EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

ESTRICTAMENTE PERSONAL

Los ratones del PRD

Raymundo Riva Palacio

Octubre 31, 2007

 

La crispación en el PRD rumbo a la elección de un nuevo presidente nacional, está tentando las ansias rupturistas. Hasta el
momento, su momento más intenso ha sido el desafortunado y misógino comentario del funcionario perredista Gerardo
Fernández Noroña, en contra de la presidenta de la mesa directiva del Congreso, Ruth Zavaleta, para llamarla traidora. La
utilización de frases terriblemente soeces contra Zavaleta, cimbró la frágil estabilidad en el PRD, borrando por completo lo que
debería de ser la discusión de fondo sobre el futuro del partido, en cuanto a líneas de acción, táctica y estrategia. La línea más
beligerante, que responde a Andrés Manuel López Obrador, ha perdido puntos mediáticos frente a la línea reformista de Nueva
Izquierda encabezada por Jesús Ortega que, en la coyuntura de las próximas elecciones en Michoacán, encontró recientemente
un aliado temporal en la figura de Cuauhtémoc Cárdenas.
Cárdenas y Ortega se encuentran juntos en el mismo barco en estos tiempos políticos, dejando atrás otros cuando el líder de
Nueva Izquierda, hoy serio aspirante a la dirigencia del PRD, enfrentó lo que él mismo definía como un “caudillismo” que tenía de
rehén al PRD. Lo mismo dijo tiempo después de López Obrador, aunque la separación no se notó tanto antes como ahora, porque
no sólo está en juego el poder total dentro del partido, sino la reformulación de las relaciones con el presidente Felipe Calderón.
López Obrador se niega a reconocerlo, en una acción de estrategia política para fortalecer el núcleo duro de sus seguidores cuyo
discurso opaca la realidad que, para efectos prácticos, como señaló hace unos días Cárdenas, hay un reconocimiento tácito de su
gobierno –y por tanto de su Presidencia– en la negociación día con día con los gobiernos perredistas y sus legisladores. Ortega,
Cárdenas y todos los grupos afines a ellos, que controlan por cierto el Congreso y el Senado, han dejado claro que es tiempo de
normalizar la relación y dejarse de hipocresías.
Las contradicciones entre el discurso y la operación política diaria fue bien aprovechada por el gobierno federal, que ha ido
agudizándolas eficazmente en la apuesta de que Ortega y la corriente de los reformistas puedan convertirse en sus interlocutores
dentro de la izquierda para lo que resta del sexenio. El problema es que no hay una, sino varias izquierdas, y que dentro de ellas
se han desgajado otras líneas de acción y sensación. Por un lado se encuentran los grupos anarquistas, que tienen como
vehículos de expresión los blogs a favor de López Obrador y que ven a Fernández Noroña como el guardián de sus aspiraciones y
expectativas. Por el otro se encuentran los grupos lumpen de la izquierda, carentes de ideología pero muy útiles en la
movilización selectiva que realiza sistemática y mediáticamente productiva el mismo Fernández Noroña.
Los anarquistas aparecen como un subproducto de las luchas sociales de la izquierda que, como escribió hace unas semanas en
el diario El País Joan Subirats, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona, han visto en los últimos
años “un creciente desapoderamiento de la capacidad popular de influir y condicionar las decisiones, y tenemos el peligro de que
de las aspiraciones democráticas nos acaben sólo quedando los ritos formales e institucionales”. La izquierda, cuyo eje es el PRD,
ha visto este fenómeno desde hace cuando menos tres sexenios, al ser limitada su capacidad de influencia en las tomas de
decisiones, emblematizada por el “ni los veo ni los oigo” en el último año de gobierno de Carlos Salinas de Gortari, y
problematizada al haber sido incapaz de modificar los términos del Fobaproa, frenar el remate de la banca, o detener la
aplicación del capitalismo salvaje cuando, a contracorriente, el mundo ya venía de regreso.
La lumpenización de la izquierda no es nueva. Mezclada operativamente con los anarquistas en algunas ocasiones, tuvo una
enorme exposición durante la prolongada huelga en la UNAM en 1999, donde varios de sus líderes eran fósiles universitarios y
algunos formados en los grupos porriles, que todavía asolan de vez en cuando a la institución. El problema de la lumpenización,
en buena parte origen de la proliferación anarquista en torno a López Obrador, y de la poca densidad social, es el vacío de
ideología que se formó en los 40 últimos años. Al recordar lo que fue el movimiento estudiantil de 1968, uno de sus dirigentes
más claros, Marcelino Perelló, le dijo a El Universal a finales de septiembre: “La diferencia entre los jóvenes del 68 y los de hoy, es
que para los de ahora la felicidad está en compartir un Ixtapa con amigos. A mi generación el dinero nos valía madres. Nadie
estaba ahí porque quisiera dinero, ni siquiera los que hoy tienen hueso político. Nadie pensaba en dinero… Nuestra lucha era
ideológica y la perdimos. Los de ahora sí tienen ganas de hacer cosas, pero no tienen con qué o con quién… No es su culpa, sino
nuestra, porque no supimos heredarles nada”.
Es una enorme paradoja que después de la elección de 2006, la primera con un carácter eminentemente ideológico, la ausencia
de ese componente ideológico sea tan notorio en la lucha por el poder dentro del PRD. La elección presidencial del año pasado ya
no fue contra el viejo régimen priísta, sino por la redefinición del modelo económico a seguir. Tampoco era, como muchos
llegaron a sugerir, la batalla entre el futuro y el pasado, sino en la forma como ahora se ven las proyecciones ideológicas y
programáticas: cómo definir las prioridades presupuestales, y que tanto énfasis se da a la política social por encima de las
finanzas, y cómo se diseña una política fiscal. Esta no es una definición que surja en el fondo de la lucha por el PRD y por el
futuro de la izquierda. Están en las minucias de pensar que el poder lo es todo, en términos burocráticos, y en la discusión
pasional sobre reconocer o no a Calderón. En ello, un reduccionismo sorprendente de la izquierda mexicana, se están jugando la
vida.
Ni lo merece el país, que exige sin que necesariamente lo verbalice, una izquierda fuerte que sirva de contrapeso al gobierno y a
las tentaciones conservadoras del sistema político, ni lo merecen el PRD y sus propios militantes, que han pagado una factura
histórica con sangre, cárcel y exilios llegar al lugar donde se encuentran. Si están confundidos, podrían abrevar de Subirats, quien
escribió: “El debate sobre el futuro de la izquierda en Europa adquiere nuevos significativos. El tema no es cómo recuperar o
mantener el poder, y si ayuda para ello el llamarse ‘partido democrático’; lo significativo es replantear el ejercicio de la política
como instrumento de transformación social”. Europa no es México, por supuesto, pero los dilemas y los desafíos son universales.
La transformación del país tendría que ser el objetivo supremo, no la búsqueda mera de un poder ratonero que es el estadio en el
que ahora están jugando.

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