en 2018.
Varias semanas después, vinieron algunas confirmaciones. El preámbulo fue el viernes, un día después de que un video mañosamente editado enviado a los medios de comunicación, mostraba al secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, pronunciar un insólito elogio del secretario de Hacienda, José Antonio Meade, frente al cuerpo diplomático acreditado, que provocó que varios periódicos en el país publicaran que Videgaray había destapado a Meade para la candidatura presidencial del PRI. Las ruedas de la sucesión parecían haber sido puestas en marcha, en una versión postindustrial de aquellas épocas del viejo régimen cuando uno de los sectores del partido se pronunciaba por un candidato, lo que era la señal de que la línea presidencial se había decantado.
En esta ocasión, sin embargo, no hubo confirmación, sino atajo. El presidente terminaba una gira en La Paz, cuando inesperadamente se desprendió de la burbuja de seguridad del Estado Mayor Presidencial y caminó con una enorme sonrisa hacia la prensa, con la que bromeó y afirmó: “Están bien despistados. El candidato no se elige por elogios o aplausos”. Peña Nieto desautorizaba a Videgaray, aunque su lisonja a Meade no fuera realizada en un acto público, sino que trascendió por la infidencia de alguien en la Cancillería que plantó en los medios un clip editado donde está la frase. El viernes Pablo Hiriart, en las páginas de El Financiero, escribió sobre la forma como Videgaray pareció arrancarle a Peña Nieto la decisión sobre su sucesor, buscando colocar un sello personal sobre Meade –quien tendría que agradecérselo en caso de que fuera el ungido–, y adjudicando en el futuro candidato todo lo bueno en términos de estabilidad, y todo lo malo, podía inferirse con la omisión, a su jefe.
Videgaray, tan experimentado, por largo tiempo la persona que ha hablado al oído del príncipe, y quien desde que se descartó por la candidatura presidencial ha dicho en privado que buscaría, si no decidir, sí incidir en el sucesor de Peña Nieto –por ejemplo, mostrando los negativos del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong–, ¿podría cometer un error de tal naturaleza? ¿Quién podría haber filtrado a la prensa el clip extrañamente editado para ensalzar a Meade? Podría plantearse también, como hipótesis de trabajo, que se lanzó un globo de sonda (trial balloon) para medir la temperatura a la opinión pública, como se hace en otras naciones con sistemas políticos avanzados, y ajustar los tiempos del destape. Si uno ve los resultados del llamado destape de Videgaray, los negativos se los chupó el canciller, pero que no hubo críticas ni cuestionamientos sobre Meade, ni extrañamientos sobre su exposición como el candidato designado. En el balance final, la candidatura de Meade entraría bien en los grupos donde hay resistencia, en el PRI, por subordinación o disciplina, que no reaccionaron sino con resignación a la eventual candidatura de un no priista.
¿Está jugando el presidente con los escenarios y trabajando de manera heterodoxa las alianzas internas en su partido? En la sucesión de 1988, que es donde más remembranzas ha generado la de 2018, el presidente Miguel de la Madrid procesó el destape de Carlos Salinas de Gortari el domingo 4 de octubre de 1987 en una reunión con el Comité Ejecutivo Nacional en Los Pinos, donde le pidió a varios de sus miembros, los líderes en las cámaras y de los sectores popular y campesino, que hablaran con el dirigente obrero, Fidel Velázquez, para que diera su apoyo al candidato designado, pues derivado de la reconstrucción de la economía dos años antes, la clase trabajadora había sido la más sacrificada y la más agraviada por el arquitecto de decenas de miles de despidos, el entonces secretario de Programación y Presupuesto.
De la Madrid negoció las alianzas con la designación en marcha, y el trabajo de consenso que buscó para evitar un nuevo quiebre en el PRI, como había sucedido con la Corriente Democrática un año antes, tiene una analogía clara con la forma como surgió el nombre de Meade como el inminente la semana pasada. No hay que olvidar lo que dijo el presidente a los empresarios en la cena de octubre, ni lo imposible que es leer sus decisiones electorales a partir de sus acciones. A Peña Nieto sólo se le puede interpretar en el manejo de los proceso electorales, a tiempo pasado. El viernes, cuando se refirió a lo sucedido, su lenguaje de cuerpo era relajado y pletórico de gran humor, sin presión ni tensión, como se le había visto dos semanas antes. Contuvo la bufalada y restableció el control unipersonal sobre la sucesión. Es cierto lo que dijo en aquella cena. En el manejo electoral, se pinta solo.
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