EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Nicolás Maquiavelo

Fernando Lasso Echeverría

Noviembre 15, 2016

(Cuarto y último capítulo)

Ya aceptado Maquiavelo por el clan de los Médici desde 1519, gracias a su reputación de avezado funcionario público y fino político, fue a principios de 1526 cuando éste tuvo otros nombramientos representativos pero frustrantes, por su poca trascendencia política en el estado florentino: secretario de la organización Cinque Provveditori Alle Mura, un cuerpo magisterial de cinco hombres, que se había formado para la superintendencia y supervisión de las fortificaciones y asuntos militares de Florencia, y más tarde, cuando el Papa formó la Liga de Cognac para defenderse de la invasión a Italia de las fuerzas de Carlos V emperador del sacro imperio romano germánico, Maquiavelo marchó al frente del ejército de Florencia para unir fuerzas con Francesco Guicciardini, el brazo armado del papado y hombre militar de confianza de Clemente VII, quienes, sin embargo, se vieron impotentes para evitar la invasión de Roma y su subsecuente saqueo; la posterior debilidad política y económica del pontificado logró la independencia de Florencia en 1527, y nuestro personaje abrigó nuevamente esperanzas de volver a sus anteriores fueros, y buscó ser nombrado Canciller Ejecutivo de Florencia.
No obstante, el régimen republicano restaurado no podía abrir sus puertas al historiador a sueldo de los tiranos Médici; no podía aceptar al escritor que dedicó su obra más representativa a uno de ellos y Maquiavelo fue otra vez relegado del poder, situación que lo afectó terriblemente y, por supuesto, a todos los que lo conocían y lo apoyaban en sus principios republicanos.
Maquiavelo en su amargura y desesperanza perdió inclusive el amor por la libertad y por su patria, que siempre habían funcionado para él como sostén moral y parte importante de su integridad humana. Su salud se mermó en forma notable y finalmente murió el 21 de julio del año mencionado, a la edad de 58 años, cobijado por la religión católica, pero olvidado e ignorado por sus contemporáneos.
Maquiavelo fue un personaje del que se han dicho muchas cosas y al que históricamente se le ha ignorado como ser humano y sustituido con un mito, sin observar sus intenciones verdaderas ni los auténticos propósitos de sus escritos; Nicolás Maquiavelo fue uno de los hombres más cultos e inteligentes de su época (dominaba el griego, el latín y el francés) y un sobresaliente funcionario florentino con intensa actividad diplomática, que tenía una febril devoción y una tormentosa pasión por el Estado; Maquiavelo afirmaba amar a su patria y a su ciudad nativa más que a su alma inclusive, y fue él ciertamente –con su ideología y habilidad política personal– quien desde sus posiciones políticas propició, mejoró y sostuvo el sistema político republicano de Florencia, antes de su caída final a manos de los estados papales y los Médici.
Dejó al mundo su particular filosofía política en cada uno de sus ensayos, cartas y escasas obras literarias, tratando de influir en ella para mejorarla, sin embargo su legado literario-político tuvo más éxito en siglos posteriores que en la época en la que vivió, más que nada porque fue un patriota fanático cuya máxima aspiración en su vida fue la de lograr –en contra de muchos intereses– que con la unión de las ciudades-estados italianos (remanentes de una Edad Media en plena decadencia) se formara una Italia unida, grande y fuerte, que estuviera a la altura de las potencias de la época como Francia, el imperio germánico y el poder bélico-religioso del papado, lugares de donde salieron los conceptos de maquiavélico y maquiavelismo, como términos de infamia, degradación y bajeza. El Príncipe es su obra más famosa y de mayor influencia; este es un texto que desató una polémica con Tomás Moro, quien con Utopía contestó a la obra de Maquiavelo, aunque merece mención que, de hecho, la polémica sobre el contenido de esta obra ha sido permanente y persiste hasta la fecha.
El Príncipe fue escrito en 1513, pero se publicó hasta 1532 –cinco años después de la muerte del autor– bajo los auspicios del Papa Clemente VII, y es uno de los tratados políticos más leídos de la historia por su carácter universal y prácticamente intemporal, pues en la actualidad el término de gobernante suple perfectamente al de príncipe; en él Maquiavelo muestra un sistema para gobernar una nación y propagar su poder con la máxima de El fin justifica los medios, principio que a través de los siglos le ha dado una imagen de cínico y perverso.
