EL-SUR

Martes 16 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La vacunas y su historia

Fernando Lasso Echeverría

Enero 08, 2019

(Primera parte)

 

Las vacunas son preparados biológicos en base a microorganismos debilitados o muertos que se administran en la piel (intradérmica), bajo la piel (subcutánea), intramuscularmente o en forma oral, para inducir inmunidad activa contra enfermedades infecciosas; son productos que forman parte básica de la medicina preventiva de hoy, y por ello, la vacunación es una importante actividad de la Salud Pública; sin embargo fue hasta principios del siglo XIX cuando empezó el uso público de la vacunación, con el empleo de la vacuna contra la viruela, después de la publicación del trabajo de investigación del inglés Edward Jenner sobre la viruela de las vacas en 1798 (de ahí viene el nombre de vacuna) y su efecto protector en los humanos, confirmado poco después por otros investigadores, hecho que provocó que el método se propagara rápidamente a toda Europa y después a todo el mundo.
Merece mención que la vacunación con viruela humana ya se conocía, y se practicaba en China, India y Turquía, mucho tiempo antes de la investigación de Jenner; este era un procedimiento, que consistía en trasladar pus de las lesiones de individuos ligeramente afectados por la viruela a personas sanas, pero esto, no era un conocimiento generalizado, ni las inmunizaciones eran masivas y por ello, a nadie le llamó la atención las escasas inmunizaciones que se practicaron, pues ninguno había investigado científicamente al respecto como lo hizo Jenner durante la última década del siglo XVIII, y menos publicado resultados de alguna indagación propia.
Este médico inglés se dio cuenta que los campesinos afirmaban que cuando la viruela de las vacas –que se caracterizaba por una erupción pustulosa en las ubres de estos animales– contagiaba a los ordeñadores, estos no adquirían viruela humana durante las epidemias cíclicas que había entre la población, o bien, que presentaban un ataque muy leve de la enfermedad. Jenner acumuló personalmente información entre los trabajadores que se dedicaban a este oficio, y posteriormente empezó a inocular a personas con viruela vacuna, y a exponerlas al contagio de viruela humana, observando en su seguimiento, que la infección era muy leve pues la erupción era muy limitada, sin pústulas o cicatrices en las caras y no exponía a la muerte a los vacunados, como sucedía con los enfermos sin “vacunar” y que por otro lado, estas personas vacunadas, no eran fuente de contagio para otras con las que convivía. Jenner, publicó los resultados de su trabajo, mismo que tituló Investigación sobre los efectos y causas de la viruela vacuna, que por cierto, causó mucho escepticismo entre la clase médica inglesa; posteriormente, otros investigadores confirmaron el hallazgo y Jenner entró a la inmortalidad.
Las enfermedades contagiosas –ya sean virales o bacterianas– existen desde tiempos inmemoriales y siempre han acompañado y afectado a la humanidad y a los animales; en muchas ocasiones, y hasta la primera mitad del siglo pasado, lo hacían en forma epidémica, matando a un porcentaje mayoritarios de los enfermos y por ende, disminuyendo notablemente el número de habitantes, hecho que provocaba un notable despoblamiento en forma localizada, regional o continental; es de recordarse los terribles flagelos que significaron en la antigüedad para las poblaciones continentales, la temible viruela, el terrible cólera, o la peste bubónica, que mató con cierta periodicidad a miles de habitantes en la vieja Europa, así como en Asia y África.
Pero es la viruela la que está considerada como el azote más terrible que ha tenido la humanidad a través de su historia; están documentados muchos brotes en el mundo a partir de 1350 A. C. , durante la guerra entre egipcios e hititas en el medio oriente, y esta enfermedad ha provocado a través del tiempo la decadencia de grandes imperios regionales en el mundo; tan solo en Europa, –específicamente durante el siglo XVIII–, esta enfermedad fue responsable de entre 200 mil a 400 mil defunciones en ese continente cada cierto tiempo que variaba de tres a cinco años, cuando aumentaban los susceptibles a la infección.
Y a la viruela, traída a este continente por españoles, ingleses, portugueses y esclavos africanos, se debió el terrible despoblamiento de los naturales de América. En esa época, se calculaba en México, una población de 25 millones de habitantes nativos, los cuales quedaron reducidos a 1.6 por varias razones, siendo esta enfermedad viral la principal de ellas.
