Rosa Icela Ojeda Rivera
Abril 27, 2016
El domingo 24 de abril cuando marchábamos por la avenida Costera para manifestarnos contra la violencia que asesina a miles de mujeres cada año en México, jamás pensamos que horas más tarde esa misma vía sería escenario de uno de los operativos más impresionantes en nuestra ciudad. Estábamos conscientes sí, que en el contexto de Guerrero nuestra exigencia de justicia, contra la impunidad, porque vivas nos queremos y ni una asesinada más, estaba fundada en la más profunda reivindicación de los derechos civiles.
Al término de la marcha, una docena de chicos y chicas participantes, haciendo uso de sus legítimas libertades se cooperaron para cenar en un puesto semifijo de tacos ubicado a un costado de lo que antes fue el Centro Internacional Acapulco. Casi al final de la cena los celulares de cada uno de ellos casi colapsan con llamadas, mensajes e imágenes enviadas por progenitores, familiares y amigos que mostraban una zona de guerra: muertos, autos incendiados, etcétera. Todo ello ocurría en plena avenida Costera. Hacía menos de 40 minutos que yo me había transitado por ahí y me costaba trabajo pensar que las escenas fueran reales en un tiempo tan corto.
En lo que pedíamos la cuenta llegó otra andanada de mensajes y audios, para entonces, las balaceras se habían vuelto omnipresentes. Acompañaba a las comunicaciones la exigencia de que chicas y chicos se aparecieran lo más pronto posible en sus casas, el dilema era por dónde avanzar, no faltó quién propuso que fuera por la Costera vieja, idea que de inmediato se descartó por ser una vía oscura y también pensando que, si se trataba de una persecución, seguramente los maleantes buscarían escapar justo por ahí. Decidimos por consenso ir por la Costera Miguel Alemán con la prevención de que, en cuanto hubiera una indicación o señal de peligro volveríamos sobre nuestros pasos. Avanzamos, nos llamó la atención una familia que parecía buscar sin éxito un taxi, llevaban dos maletas grandes y un bebé en su carriola, parecían asustados, ¡Ni para ayudarlos! En la acera, detrás de ellos, mimetizándose en la obscuridad vimos a unos marinos con chaleco antibalas, parecían resguardar el acceso a la Costera vieja. En La Diana dimos de golpe con un grupo grande de gente muy asustada que buscaba protegerse en la gasolinera, uno de los dos vehículos en los que viajábamos tenía vidrios polarizados, fue encañonado de frente por un elemento de una de las corporaciones de seguridad que actuaban en el operativo. Las chicas bajaron los vidrios y levantaron las manos gritando “somos población civil”. Librado el perturbador incidente por puro instinto y no porque alguien nos lo indicara, decidimos salir de la Costera. Los nuestros fueron los últimos vehículos en pasar. Las otras chicas tuvieron que pernoctar en uno de los hoteles aledaños al punto.
Cruzamos por la calle de la Escuela Preparatoria Salvador Allende de la Universidad Autónoma de Guerrero, grandes y absurdos topes en ella convirtieron nuestro recorrido en una larga y peligrosa carrera de obstáculos; ya sobre Avenida Universidad a la altura de la Preparatoria Americana hombres uniformados portando armas de alto poder en posición de ataque, con gritos y sumo nerviosismo nos exigieron avanzar más rápido. Al llegar al crucero de la Avenida Cuauhtémoc, bajo el puente Bicentenario sentimos alivio, aunque todavía había que acceder a la Avenida Ruiz Cortines para dejar sanas y salvas a las jóvenes que en medio de una alarma infinita eran esperadas por sus familias. Sus familiares habían entrado ya en pánico, encargados de reproducir todo lo que les enviaban por la redes, había ya para entonces una pérdida de racionalidad, el miedo extremo había ocupado su lugar.
La experiencia vivida nos deja varias enseñanzas, la primera de ellas es que fue desde el espacio cibernético donde se operó el miedo en una población inerme, desde ahí se promovió y replicaron imágenes y audios que de forma perversa y dolosa produjeron un episodio de terror paralizante, desquiciante, exasperante; segundo, correspondía a la autoridad, llámese como se llame, de cualquier nivel, dar la cara, reaccionar con prontitud y desde el mismo espacio dar información fidedigna, veraz de los hechos, asumiendo públicamente la seguridad de la ciudadanía, comprometiéndose a reparar las rupturas del Estado de Derecho en el período más corto posible. Aprendimos también que algunos elementos de las fuerzas de seguridad no son los Rambos de las películas si no seres humanos como nosotros en cuyos rostros podía apreciarse el nerviosismo y el miedo.
Al llegar por fin a casa buscamos por nuestra cuenta alguna explicación a los hechos, dimos entonces con la nota de la detención en los Cabos del líder de un cártel delictivo que opera en Acapulco; para entonces en las redes se nos había convocado a cancelar actividades públicas, a permanecer auto-secuestrados en nuestras casas. Tardó en llegar el comunicado oficial sobre los hechos.
Los acontecimientos de lo que hemos llamado “la noche del terror” aceleraron la decisión de algunas familias de cambiar de residencia, de irse a radicar a otras entidades. Qué bueno que tengan esa oportunidad y sobre todo la convicción de hacerlo, otros y otras, por falta de oportunidades, por gusto, por convicción o simplemente por voluntad propia seguiremos viviendo aquí. La autoridad debe garantizarnos la seguridad que merecemos, pero también estamos conscientes que no podremos hacerlo de manera exitosa sin un mínimo de organización civil ni con la ausencia de colaboración de las instituciones educativas que asistan dando contención e incluyendo el desarrollo de programas para preservar la sanidad mental, para evitar que el miedo, con el que vivimos ya, se convierta en terror paralizante. Vivir en nuestra entidad es nuestro derecho, un derecho que nadie puede conculcarnos.