EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

ESTRICTAMENTE PERSONAL

La invasión silenciosa

Raymundo Riva Palacio

Marzo 18, 2005

 ESTRICTAMENTE PERSONAL

El primero de abril de 2005, dicen algunos estadunidenses, Tombstone hará otra vez historia. En esa pequeña población de Arizona, a unos 50 kilómetros de la frontera con Sonora, se espera realizar lo que se cree será la operación de vigilancia civil más grande en la memoria de ese país, donde calculan que 2 mil personas de todos los 50 estados de la Unión Americana, incluidas 17 de origen mexicano, “ayuden” a la Patrulla Fronteriza con una flotilla de 30 aviones, sensores térmicos, telescopios nocturnos y patrullajes continuos, para evitar, cuando menos por un mes, el ingreso de mexicanos indocumentados a ese país. No los quieren. Los consideran invasores                                   y, hoy en día, peligrosos para la seguridad nacional de Estados Unidos.

En Tombstone se dio una tarde de octubre de 1881 la balacera en el patio del establo O.K. Corral, donde Wyatt Earp y sus hermanos mataron a otros tres vaqueros que supuestamente vendían ganado robado a rancheros mexicanos, que no sólo se convertiría en el enfrentamiento más famoso del Salvaje Oeste, sino que redefinió las líneas divisorias entre lo legal y lo ilegal que marcó la historia jurídica de aquél país. Ahí, donde transpiran aún las correrías de la conquista del Oeste, es donde el grupo The MinuteMan Project que integran racistas declarados y veteranos de las guerras de Vietnam y del Golfo Pérsico, escenificarán su vigilancia antiinmigrante. Se dicen “patriotas”, como las milicias que así se autollamaron cuando cansadas de los impuestos británicos al té en las colonias hicieron destrozos en tres buques anclados en la bahía de Boston, con lo que simbólicamente comenzó la Revolución Americana hace cerca de 250 años.

The MinuteMan Project, que nació como organización hace alrededor de medio año y que reclutó en un mes a casi 100 veteranos de guerras, vio en Tombstone que se juntaban el hambre y las ganas de comer. Los patrocinadores del mes de vigilancia sobre los indocumentados son el ex marine Jim Gilchrist, y el director del periódico Tombstone Tumbleweed, Chris Simcox, repitiendo esa vieja constante entre el poder militar y el poder de los medios, como se expresara en los incidentes ficticios del hundimiento del Maine y del Golfo de Tonkin, avalados ambos por la prensa, que abrieron el camino de las tropas estadunidenses a las guerras de Cuba y Vietnam del Sur.

“¿Qué es lo que van a ver esos extranjeros ilegales y contrabandistas de drogas en la frontera el 1 de abril de 2005?”, escribió Frosty Wooldrige en la página de The MinuteMan Project en noviembre. “Se van a encontrar con líneas de millas de patriotas norteamericanos organizados al estilo militar, determinados, molestos y ansiosos, en campamentos, casas móviles y camiones de carga con sus binoculares defendiendo a Estados Unidos”. Wooldrige, reflejando la molestia creciente de un sector estadunidense, se quejó de que el presidente George Bush apoye al presidente Vicente Fox en lugar de enfocarse en “nuestras” necesidades y el Estado de derecho y que senadores y diputados denuncien la Proposición 200, aprobada por el Congreso de Arizona, cuando “tenemos pandillas hispanas antiamericanas en nuestras comunidades”.

No es la primera vez que se dan protestas de esa naturaleza contra indocumentados en la frontera. Sin embargo, las condiciones en las cuales se dará son totalmente diferentes a todas las anteriores expresiones de repudio. En Estados Unidos hay una creciente ansiedad sobre la posibilidad de que terroristas de Al Qaeda ingresen a su territorio a través de la porosa frontera con México, que comenzó en medios vinculados a los organismos de inteligencia, que se amplió a la queja pública de la comunidad de inteligencia, que se extendió a la Oficina de Seguridad Fronteriza del Departamento de Seguridad Territorial, y que contagió al Capitolio. El momento ha llegado a tal intensidad que el senador de Arizona John McCain, quien siempre se había opuesto a militarizar la frontera con México, declaró esta semana que ha cambiado de opinión porque no ve otra forma de evitar el paso de terroristas.

El presidente Fox ha dicho que eso no sucederá; el procurador Rafael Macedo de la Concha aseguró que las fronteras son seguras; y el secretario de Relaciones Exteriores Luis Ernesto Derbez afirmó que Estados Unidos todavía no documenta nada de ese tipo. Si sus declaraciones son para tranquilizar a la gente, está bien. Pero si son auténticas, entonces no han entendido de lo que se trata. El interés de Washington para saber qué tanta información tiene México sobre el terrorismo no surge a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Desde febrero de 2000, el entonces gobierno de Bill Clinton le solicitó información al de Ernesto Zedillo sobre Osama bin Laden, y empezó a enviar información sobre el movimiento de células de Hezbolá y Hamas procedentes de América del Sur que se habían instalado en Chiapas. Casi al mismo tiempo, el gobierno saudita, algunos de cuyos jeques apoyan al terrorismo global, solicitaron a la cancillería mexicana autorización para inyectar recursos a la mezquita musulmana en Torreón, lo cual fue negado.

Aquél interés se fue transformando en preocupación, luego en alerta y ahora en una emergencia nacional. El gobierno mexicano tiene que ver que Estados Unidos no se va a detener en nada y por nada. Tras el 11 de septiembre, ante la pobreza de la información de inteligencia, enviaron decenas de agentes clandestinos para hacer esa tarea, fuera del conocimiento del gobierno foxista. Pese a su buena relación con los militares, no tienen confianza alguna en la inteligencia civil del gobierno mexicano, y no tardará mucho en que comiencen a presionar en esa dirección. Buscarán garantías a su seguridad y, como en el pasado lo pidieron al gobierno de Carlos Salinas, que la frontera estratégica estadunidense se recorra al sur de México. Ya hay indicios en ese sentido, pero dentro del gobierno mexicano no ha habido la suficiente sensibilidad. Tombstone no es un hecho menor. Será una operación más que simbólica, y marca un patrón de comportamiento creciente en todas las esferas de la sociedad pública estadunidense que vive permanentemente atemorizada, paranoica y viendo terroristas en todos lados. Como los mexicanos, claro, la invasión silenciosa que han venido denunciando desde hace casi tres décadas y que nunca como ahora encontró mejor contexto para enfrentarla.

 

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