Algo parecido, sucedió con las poblaciones de hurones, iroquíes y mohicanos, en Norteamérica, que de millones de habitantes con los que contaba esta región americana, por la viruela quedaron reducidos a unos cuantos miles; se dice también, que esta enfermedad fue la principal causa por la cual Canadá no fue integrado a Estados Unidos y permaneció en el Imperio Británico, cuando George Washington fracasó en el intento de arrebatar Quebec a los ingleses en 1766, a causa de una epidemia de viruela que mató a la mitad de sus tropas; todos estos hechos –y muchos más– hicieron que esta enfermedad infectocontagiosa, fuera reconocida como la más letal de todas las plagas que han afectado a la población mundial.
En México la viruela fue introducida por Francisco Eguía, un soldado de raza negra integrante de la expedición de Pánfilo de Narváez; su llegada en 1520 a las actuales tierras mexicanas –en fase infectante– produjo una epidemia en Zempoala y Tlaxcala, que siguió hasta Tenochtitlán, enfermando prácticamente a toda la población autóctona expuesta, pues esta, nunca había tenido contacto con este virus, hecho que produjo en general casos muy graves y una mortalidad acentuada que sumó miles de defunciones, situación que sin duda, fue el factor determinante para la derrota de los americanos originales y la conquista de sus tierras, a manos de los europeos.
Curiosamente la historia epidemiológica de los 300 años de dominación española en América, comienza y termina con episodios relacionados con la viruela; en el primero de los casos –como ya se mencionó– lo fue la introducción del virus variólico por Eguía en el territorio mexicano, que alteró en forma definitiva el desarrollo de la conquista, al situarse en el momento exacto en que los españoles habían sido expulsados de Tenochtitlan durante la famosa batalla denominada de la “Noche Triste”; en un lapso de tres meses del año mencionado, enfermaron y murieron decenas de miles de combatientes indígenas, entre jefes, soldados, sacerdotes, pueblo y hasta el emperador Cuitláhuac inclusive, así como los caciques Itecahuatzin y Necuametzin, cuando la epidemia cundió sobre Cuautlán, Chalco, Texcoco y otras poblaciones aledañas al gran lago, así como Coatepec, Chicoloapan y Chimalhuacán. Los oriundos de estas tierras, se vieron diezmados por la enfermedad, hecho que les impidió pelear con ímpetu y bravura y mucho menos, perseguir a los españoles hasta Tlaxcala, donde estos habían ido a refugiarse. En escasos 60 días, la viruela –no los españoles– conquistó la gran capital azteca y sus vecindades, acompañada de condiciones posteriores de gran insalubridad y hambruna entre la población, que por la epidemia, no podían moverse ni hacer nada útil por ellos mismos. Por otro lado, esta pavorosa situación provocada por la nueva enfermedad entre la población autóctona, causó entre los naturales de América gran temor y graves efectos psicológicos relacionados con sus creencias, que, aceptaban que sus dioses habían sido vencidos por los de los invasores extranjeros, que se habían demostrado más poderosos al traerles la terrible enfermedad que los aquejó, y decidieron suspender toda resistencia, al sentirse desamparados.
El segundo episodio se refiere a la llegada de don Francisco Xavier Balmis a Yucatán, el 28 de junio de 1804 –seis años antes de que estallara la revolución de independencia– quien traía la vacuna ideada por Jenner a la Nueva España, como parte del encargo de rey Carlos IV de España de difundirla en el Imperio Español. La llamada Expedición Filantrópica de la Vacuna, partió de Coruña en 1803, con 22 niños huérfanos provenientes de un orfanato, que durante el viaje vinieron siendo inoculados con el virus en forma sucesiva de brazo a brazo, hecho que permitió que los niños llegaran a América con lesiones variólicas recientes y exudativas, lo cual permitía tomar de ahí el material necesario para vacunar a otras gentes. Antes de llegar a Yucatán, la expedición estuvo en Puerto Rico, Venezuela y Cuba, y ya en la península, pasaron por Campeche, Veracruz, Puebla y la Ciudad de México; de esta ciudad, se trasladaron a las ciudades más importantes de la Nueva España, antes de que Balmis, partiera desde Acapulco rumbo a las Filipinas –ahora– con 25 niños mexicanos.
