Raymundo Riva Palacio
Julio 12, 2018
En tiempos inéditos, lo mejor es regresar a lo básico para no meterse en problemas. Andrés Manuel López Obrador, comunicador excelente como un político en eterna campaña, vive ahora en un contexto diferente que tiene que asimilar rápidamente. Como próximo presidente de México, sus palabras y las de su equipo tienen un diferente valor, pesan distinto y provocan consecuencias múltiples. Por tanto, el lenguaje y el fraseo que utiliza tiene un significado diferente al que antes tenía. Ya no son arengas, sino compromisos públicos. Ya no son promesas electoreras, sino certidumbres. La ligereza de las palabras o los conceptos ya no tiene espacio para ser corregida sin que afecte. Las ocurrencias tienen costos políticos, a veces inmediatos, a veces en plazos más largos.
López Obrador ha inaugurado nuevas formas de comportamiento político para vencer en la elección presidencial. Lo que se acostumbraba –que no significa si era bueno o malo–, era que una vez que se ganaba la elección, había una reunión de cortesía con el presidente en funciones y, después, se sumía en un bajo perfil. Lejos del ojo público, esperaba la constancia de mayoría mientras sostenía juntas de trabajo con su equipo para ir armando el programa de gobierno y revisar los perfiles del gabinete. Como presidente electo establecía comunicación con actores políticos y agentes económicos, y realizaba visitas estratégicas a líderes en el mundo. Todo esto se revolucionó.
Una semana y media después de su victoria, López Obrador parece presidente en funciones, y la arena pública ha sido completamente ocupada por él. La discusión pública ya no es sobre cuál será su gabinete, porque salvo las carteras de las Fuerzas Armadas y el procurador general, todas están cubiertas desde diciembre e, incluso, ya hubo un ajuste en un equipo que aún no pasa de ser de papel. De lo que se habla es de quiénes serán nominados para el gabinete ampliado, al tiempo que sus principales colaboradores hablan de lo que hará, de lo que no, de cómo se harán las cosas y de lo que deben esperar los mexicanos. Aquí es donde empieza el problema por la variedad de discursos, mensajes y frases aisladas que no sólo él, sino sus colaboradores, están transmitiendo a la opinión pública.
Para botón de muestra, Alfonso Romo, su futuro jefe de Oficina, dijo que la descentralización de secretarías de Estado no significaría el despido de ningún burócrata. La descentralización de las secretarías es una utopía, a menos que tengan el presupuesto suficiente y la voluntad de miles de burócratas que, junto con sus familias, decidan mudarse de la Ciudad de México, a lo que hay que añadir el costo de su traslado. Si no lo hacen por cualquier razón, tendrían que liquidarlos, con recursos que, como los anteriores, no están presupuestados.
En el caso que una mayoría se trasladara con sus familiares, implicaría que al destino que lleguen se tendría que construir la infraestructura para albergar a miles de nuevos inmigrantes en ciudades que no tienen capacidad para recibir un flujo masivo de habitantes, ni instalaciones para el número de oficinas que se requieren, ni vivienda que satisfaga la demanda, ni los servicios municipales o escuelas para sus hijos y empleos para sus familiares que no laboren en la empresa.
Este ejemplo sirve para explicar la complejidad de una promesa de campaña que tendría que comenzar a reducir la escala de la acción anunciada ante la imposibilidad de que pueda ser llevada a cabo en la forma cabal como la ofreció López Obrador durante un largo tiempo. No es lo único ni el único de los colaboradores que están apareciendo en la arena pública y repitiendo discursos de campaña que en la ruta actual se pueden convertir en trampas para el nuevo gobierno. Hay mensajes contradictorios sobre la política económica, la energética, la educativa, la de seguridad. Prácticamente en donde sale un colaborador del candidato triunfador, hay una incongruencia. ¿Cómo explicar todo esto antes de que la opinión pública se dé cuenta de lo que están diciendo y empiece a protestar por las contradicciones o inconsistencias?
No se podrán explicar, y cuando eso llegue tendrá que haber rectificaciones que aumentarán el desgaste de un gobierno que aún no es gobierno. Regresar a lo básico es recomendable. López Obrador tiene que alinear el mensaje y los discursos de él con el de todos sus colaboradores para que no haya incongruencias. Nunca ha tenido necesidad de desarrollar una política de comunicación social y, por tanto, una oficina de comunicación presidencial, porque él siempre la manejó en sus tiempos y de forma discrecional, cómo transmitía sus mensajes. Puede mantener esa práctica, como lo hace el presidente Donald Trump, e insistir en la comunicación directa y horizontal y sin intermediarios, para comunicarse con la gente. Pero ya no es candidato, será en breve presidente electo y en corto plazo jefe del Ejecutivo.
Requiere orden y disciplina, sobre todo con su equipo, de tal forma que alinee el mensaje y establezca líneas de comunicación para que su nuevo gobierno sea coherente. Una comunicación vertical y organizada, con un vocero que sea el encargado de informar a la opinión pública, le urge a López Obrador, porque la anarquía declarativa es mala compañía. Es cierto que él siempre ha sido su mejor vocero, pero su contexto y realidad cambiaron. Está en los prolegómenos de su administración, y la comunicación no le marcará cómo gobernar, pero definitivamente, le dará el espacio para hacerlo. Que no se le olvide.
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