Raymundo Riva Palacio
Mayo 22, 2020
ESTRICTAMENTE PERSONAL
Carmen Aristegui tuvo que utilizar unos minutos en su noticiero de radio matutino del miércoles para hacer una aclaración sobre su vida personal. No tenía porqué hacerlo, dijo, pero una campaña en las redes sociales desde hace casi 10 días, entrometiéndose de manera dolosa y mentirosa en su vida personal y afectado a su hijo, la obligó. Los ataques se dieron después de haber difundido una investigación conjunta con Signa Lab y Artículo 19 sobre cómo desde Notimex habían lanzado una campaña contra siete reconocidas periodistas, trascendió el ámbito de lo periodístico y lo político. Se necesita ser miserable para transgredir toda norma. Lamentablemente hay demasiados miserables en las redes sociales y, en este caso, en la 4T.
Aristegui ha sido una comunicadora consecuente, y aunque fue criticada por el periodo de gracia que le dio al presidente Andrés Manuel López Obrador, con quien simpatizaba, mantuvo su independencia. No fue miembro orgánico del lopezobradorismo, ni parte de sus cuadros que durante años construyeron, a través de la propaganda, un clima de odio que le permitió al Presidente acelerar las contradicciones de una sociedad agraviada y ofendida por la corrupción y la ineficiencia de sus gobiernos. Pero ella, no los trogloditas al servicio de su aparato de propaganda, fue una pieza crucial en el allanamiento a Palacio Nacional.
La investigación que hizo su equipo sobre la casa blanca provocó que la aprobación del presidente Enrique Peña Nieto tuviera un desplome casi vertical, a lo que se añadió un humor social tan adverso al régimen que los expertos en opinión pública, temprano en la campaña presidencial de 2018, no dudaban que López Obrador ganaría las elecciones, y sólo discutían por cuántos puntos sería. Aristegui contribuyó en la construcción de esa animadversión de los líderes priistas y panistas, merecida en muchos casos, pero no fue la única.
Un amplio número de comunicadores fueron también incisivos en la crítica independiente al régimen en turno, abriendo sus espacios a voces críticas del sistema y creando un ecosistema de pluralidad. Hoy lo niega López Obrador y sus replicadores de odio inundan las redes sociales. Aristegui pasó a ser en estos días parte del grupo que, por no tener un pensamiento alineado al Presidente, han sido atacados vitriólicamente. El rencor babea en las redes contra periodistas como Ciro Gómez Leyva, Carlos Loret o Joaquín López Dóriga, que por años, como Aristegui, han abierto la arena pública para la discusión de las ideas, chocando públicamente no pocas veces entre ellos mismos, pero con la información, nunca descalificación.
El derecho a expresar y a informar, así como el derecho de la gente a ser informada –de ahí las críticas pertinentes cuando incurrimos en excesos o errores–, ha sido el sello de un periodismo independiente que se viene dando desde mediados de los 70, que se aceleró a finales de los 80 –es clásico, por disruptor, el titular principal de El Financiero la mañana siguiente a la elección presidencial de 1988: “Nada para nadie”–, y se profundizó en los 90. Ya se ha dicho bastante, pero sin esa prensa, ni Vicente Fox hubiera inaugurado la alternancia en el poder presidencial, ni López Obrador fuera Presidente con el 53 por ciento del voto. No se trata de que agradezca a muchos periodistas y medios, que realizan su trabajo profesional, por utilizar el mote del The New York Times, sin favores, ni temores. Con el Presidente en turno, esa es la receta, aplicada a tabla rasa a sus antecesores: información y opinión sin favores, ni temores.
Se puede criticar a muchos de quienes hemos hecho del periodismo nuestra vida, de haber incurrido en errores y excesos, de sesgos o falta de equilibrio, entendiendo que el periodismo es subjetivo por definición, pero buscando balance y equilibrio. A veces se logra, a veces no por razones ajenas a quien comunica o por mantener una posición explícita. Pero en todos los casos, a diferencia de los sicarios del régimen, en particular quienes encabezan los nodos de odio en el entorno de López Obrador, todos los que nos dedicamos a esta profesión damos la cara, no nos escondemos detrás el cobarde anonimato y enfrentamos las consecuencias. Una de ellas, la rabiosa furia con la que combaten al periodismo independiente, con bajezas de mal nacidos como en los ataques personales a Aristegui.
Ningún gobierno había actuado de manera tan clara contra periodistas como gremio. En el pasado reciente –la documentación hemerográfica que impide el olvido–la censura se hizo discrecionalmente, pero rendía cuentas ante la opinión pública. Previamente los abusos del poder se daban sin márgenes de defensa. Hoy, esa dialéctica del poder y los medios ha cambiado. El Presidente la reduce primitivamente a un problema de dinero de publicidad. Presidentes antes que él pensaban lo mismo, y gastaron inútilmente en publicidad, pensando que así compraban impunidad. Peña Nieto es el mejor ejemplo de un diagnóstico y soluciones fallidas. Si López Obrador hiciera lo mismo, no habría diferencia en las tribunas de la opinión independiente.
López Obrador no entiende de medios, y su entorno de bellacos tampoco le ayuda a decodificarlos, incurriendo en excesos y difamaciones, actuando como motor del odio. Prefirió rodearse de paleros que le tiran besos en lugar de preguntas, mientras los feroces francotiradores de la 4T disparan permanentemente tuits contra la prensa independiente, para dañar reputaciones y demoler carreras.
Es una guerra de resistencia contra aquellos que ahora también muerden a quien tanto ayudó al Presidente. Aristegui tiene encima a la jauría porque reveló el miserable espíritu de sus capataces. La llaman “traidora” y la atacan por la simple razón de haber ejercido su libre derecho a informar y a opinar, como muchos otros antes que ella en este gobierno. La intolerancia en Palacio Nacional se ha vuelto escatológica.
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