EL-SUR

Jueves 07 de Noviembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

ESTRICTAMENTE PERSONAL

Listos para hacer la chamba a Trump

Raymundo Riva Palacio

Junio 19, 2020

El ingreso de México al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el máximo órgano político de la organización, fue celebrado como un gran éxito de la diplomacia del presidente Andrés Manuel López Obrador. Incluso, apropiándose de su narrativa, el representante permanente ante la ONU, Juan Ramón de la Fuente, dijo que se había logrado por la persuasión a través de planteamientos y cabildeo para “demostrar lo que ofrecíamos”. Un poco sobrada la fiesta y la grandilocuencia retórica, que no recoge la verdad detrás del ingreso como uno de los 10 miembros no permanentes del organismo.
México entró por un periodo de dos años como resultado de una gestión iniciada en el gobierno de Enrique Peña Nieto y cuyo cabildeo mantuvo el de López Obrador. Fue un trabajo relativamente sencillo y barato –De la Fuente presumió tramposamente la austeridad con la que se logró– por una razón: la silla que le corresponde a Latinoamérica y el Caribe, no tuvo ningún candidato salvo México. Casi podría decirse que su llegada fue por default. La venta pública del ingreso, bañada de confeti y propaganda, llega sin embargo en un mal momento para México, que tiene el Presidente más servil ante un jefe de la Casa Blanca que se recuerde, quizás, en casi 70 años.
Este es un hecho para no olvidar. El Consejo de Seguridad es donde las cinco potencias nucleares del mundo –China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia– mantienen el equilibrio global con forcejeos y acuerdos, jugando y presionando a los 10 miembros no permanentes, que cuando no están alineados con una de ellas, sufren presiones. Cada vez que México ha jugado un papel activo en ese órgano, choca con Estados Unidos, como sucedió en 2003 con Adolfo Aguilar Zínser por la invasión a Irak, y en 1982 con Porfirio Muñoz Ledo, por la intentona invasora en Nicaragua.
Aguilar Zínser presidió el Consejo de Seguridad y se enfrentó con el representante John D. Negroponte –que fue embajador en México–, y públicamente con el entonces secretario de Estado, Colin Powell. Rechazó la invasión a Irak y pidió una salida diplomática al conflicto, impulsando que la ONU, no el gobierno de George W. Bush, se encargara de la reconstrucción de ese país. Las tensiones con los estadunidenses se socializaron cuando en un discurso en la Universidad Iberoamericana, Aguilar Zínser dijo que “Estados Unidos nunca ha visto a México como su socio”, sino como “patio trasero”. Aunque era una verdad de Perogrullo, el entonces presidente Vicente Fox lo descalificó y lo cesó.
Años antes, Muñoz Ledo, que también llegó a presidir el Consejo de Seguridad, se enfrentó con la representante estadunidense, Jeanne Kirkpatrick, un halcón en el gobierno del presidente Ronald Reagan, que quería el derrocamiento del régimen sandinista. Al igual que años después haría Powell con fotografías de supuestas armas de destrucción masiva en Irak, el entonces secretario de Estado, Alexander Haig, presentó en ese organismo fotografías que supuestamente mostraban armas soviéticas en territorio nicaragüense. La invasión a Nicaragua fue frenada, pero Estados Unidos armó un ejército mercenario contra los sandinistas, organizado por Negroponte desde Honduras, donde era embajador en los 80.
Muñoz Ledo no enfrentó las intrigas palaciegas que sufrió Aguilar Zínser, porque el presidente José López Portillo, altamente cuestionado por el manejo económico del país, en política exterior se mantuvo consecuente con los principios diplomáticos mexicanos, a diferencia del presidente Vicente Fox, inconsistente y contradictorio en los asuntos internacionales.
Sin embargo, Muñoz Ledo salió de Naciones Unidas por las presiones de Estados Unidos, después de un incidente en las calles de Nueva York, donde, alcoholizado, amenazó a una persona en un incidente de tráfico menor. Incluso, la molestia de Washington contra él era tan grande, que cuando el gobierno de México pidió el plácet para enviarlo como embajador al Reino Unido, ese gran aliado de Estados Unidos se lo negó.
Estar en el Consejo de Seguridad requiere oficio, conocimiento y, ciertamente, valor al tomar decisiones, porque no se sabe la reacción de Estados Unidos, un país de quien México depende económicamente. En el contexto actual, el presidente López Obrador borró los márgenes de maniobra que siempre han buscado tener los mandatarios mexicanos con Estados Unidos, y se ha prestado para su trabajo sucio –el muro en el Suchiate contra la migración centroamericana–, o cedido soberanía –como la aceptación de inspectores laborales en empresas mexicanas–.
En la larga exposición laudatoria, De la Fuente enumeró acciones que quiere hacer en el Consejo de Seguridad, que en realidad son más bien temas de la Asamblea General, no de ese órgano. La agenda que resumió el presidente como mandato fueron lugares comunes que, o no tienen que ver directamente con las funciones del Consejo, o fueron una reiteración de sus tareas. Ninguno de los dos tocó asuntos sustantivos. ¿Qué conflictos verá México en el Consejo?
El de China, con las naciones occidentales, en particular con Estados Unidos, por temas comerciales y de derechos humanos. Venezuela es otro, respaldada por China y Rusia, ante los embates de Estados Unidos. Corea del Norte, Siria e Irán son otros tres puntos de choque entre las potencias. Las posiciones de López Obrador han sido a favor de Venezuela, está cerca de Corea del Norte y de Irán, y coquetea con China.
En el Consejo de Seguridad no hay claroscuros: o se está con una de las potencias, o se tiene una posición independiente sólida. Pero no esperamos sorpresas. El récord de López Obrador lo dice todo: nunca ha criticado al presidente Donald Trump. Estados Unidos contará con un aliado sumiso, como lo ha sido en este primer año de gobierno, y como no ha tenido Washington desde los primeros años de la Guerra Fría.

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