Raymundo Riva Palacio
Agosto 16, 2006
Para quien está familiarizado con la Revolución Francesa, el megaplantón en la ciudad de México evoca fuertemente a la Comuna de París. Tiene ese carácter de naturaleza festiva que en París aglutinaba a obreros, comerciantes y a burgueses radicales, que colectivamente tenía entre sus objetivos la reforma económica. Finalmente, la Revolución Francesa había tenido como sedimento la carga impositiva al trigo que encolerizó a los campesinos, que el ministro de Finanzas de Luis XVI, Jacques Necker, había instaurado para financiar el creciente déficit monumental derivado de la participación francesa en la Revolución Americana y en los exóticos gastos de la monarquía que los grupos privilegiados se habían negado a solventar.
La Comuna de París, uno de los episodios históricos más estudiados y polémicos, era un gobierno insurreccional de la autoridad de París que estuvo al frente de la administración local únicamente durante dos meses, pero que sentó las bases para el ataque sobre las Tulerías, en lo que era el palacio real del Louvre, que significó el derrocamiento de la monarquía. Luis XVI y su extravagante esposa María Antonieta no sólo terminarían en la guillotina, sino que los comuneros revolucionarios, que hasta ese momento sólo eran una parte importante de la Asamblea Nacional que había tenido que convocar el Rey de Francia como paliativo de la crisis política y económica, se hicieron del poder.
El megaplantón en la ciudad de México no ha llegado a esos extremos, pero su líder revolucionario –quiere la “purificación” de las instituciones y la “transformación profunda” de la República– Andrés Manuel López Obrador, está instalado en aquella lógica política de hace poco más de 200 años. López Obrador es la síntesis macuspeña de dos de los más grandes hombres de aquella época, Maximilien Robespierre y Georges Danton. Del primero tiene la integridad a toda prueba y el radicalismo que, en el caso del francés, lo llevó a la instauración de la época del Reino del Terror, en la cual sus camaradas revolucionarios fueron pasando paulatinamente por la guillotina. De Danton, quien controló el primer Comité de Salud Pública que reprimió a los no incondicionales, recoge esa elocuencia oratoria que le granjeó un enorme apoyo popular, que llevó a un análisis dual sobre su personalidad, de estadista para unos, a populista y demagogo para otros.
López Obrador se ha mantenido en esa dicotomía. Hay uno robespierriano el lunes 7 de agosto frente al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, totalmente rupturista con todas las instituciones e insurreccional. Hay uno dantoniano, el del domingo 13, que se inscribe en la segunda parte de la etapa revolucionaria de Danton, cuando al regresar de un exilio, ante la crisis por las primeras derrotas militares de la Francia revolucionaria y los escándalos públicos de varios de sus amigos, criticó la dictadura que había contribuido a construir, y propuso relajar el Reino del Terror, moderando su posición y buscando salidas políticas a la crisis nacional y a la crisis del rendimiento decreciente que afrontaban los líderes revolucionarios.
En el discurso de este domingo, López Obrador volvió a ocuparse de la consigna “voto por voto, casilla por casilla”, pero en una forma bastante tenue, comparativamente hablando con pronunciamientos anteriores, y elaborando una nueva ruta de navegación de su protesta política. “Está comenzando una etapa nueva en la vida pública de México”, afirmó en el Zócalo. “Con el apoyo y la decisión de la gente, con el poder soberano del pueblo, llevaremos a cabo los cambios y las transformaciones que necesita el país”. Sin declararse perdedor de la elección presidencial –que sería un absurdo planteárselo en su lógica–, propuso cinco objetivos que no sólo le dan el respiro que requiere el movimiento para mantener la fibra de la resistencia, sino que le podrían permitir, si la inteligencia se impone ante la eventualidad de que valide el tribunal electoral la victoria de Felipe Calderón, tener una intensa vida política después del primero de diciembre.
Esos cinco objetivos parecen instrucciones directas a los senadores y diputados del PRD electos para que sus 15 millones de votos no se vayan a la basura: combate a la pobreza y a la desigualdad, rechazo total a privatizaciones de todo tipo, medios de comunicación con responsabilidad social, lucha contra la corrupción y la impunidad, y la renovación de las instituciones. Su nueva agenda política es bienvenida. De hecho, ¿alguien puede criticar esos planteamientos? Lo que fue un mandato del electorado en su conjunto el 2 de julio, López Obrador lo propone como parte de su programa post toma de posesión de Calderón.
Su discurso no es lo violento que afirman que es. Ciertamente es espectacular, pero cuidadoso en extremo. Nunca le otorgará un gramo de legitimidad a Calderón, pero no habla de la insurrección para impedir que tome posesión, sino la movilización y la presencia para protestar cuando se le entregue la constancia de mayoría. No anticipa impedir al presidente Vicente Fox dar su último informe de gobierno, sino estar presentes para expresarle su protesta. No dice que tomará el Palacio Nacional para desde ahí dar su Grito de Independencia, sino de que, en el Zócalo, celebrará la fiesta. Y sobre realizar el 16 de septiembre en el Zócalo una Convención Nacional Democrática, pese a que ese día es el desfile militar, no deja de ser, como la llamó, una “propuesta” que debe entenderse más en la retórica política que en una amenaza de hechos.
El problema con López Obrador es que es imprevisible hasta en sus discursos. A veces se enoja mucho y dice unas cosas; luego se arrepiente y corrige. Pero los tiempos políticos se están achicando velozmente y se espera que el tribunal electoral emita un fallo definitivo el 26 de agosto. Si mantiene su lógica robespierriana de sojuzgamiento de los legisladores perredistas electos, quedarán fuera de toda negociación de las comisiones legislativas importantes, y su plan de gobierno alterno no tendrá promotores en el Congreso. Tendría que relajar su Reino de Terror, en la lógica dantoniana, para que puedan sacar adelante el plan de acción propuesto. La ruta de Robespierre, quien mandó guillotinar a su viejo compañero de armas Danton por moderado, no es la mejor. Si mantiene la tensión dentro del PRD, es muy probable que le digan hasta aquí y empiece el deslinde, como sucedió con Robespierre, quien cuando sus leales en la Convención Nacional entraron en pánico por el advenimiento de nuevas purgas, se aliaron con sus enemigos, lo derrocaron y lo mandaron, en su turno político, a la guillotina. La Comuna de París no es análoga con la Comuna de Aztlán, pero las lecciones son las mismas: la historia, no hay que olvidarlo, se recicla.