El Príncipe es un libro sobre el tema de la política, tratada como nunca lo había hecho nadie antes de Maquiavelo; cuando menos alguien con el candoroso descaro que caracteriza a sus conceptos, convirtiendo el nombre del autor en un adjetivo calificativo de uso común: “maquiavélico”, que tiene un significado actual de maléfico, perverso, mañoso o de persona sin valores y amoral; sin embargo, siendo este texto un clásico de la teoría política sacude psicológicamente al lector que lo analiza y le provoca una especie de catarsis mental que remueve en él los residuos de ciertas ambiciones que creíamos no tener o haberlas superado o reprimido reciamente por la cultura, la ética y la moral adquiridas; al irlo leyendo se nos revela una inquietante disposición que no acabamos de admitir como propia, pero que acabamos de aceptar con gran facilidad, pues, al parecer, en cada uno de nosotros se esconde un “príncipe” voluntarioso y astuto, un ser dominante y poderoso que espera el momento para dar el zarpazo a un gran trozo de poder, y que si no lo hemos hecho es porque no hemos tenido la oportunidad de hacerlo, sin embargo es conveniente mencionar que el “maquiavelismo” de Maquiavelo ya no parece tan inhumano ni tan perverso si nos acercamos un poco más al contexto de su tiempo y a su vida, recordando que la Europa del siglo XVI era un gran tablero de ajedrez político, en donde el panorama cambiaba y se transformaba constantemente por la habilidad de los jugadores que intervenían en él.
En esa época, en la semántica renacentista todo rico lo era por justicia…. es decir, el rico era un hombre agraciado por Dios o el destino, y si con ello adquiría poder era justo que lo ejerciera a su arbitrio puesto que era un hombre de fortuna. Ese era el concepto general que tenía de los poderosos el hombre común de ese tiempo; así que el personaje que encarna al príncipe en la obra de Maquiavelo –y que es producto de la reflexión del momento histórico que le tocó vivir– tiene derecho a la riqueza y al poder porque de tenerlo en forma hereditaria o lograrlo y conservarlo es porque Dios se lo mandó o el destino así lo quiso, sin merecer ninguna crítica a sus modos de actuar; por ello, Maquiavelo deja ver en su texto que es natural y aceptado que el poderoso sea tan cruel como magnánimo, destructor natural o caprichoso, y al mismo tiempo constructor y mecenas. El pueblo lo podía amar u odiar en silencio pero nunca reprobarle sus actos, porque eran justos y dignos de su posición e investidura…. es decir, la moral del gobernante se admitía distinta a la del ciudadano común. En ese contexto está escrito El Príncipe, un entorno semifeudal en el cual los valores humanos eran diferentes a los actuales, y provocan que algo escrito “con sentido común de aquel tiempo” nos parezca ahora totalmente cínico e inmoral. Sin embargo merece mención que Maquiavelo no predicaba la violencia sino la negociación, no exaltaba el afán armamentista sino la conciliación de intereses y la paz; por otro lado este hombre murió pobre y nunca fue ambicioso ni ladrón. Su única pretensión era poner sus servicios y su experiencia a las órdenes de alguien con poder, que reuniera las ciudades-estados del territorio italiano en un solo país, en una sola nación poderosa pero también culta. Maquiavelo consideró sabiamente que la Iglesia era responsable del estado de cosas en Italia: que era demasiado débil para unir Italia, pero lo suficientemente fuerte para impedirlo. Por ello su antipapismo.
Habría que hacer hincapié también que las frases “maquiavélicas” que este escritor dejó en sus textos –tan criticadas por muchos en la actualidad– han sido tomadas y aisladas de sus párrafos completos y originales, y por ello valoradas y calificadas fuera de contexto, hecho que invalida a sus detractores y, en este punto, vale la pena recordar algunas de ellas: “Divide para reinar”… “A los hombres hay que acariciarlos o destruirlos, pues vengarán un insulto leve, pero quedarán indefensos si se les aplica un golpe duro”… “Castigar a uno o dos transgresores para que sirva de ejemplo es más benévolo que ser demasiado compasivo. Un gobernante eficaz no debe tener piedad”….. “Un príncipe jamás predica otra cosa que concordia y buena fe y es enemigo acérrimo de ambas, ya que si las hubiese observado habría perdido más de una vez la fama y sus tierras”… “La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad”… “Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse”… “Los hombres ofenden antes al que aman, que al que temen”… “Todos ven lo que tu aparentas, pero pocos advierten lo que eres”… “Es un mal ejemplo no observar una ley, sobre todo de parte de quien la ha hecho”… “La experiencia siempre ha demostrado que jamás suceden bien las cosas cuando dependen de muchos”… “Las armas se deben reservar para el último lugar, donde y cuando los otros medios no basten”.
