Raymundo Riva Palacio
Mayo 16, 2005
Lo que tantas veces dio muestras de querer, empieza a cumplírsele a Vicente Fox. Ya le falta muy poco para dejar de ser Presidente. Vistos los resultados, es una gran noticia. Pero vistos los tiempos, no hay nada aún que festejar. Faltan poco más de 12 meses para la elección y casi año y medio para que el nuevo presidente tome posesión. En todo este tiempo –la burra no era arisca– el presidente Fox puede desbarrancar el país. ¿Cómo? Sigue hablando de la reforma energética, y vendrá la fiscal, y todavía entre los suyos mencionan la del Estado. Sigue golpeando (“necios”, les volvió a decir) a quienes se oponen a cambios legales en la energía, y continúa vociferando por una “enchilada” con Estados Unidos, echándoles en cara que ni los “negros” (¿no que era tan políticamente correcto) quieren hacer el trabajo de los mexicanos. Ya parece como aquél niño que a los cuatro años aspira ser policía porque le gusta el uniforme, con la enorme diferencia que Fox ya no es un niño, por lo cual se esperaría de él lo que pide: madurez política.
Que se olvide el Presidente. Salvo uno de esos milagros inexistentes, no habrá las reformas estructurales que quiere. Es más, debería de sacarse de la cabeza hasta el discurso, pues si no lo pudo hacer en sus dos primeros años, que se supone los de mayor consenso para los deseos de un nuevo mandatario, menos ahora que va de salida y que sigue destruyendo cuanto puente se le tiende. Fox no tiene muchas opciones para salvar algo de su gobierno para la historia a menos que pueda garantizar, como árbitro que debería ser, unas elecciones equitativas y competidas, por tanto legales y legítimas, donde vaya construyendo desde este momento el escenario de la aceptabilidad de la derrota. Este concepto es fundamental en un proceso democrático, pues el que uno de los actores rechace la derrota, no sólo rompe el proceso en sí mismo, sino lleva al sistema al riesgo de quiebra. Aceptar la derrota no se encuentra muy arraigado en nuestra cultura, y la tendencia de las últimas elecciones muestra que los partidos han ido aniquilando los órganos electorales, recurriendo a los tribunales y, aún así, inconformándose en algunos casos cuando no los favorecen.
En las condiciones actuales, con un árbitro que se viste más veces de porro que de mediador y conductor, las elecciones del 2006 pintan para un aquelarre. Sin embargo, hay tiempo para evitar esa catástrofe política y electoral. Lo que Fox necesita, se puede pensar, no es perder tiempo y energía en la búsqueda de reformas sin destino, sino un plan de gobernabilidad de 18 meses que permita, primero, llegar en las condiciones públicas más sanas posibles a la elección, y segundo, que el proceso de relevo de poder se de en un entorno similar al que se dio cuando él lo tomó del presidente Ernesto Zedillo. En las elecciones del 2000 se dio el factor de aceptabilidad de la derrota, pero las condiciones políticas no estaban tan polarizadas ni deterioradas como hoy en día. Para poder llevar a cabo ese plan, el Presidente necesita, como condición sine qua non, un gabinete de refresco que continúe con las tareas pero con caras frescas en aquellas secretarías que requieran de nuevas articulaciones, y un secretario de Gobernación creíble, respetado, capaz de sentar a la mesa a todas las partes y grupos de interés, para alcanzar compromisos de corresponsabilidad del proceso. Ahora que los actuales titulares de Gobernación y Medio Ambiente, Santiago Creel y Alberto Cárdenas, renuncien para buscar la candidatura del PAN a la Presidencia, Fox vuelve a tener una oportunidad para sobrevivir positivamente en la historia.
Tiene la posibilidad de generar una crisis de gabinete, entendiendo que las crisis no siempre son crisis, sino oportunidades. Fox puede concretar el primer cambio de gabinete pensado estratégicamente en la elección y en el semestre previo al relevo de gobierno. Tiene carteras terriblemente desgastadas, como Relaciones Exteriores y Economía, donde hace tiempo se viene gritando el cambio. Se le abrirán dos en breve. Un plan de gobernabilidad podría pasar también por abrir carteras al PRI y al PRD, como parte de los compromisos que forjaría el nuevo secretario de Gobernación, cuyo perfil es el más importante de cara al 2006, pues él será el representante del Presidente en la conducción del proceso electoral. Su nombramiento mandará el mensaje de lo que realmente quiere Fox. ¿Carlos Abascal, secretario del Trabajo, como se ha mencionado, o Ramón Martín Huerta, de Seguridad Pública? El mensaje sería de continuidad y posición de la extrema derecha foxista, encarnada por el jefe de gabinete de facto en Los Pinos, Ramón Muñoz, ¿el senador Diego Fernández de Cevallos, como están comenzando a filtrar en Los Pinos? Para el PRD sería más que claro: la guerra sigue. ¿Josefina Vázquez Mota, secretaria de Desarrollo Social? Con perfil político, inventada al vapor como secretaria, y aunque su trabajo ha pasado por construir consensos, quedaría bajo sospecha de si los programas sociales serán ahora integrados a la política electorera. La mejor opción, desde afuera del foxismo, sería un secretario que no esté manchado por los desatinos presidenciales, como es su gabinete y su partido, que tenga experiencia en la materia, la confianza de todos los actores y que esté probado bajo presión. El mejor nombre sería el ex presidente del IFE, José Woldenberg, cuyo nombre es, de antemano, ya rechazado en la Presidencia. Ahí quieren a un panista, y si es de sus cercanos mejor. Son las tentaciones de Fox, el hombre que se creyó demócrata, no creció como jefe de Estado, y que está terminando como un chiquilín autoritario.