Raymundo Riva Palacio
Junio 22, 2021
Al arrancar esta semana, el total de homicidios dolosos en el sexenio llegó a 87 mil 271, y el de fallecimientos por la pandemia, 231 mil 187. Es decir, los muertos del presidente totalizan 318 mil 458, hasta ahora. Adjudicárselos a Andrés Manuel López Obrador es réplica a la forma como lo hacían él, sus asesores y sus propagandistas, de los presidentes Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón. Podrá decir lo que quiera en las mañaneras y seguir envenenando el entorno, pero al final la realidad lo va a derrotar. Su sexenio registra ya el mayor número de muertes desde la Revolución Mexicana, y un alto número de ellas pueden atribuirse a la improvisación, negligencia y estrategias equivocadas.
Este lunes se informó en Palacio Nacional que se habían contenido los homicidios dolosos –la métrica que usan para mostrar avances en seguridad–, y que en mayo se redujeron en 2.9 por ciento en comparación con el mismo mes en 2020. Es cierto, si se ven números absolutos, pero una trampa si se analiza con mayor detenimiento. En mayo del año pasado no iniciaba aún la parte más dura del confinamiento por la covid-19, y este mayo estábamos en pleno desconfinamiento. Los homicidios dolosos de este mayo fueron los mayores desde julio del año pasado, y el tercer mes más violento en tiempos de paz.
Sólo en julio de 2018 hubo más homicidios dolosos, pero en el balance histórico, 9 de los 10 meses más violentos en la historia del país, se encuentran dentro del sexenio de López Obrador. No hay nada de contención, como aseguran las autoridades federales, sino de desbordamiento de la violencia en el país. Siguen las masacres, como las que negó el presidente en Veracruz, pero que no pudo seguir ocultando con la de Reynosa este fin de semana, si se toman acciones contra diferentes grupos de civiles totalmente inocentes dentro de esa categoría.
La paradoja es que nunca había habido un despliegue de fuerza tan grande como en la actualidad. La fuerza operativa en el país supera los 219 mil elementos, de los cuales la Guardia Nacional tiene casi 100 mil, 60 por ciento más que el máximo que tuvo la Policía Federal que desapareció el presidente López Obrador para sustituirla con este cuerpo paramilitar. Es irónico que con una seguridad pública militarizada, superior en capacidad de fuerza a la que tuvo Peña Nieto o Calderón, los homicidios dolosos sean mayores. Pero en efecto, los números de López Obrador los rebasan por mucho.
En lo que va del sexenio, de acuerdo con la consultora TResearch, el número de homicidios dolosos llegó a 87 mil 271, mientras que en el mismo periodo, hubo 42 mil 489 en el gobierno de Peña Nieto, y 30 mil 572 en el de Calderón. Los propagandistas de López Obrador que los llamaron asesinos, ahora tienen que callar porque los números del presidente superan por dos y casi tres veces a sus antecesores. En 2011, el año donde la violencia llegó a su clímax en el gobierno de Calderón, el total de homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes fue de 24, y en 2018, cuando a Peña Nieto se le terminó de descontrolar la seguridad, eran 29. El promedio en este gobierno es de 95 por cada 100 mil habitantes.
Son muchos muertos los que ha producido la negligencia en el combate al crimen organizado. De hecho, las instrucciones son no enfrentarlos, y las fuerzas de seguridad, particularmente a las armadas, se dedican mayormente a la logística de la distribución de las vacunas anti-covid. El combate contra la pandemia ha resultado tan ineficaz como el de la seguridad, si a los resultados nos atenemos. Hasta el domingo llevábamos 231 mil 187 muertos, 223 mil 187 más que el cálculo que hizo hace un año el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, y 171 mil más que su escenario “catastrófico”. O sea, lo que vivimos ahora con las muertes del coronavirus son 300 por ciento más que esa visión dantesca de López-Gatell.
La estrategia del gobierno contra el coronavirus se colapsó hace tiempo. Peña Nieto no enfrentó nada similar en su administración, pero Calderón tuvo que lidiar con la pandemia del AH1N1 en 2009, que al año había contagiado a 70 mil personas y provocado la muerte de mil 172. Aquella pandemia afectó a 74 países, pero la forma de actuar de Calderón y López Obrador fue diferente. Calderón, con la cooperación del entonces jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard, paró la actividad económica a los 19 días de detectarse el primer caso en este país, sin importarle las críticas, y en la capital federal las autoridades capitalinas obligaron a utilizar mascarillas y guantes, so pena de penalizaciones, al transporte público.
Los muertos de López Obrador nunca serán menos que los de sus antecesores, sino al contrario, cada vez se irá ampliando la brecha comparativa porque no hay corrección estratégica en ninguno de los dos males. Por eso, los delitos vinculados al narcotráfico se incrementaron 8 por ciento en los primeros cinco meses de este año, comparados con el mismo periodo en 2020; el feminicidio subió 7.1 por ciento; las violaciones 30.5 por ciento, y la trata 47.5 por ciento. La contención de la violencia es mera propaganda. En el caso de la pandemia, bajó la vacunación después de las elecciones al tiempo que los contagios comenzaron a repuntar en ocho entidades, mientras las autoridades envían señales confusas a la población sobre lo que debía y no debía hacer para evitar el aceleramiento de los contagios.
Hoy no se quiere ver y menos aún proyectar, pero esos mucho más de 300 mil muertos que cargará López Obrador como mínimo en su legado sexenal –que no suman aún los cerca de 300 mil muertos de covid que aún no son integrados en la lista oficial de decesos por la pandemia–, lo van a perseguir con mayores pruebas objetivas de su fracaso de las que le pudo acreditar a sus antecesores.
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