Napoleón Bonaparte, el gran emperador francés, fue uno de los grandes admiradores del filósofo italiano y El Príncipe fue un libro básico para forjar su carácter; fue tanta su admiración por lo mostrado en el ensayo, que existe una versión del texto de Maquiavelo con conceptos sobre su contenido escritos por Bonaparte, encontrado en su carroza en el campo de batalla de Waterloo, aunque es justo mencionar que Napoleón en sus anotaciones a veces rechaza las opiniones del político italiano, exaltando sus propias experiencias durante sus conocidas batallas y conquistas en la Europa y el noroeste de África de los siglos XVIII y XIX, y por otro lado en ciertos pasajes del texto sobre interpreta a Maquiavelo. De hecho, los enemigos de Napoleón ven a éste como la realización más perfecta del Príncipe de Maquiavelo.
Pero siglos antes, este pequeño libro ya había sido leído por líderes de bandos rivales y de partidos políticos excluyentes por su origen de clase, que ocupaban los argumentos expuestos por Maquiavelo en el texto dándoles el significado que convenía a cada uno de ellos; durante las guerras religiosas, El Príncipe fue tachado como un texto maldito por la Iglesia católica y, aun así, ocupado secretamente como libro de texto obligatorio para los iniciados en la orden de los Jesuitas; por otro lado, a los heréticos italianos en el exilio, Maquiavelo –sin proponérselo– les dotó de un programa de reforma anticatólica y de una base convincente sobre la cual sostenerse y luchar como revolucionarios de vanguardia, provocando que las luchas inducidas por la Reforma Protestante se convirtieran en salvajes guerras religiosas y, de esta manera, Maquiavelo y su libro quedaran cautivos y rebasados en los remolinos de esta extensa y dilatada discordia.
En Inglaterra, el cardenal arzobispo de Canterbury, Reginald Pole, juzgó a El Príncipe como una obra escrita por “la mano del diablo”, y al parecer provocó con ello que en Inglaterra –hasta la fecha– se le llame a Lucifer en forma popular y amistosa como “Old Nick” (viejo Nicolás) en alusión al nombre de Maquiavelo; en 1557, el Papa Paulo IV lo llama “el escritor impuro y malvado” y es condenado en el Concilio de Trento y señalado como un ser desviado de los principios morales, a quien había que mandar al olvido quemando sus escritos; la matanza de San Bartolomé (1572) les parece a muchos protestantes “una jugada florentina” aprendida en El Príncipe, y los protestantes abominan de Maquiavelo como Jesuita, pero los jesuitas lo denuncian no menos vigorosamente a la indignación católica; incluso los jesuitas de Ingolstadt, de Baviera, piden que se le queme en efigie. Antes de concluir el siglo XVI, hubo autores como el jurisconsulto protestante Inocente Gentillet y el jesuita Antonio Possevin, que escribieron textos incendiarios contra Nicolás Maquiavelo y su obra; todo lo anterior influyó para que la imagen de este personaje ingresara al siglo XVII como un verdadero monstruo mítico, o como dice Chevallier –uno de los analistas de la obra de Maquiavelo: “como una figura sombría y satánica, aureolada por prestigios infernales”.
Y mientras crecía la ola de injurias y difamaciones populares contra Maquiavelo –por la ley de la imitación– aumentaba entre los soberanos y primeros ministros enamorados del poder su interés por tener y leer y releer El Príncipe, este breviario del absolutismo que convertían en su libro de cabecera. Por ejemplo, en 1641, el cardenal y político francés Richelieu encarga al canónigo Machon una apología de Maquiavelo que se encargó de distribuir entre sus íntimos; lo cierto es que más de un príncipe, alimentado superficialmente con reproducciones de El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, en el fondo de su corazón perdonaba ampliamente a este personaje impío por haber predicado mucho la razón de Estado y por no haber visto en el hombre más que la materia prima del poder. El idealismo político del siglo XIX externa su odio hacia el autor de este breviario, al que calificaban de cínico. Ya entrado el siglo XX, Benito Mussolini escribe un Preludio a Maquiavelo en 1924, para alabar al florentino alabándose a sí mismo, y enlaza el fascismo con el maquiavelismo, diciendo: “Yo afirmo que la doctrina de Maquiavelo está más viva hoy que hace cuatro siglos”. Al concluir la segunda guerra mundial se dice que la Derrota de Hitler es una derrota del maquiavelismo, sin embargo la derrota de Hitler es victoria de Stalin, quien guardaba permanentemente en su cabecera un ejemplar de El Príncipe, una obra que dejó en el pensamiento occidental –quizá injustamente– un largo surco entre la política y la moral; sin duda pues, su autor sigue siendo uno de los grandes forjadores del pensamiento político.
* Presidente de Guerrero Cul-tural Siglo XXI AC