EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Lorenzo Córdova o el cerebro seco de la transición

Gibrán Ramírez Reyes

Diciembre 21, 2020

Pensándolo Mejor

 

No reclamo que milite, porque todos quienes participamos de la política somos militantes de nuestros valores y convicciones, pero sí la hipocresía con que lo hace (la misma de toda su claque que aspira a dirigir políticamente el país desde el Consejo General del INE, pero sin ensuciarse los trajes). Dicen que militan en la neutralidad democrática del árbitro, pero militan en realidad en contra del populismo, que en México viene a ser López Obrador, y militan, por lo tanto, en contra de la mayoría, aunque lo hagan en nombre de la democracia. Y como se trata de una lucha ilegítima, pues a ellos correspondería ser jueces sin tomar parte, deben argumentar en términos grandilocuentes su gesta mezquina, aunque cada vez sus argumentos sean de peor calidad. Lorenzo Córdova Vianello es uno de los mejores ejemplos de este afán por torcer la teoría y la práctica políticas para ajustarlas a los entendimientos del viejo régimen. Supongo que es difícil cambiar de ideas una vez terminado el doctorado, cuando ya tiene uno todo el discurso armado, pero esforzarse por mirar no estaría mal. Y es que ahora ni se mira la realidad ni se lee lo que se cita o se discute. En ocasión de la conferencia magistral de Claus Offe, que habrá que comentar en otro espacio, Lorenzo Córdova ofreció algunas joyas de la teoría política contemporánea que bien pueden servir de ejemplo de lo que digo.
Los populistas, dice Córdova, desnaturalizan ciertos conceptos, en este caso los de voluntad general y pueblo, y por ello se propone renaturalizarlos. El teórico entra en acción y dice: no es lo mismo “voluntad general”, que es un procedimiento del que habló Rosseau, que según él deriva en una ley racional, que lo que hacen los populistas, bastante diferente, y que Córdova eligió llamar “voluntarismo” general. Con la creatividad teórica de quienes separan conceptualmente lo que les gusta de lo que no –como quienes disciernen arbitrariamente entre libertad o libertinaje según se ajuste a su moral– Lorenzo hizo su modesta aportación para mantener limpio, según él, el pensamiento del ginebrino:
“Rousseau interpretaba al pueblo, no necesariamente como algo homogéneo, al grado de que cuando la homogeneidad no se da tiene que recurrir a la regla de la mayoría para decidir, sino como el conjunto de todas y todos los ciudadanos […] Es decir, el pueblo, desde Rousseau que acuña políticamente este concepto es necesariamente plural en su composición, en su integración y esto no tiene que ver con el método para tomar decisiones que conforma la voluntad general. […] O tiene que ver en la medida en que ese método no puede excluir ese pluralismo, esa diversidad de posturas, de personas, de ciudadanas y ciudadanos que integran el pueblo. […] El pueblo del populismo [en cambio] es un pueblo orgánico, un pueblo homogéneo, un pueblo que, digámoslo así, se manifiesta de manera unívoca y, por lo tanto, es contrario a la lógica del pluralismo que debe sustentar una idea democrática, incluyente, tolerante, de pueblo”.
Lo que dice Córdova es políticamente correcto, de sentido común, muy de la ideología de la transición a la democracia. Pero es muy lejano a lo que dice Rousseau. No hace falta sino mirar lo que dice el Contrato Social en su libro II, particularmente en el capítulo III, donde la voluntad del pueblo es una y su entidad es unitaria. Véase: “la voluntad general siempre es recta, y siempre se dirige a la utilidad pública; pero de aquí no se sigue que las deliberaciones del pueblo tengan siempre la misma rectitud. Que-remos siempre nuestra felicidad pero a veces no sabemos conocerla: el pueblo no puede ser corrompido, mas se le engaña a menudo, y sólo entonces parece querer lo malo”. Más aún, para constituir la voluntad general hace falta superar la diversidad de posturas, construir voluntad colectiva, hacer política. Rousseau lo tenía claro cuando apuntaba que “hay mucha diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general: esta solo mira al interés común; la otra mira al interés privado, y no es más que una suma de voluntades particulares, pero quítense de estas mismas voluntades el más y el menos, que se destruyen mutuamente, y quedará por suma de las diferencias la voluntad general”.
Si leyera en otro lado Córdova que “el pueblo no puede ser corrompido” quizá se mofaría del “pueblo bueno” y sacaría palabras de la chistera antipopulista para juzgar esas expresiones. Diría, probablemente, que se trata de un maniqueísmo absurdo. Si leyera en otro sitio que la voluntad general es recta y no diversa o divergente, que desdeña los particularismos en lugar de cultivarlos, hablaría de manipulaciones unívocas y de intolerancia. Si leyera Córdova, firmado por otro, lo mismo que dice Rousseau de los pueblos en el capítulo VIII del mismo libro –que a veces son como las personas, que no son todos aptos de asimilar buenas y racionales leyes, que tienen en conjunto vicios y caprichos y no sólo mecanismos deliberativos racionales, que “tienen las naciones, del mismo modo que los hombres, un tiempo de juventud, o si así se quiere, de madurez, que es necesario aguardar antes de sujetarlos a las leyes”–, quizá se iría de espaldas y lo acusaría de ser un populista. Quizá le daría clases de democracia. Pero para refutar a Rousseau, para pelearse con el santoral de la democracia, hay que tener tablas, no sólo cara dura, así que lo conducente en estos casos es mejor torcer lo que en efecto afirma para inventar algo completamente opuesto. Al Rousseau de Córdova sólo le faltó, y por poquito, proponer la creación del INE con 200 años de antelación.