La vacuna se continuó conservando en humanos en la Ciudad de México, al cuidado de anónimos ciudadanos encabezados por José Miguel Muñoz, desde 1804 a 1842; por su hijo Luis Muñoz entre 1842 y 1872, por Fernando Malanco de 1872 a 1898, y a partir de este año, por Joaquín Huici y Francisco de P. Bernaldez; aunque los resultados de sus actividades de vacunación, estuvieron lejos de ser tan óptimas como se pretendía, debido más que nada a las convulsiones políticas y movimientos armados que afectaron al país, gran parte del siglo XIX. En 1868, Angel Gaviño Iglesias, trajo de Francia, la simiente del virus de la vaccinia, que finalmente se usó para la producción masiva de la vacuna. En 1912, en Mérida Yucatán, se fundó el primer laboratorio oficial de producción de linfa vacunal en gran escala en bovinos, iniciándose su uso en esa región del país; ese mismo año, por iniciativa del doctor Alfonso Pruneda, se aprobó que en todo el territorio nacional se utilizara la vacuna obtenida en bovinos. A partir de 1916, bajo la responsabilidad de Braulio Ramírez, la vacuna se preparó en el Instituto Bacteriológico Nacional, que había sido fundado en 1905, por Gaviño Iglesias y ubicado en esas fechas en Jalapa Veracruz, debido a los problemas causados por la Revolución de 1910. En 1918, el Instituto se reinstaló en Popotla, junto a la Ciudad de México, y en 1921, se le cambió el nombre a Instituto de Higiene.
En 1926, se ratificó el decreto presidencial que obligaba la vacunación contra la viruela y se iniciaron campañas de prevención masivas, reforzadas por la intensa participación de las Brigadas Sanitarias Móviles a cargo de Miguel E. Bustamante. En 1943, la reciente Secretaría de Salubridad y Asistencia organizó una comisión contra la viruela encabezada por Gustavo Viniegra, que en 1950 se transformó en la Dirección General de la Campaña contra la viruela a cargo de Carlos Calderón y Heliodoro Célis. La intensa vacunación en todo el país, no carente de serios tropiezos por la ignorancia y desconfianza de muchos padres de familia, culminó exitosamente cuando en 1951 se presentó el último caso de viruela en México, en una joven llamada Victorina Torres, residente de Tierra Nueva en el estado de San Luis Potosí. Con este logro, México fue el primer país latinoamericano en erradicar la viruela, aunque la vacuna siguió elaborándose hasta 1976 en el Instituto Nacional de Higiene (llamado así desde 1956) de la Secretaría de Salubridad y Asistencia.
Después de la vacuna antivariolosa de Jenner, transcurrió casi un siglo para que se dispusiera de nuevas preparaciones para la prevención de enfermedades contagiosas; una vez que el científico francés Louis Pasteur, postuló su teoría microbiana de las enfermedades, se inició la búsqueda sistemática de los agentes responsables. Gracias a sus trabajos y a los de su contemporáneo el alemán Roberto Koch, se obtuvieron los primeros cultivos bacterianos y se identificaron a los responsables de algunas enfermedades que asolaban a la población mundial. Koch, trabajaba investigando el microbio que produce la tuberculosis (ahora llamado bacilo de Koch) y Pasteur, estaba involucrado en el estudio del cólera de las gallinas, enfermedad que causaba grandes pérdidas a la industria avícola en Europa. Pasteur, inicialmente observó que el envejecimiento de los cultivos bacterianos, conducía a que estos perdieran su capacidad de producir la enfermedad, pero que las gallinas inoculadas con ellos, no desarrollaban la enfermedad al exponerlas al contagio. La interpretación de Pasteur, fue que el cultivo prolongado transformaba de alguna forma, a la bacteria y la hacía perder la propiedad de causar una enfermedad grave, pero no así su capacidad de inducir inmunidad. El fenómeno fue llamado atenuación y en 1881 lo aplicó al caso de Antrax, enfermedad septicémica mortal del ganado, especialmente del lanar, causada por el desarrollo de las esporas de la bacteria aerobia Bacillus anthracis; Pasteur, cultivó a la bacteria a 42-43º C. por tiempos diferentes y obtuvo productos con diversos grados de virulencia, que utilizó para inocular animales susceptibles, primero con un cultivo de muy baja virulencia y 12 días después con otro más potente; todos los animales tratados resistieron la inoculación de bacterias virulentas, no así los animales testigos no sujetos a ese proceso. Pasteur, llamó vacuna a los cultivos usados para producir inmunidad, como homenaje a Jenner y el término quedó para designar cualquier tipo de preparación usada con ese propósito. En 1883, Pasteur, obtuvo un nuevo triunfo con la erisipela porcina, causada por Erysipelothrix rusophatie, el cual fue atenuado no por cultivo, sino pasándolo por conejos.

* Ex Presidente de la Socie-dad Médica de Chilpancingo y del Colegio Médico Estatal.