EL-SUR

Miércoles 17 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

ESTRICTAMENTE PERSONAL

La hora de Madrazo

Raymundo Riva Palacio

Mayo 15, 2006


Si uno se atiene a la fotografía de las tendencias de voto, Roberto Madrazo está electoralmente perdido. Todas las encuestas lo ubican en un consolidado tercer lugar, lejos de alcanzar el empate técnico con el puntero Felipe Calderón y con el cercano segundo lugar Andrés Manuel López Obrador, sin mucho músculo visible, además, para remontar la caída. En su cuartel general saben que la batalla mediática está perdida y que no importa qué tan bueno pudiera ser su propuesta, ni le creen ni le hacen caso.
Esta semana será crucial para el futuro de Madrazo, en cuyo war room se tomará una decisión estratégica: si frente a la realidad mediática que los apabulla, apuestan o no por un rediseño geoestadístico en la campaña que mida cuál es su implante territorial, que los conduzca a un trabajo masivo, pero microscópico, con su estructura. Es decir, decidirán si juegan su resto político al viejo aparato del PRI.
En el war room de Madrazo tienen datos electorales históricos que les permiten establecer parámetros para ese tipo de campaña. Calculan que en 260 de los 500 municipios del país se concentra el 70% del peso electoral donde se decidirá la elección del 2 de julio. De ese total aproximado –porque no dan datos precisos– 160 son notoriamente priístas, en alrededor de 60 hay una fuerte competencia con el PAN y el PRD, y en los 40 restantes son la segunda fuerza. Para el PRI, hay 12 zonas urbanas connurbadas donde se librarán las batallas decisivas, la ciudad de México, Acapulco, Ciudad Juárez, Guadalajara, Hermosillo, León, Monterrey, Puebla, Tijuana, Tuxtla Gutiérrez, Villahermosa y Veracruz.
La campaña de Madrazo, aún si no se decidiera por el diseño geoestadístico, parte de la premisa, que cada vez se confirma más por las tendencias de voto, que lo único claro de la elección del 2 de julio, es que la votación no será absoluta. Por esto mismo, si se continúa deconstruyendo el comportamiento electoral de los mexicanos en los últimos procesos, se puede ir achicando la competencia electoral no sólo a los municipios, sino a los propios distritos. Hay dos maneras de aproximarse a estos datos, a través de los índices de complejidad en capacitación electoral y educación cívica de 2004 –que de acuerdo con el IFE incluye factores geográficos, dispersión poblacional, presencia de lengua indígena, medios de comunicación, población alfabetizada mayor de 15 años, presencia de población flotante, zonas de alta migración, alta inseguridad, y zonas residenciales–, y la diferencia porcentual en votación por diputados federales de mayoría relativa en 2000 y 2003.
De acuerdo con los índices de complejidad, hay 128 distritos que se encuentran en la categoría más alta, concentrados en Chiapas, Guerrero, estado de México, Michoacán, Oaxaca, Puebla y Veracruz, que consideran las autoridades electorales zonas de potencial conflicto electoral.
No hay diferenciación entre zonas rurales y urbanas, pues en estos distritos se encuentran diversos tipos de problema que, inclusive, trasciende a lo electoral, como el que sean territorios dominados por el narco, o por protestantes –que se oponen terminantemente a todo proceso electoral–, o por grupos indígenas –el IFE ha encontrado serias dificultades para entrar en zonas mayas, por ejemplo–, o dominadas por caciques políticos. Estos distritos son, o tierra de nadie, por lo cual uno de los partidos puede pactar con los poderes fácticos para inducir el voto, o ya son dominados por uno de esos partidos. Para reflejar aún más el grado de dificultad, en 13 de esos distritos hay coincidencia con aquellos donde el proceso electoral es sumamente competido.
La segunda medición quirúrgica se encuentra en el Atlas Electoral de México de 2000 y 2003, que tienen que utilizarse en paralelo debido a que la última elección federal tuvo un 40% de participación, que arrojó pocos números que permitieran hacer una medición más precisa. De acuerdo con los analistas electorales, un distrito competido es aquél donde la diferencia de votación es de alrededor de 20%. En este análisis, hay 117 distritos en donde PAN, PRI y PRD compiten intensamente. En las elecciones presidenciales de 2000, el PAN obtuvo la mayoría de esos distritos, con el PRI segundo lugar en 40 de ellos y el PRD en 12. En donde ganó el PRI, el PAN fue segundo en 31 distritos y el PRD en 18. Mientras, donde obtuvo la victoria el PRD, el PAN y el PRI se repartieron en ocho ocasiones el segundo lugar. En 32 distritos del total, la diferencia fue menor de 10% –un dato que se repitió en 2003–, y los campos de batalla fueron estado de México, Michoacán y Veracruz. Otras entidades altamente competidas fueron, para el PAN, el Distrito Federal contra el PRD, y para el PRI, Michoacán, Tabasco, Tamaulipas y Zacatecas, con el PRD.
Al tomar la medición de las elecciones para diputado en 2003 sobre un universo de 96 distritos, se observa una recuperación del PRI al ganar 50 de ellos, dejando 32 para el PAN y 14 para el PRD. El PAN fue segundo lugar en 80 de esos distritos, con alta competencia en Guanajuato, donde hubo diferencias menores de 5%. El PRD obtuvo el segundo lugar en 16 distritos, algunos de ellos importantes, cuando menos simbólicamente, como en Ocosingo, Chiapas, uno de los viejos bastiones del EZLN, ganado en esa ocasión por el PRI, en Villahermosa, que también es priísta, y uno más en Morelia, donde cayeron derrotados por el PAN.
La deconstrucción del electorado introduce nuevas variables a la elección presidencial y al analizar su comportamiento se pueden entender mejor las estrategias de campaña. Por ejemplo, el arrastre que tuvo el PAN en el 2000 con Vicente Fox de candidato, no se tradujo en un apoyo al PAN en el 2003, tendencia que se extendió hasta la primera parte de la campaña de Calderón, cuando el continuismo pasivo lo tenía en el tercer lugar. Al pasar a la ofensiva con su campaña negativa en televisión comenzó a ganar voluntades que con la estructura de su partido, no estaba logrando.
López Obrador nunca ocultó la necesidad de ampliar su base electoral más allá del PRD a través de las redes ciudadanas, sabiendo que no tiene un partido implantado a nivel nacional, ni suficiente dinero para una intensa campaña en televisión y conseguir el voto independiente que tanto necesita. Es este el contexto en el cual la campaña de Madrazo tomará la decisión de seguir o no la ruta geoestadística y movilizar a su aparato. Pero si aún aspira ganar la elección presidencial, necesita también de dos elementos de apoyo: que haya miedo en el electorado para bajar el
índice de participación electoral, y que a diferencia de 2000, su estructura sí funcione. El primer factor –no imputable a él– va consolidándose, pero su maquinaria luce todavía atrofiada.

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