Raymundo Riva Palacio
Enero 25, 2017
La burbuja en la que habitan los presidentes mexicanos siempre los aísla de los estados de ánimo terrenales de sus gobernados. Pero la burbuja que encierra a Enrique Peña Nieto ha sido más sólida y hermética, porque no sólo fue rehén de sus asesores y del Estado Mayor Presidencial, sino que por definición y voluntad, así lo quiso. El desapego del presidente le costó más de la mitad de su sexenio en entender que tenía un problema profundo con los mexicanos, y tampoco ha logrado diagnosticar sus causas. Hace no mucho tiempo confió que sabía que por más cosas positivas que hiciera, no iba a poder revertir la desaprobación con lo que la mayoría de los mexicanos califica su gestión, por lo cual se mostraba resignado. Aún así, perforada su jaula de cristal, no parece haber comprendido en toda su magnitud la realidad de su Presidencia.
El lunes, tras una reunión en Los Pinos donde fijó su posicionamiento en materia de política exterior, viajó a Puebla donde inauguró el tren Puebla-Cholula, y el museo regional en ese municipio colindante con la capital. Antes de hablar en el evento, dijo cándidamente a su audiencia que “la gente no me odia como yo creía, (y) ahorita que iba pasando me dieron sus bendiciones”. Peña Nieto se refería a esos minutos camino al estrado en donde la gente le decía que estaban con él, y sólo le pedían que ya no hubiera más gasolinazos. Sabedor desde hace muchos años de que esos actos son cuidadosamente higienizados política y socialmente para evitar situaciones incómodas o agresivas y que se filtra a la gente que asiste, el presidente no obstante sintió confort en las caricias de un público escogido.
La caída en la aprobación del presidente Peña Nieto comenzó en noviembre de 2013, con la oposición a la reforma fiscal, y se acentuó un año después, cuando se reveló la existencia de su casa blanca. La reforma energética le añadió puntos negativos, y la visita de Donald Trump a México lo llevó a profundidades de rechazo que no había visto en su sexenio. Pero nada comparado con el impacto del gasolinazo. La 13ª. Encuesta sobre el proceso electoral de 2018, entregada al presidente el 11 de enero y filtrada a la opinión pública una semana después, recogió los primeros días de insatisfacción por la liberalización de los precios de la gasolina.
En las preferencias electorales por partido, el PRI se desplomó de un respaldo en enero de 2016 de 24.86% de los mexicanos, a 16.77% de respaldo, mientras que Morena, que hace un año tenía el 10.75% de preferencias de los votantes, brincó a 16.06%. El PAN y el PRD se mantuvieron estables en sus aprobaciones, entre 19 y 20% en el primer caso y ligeramente debajo de 10% en el segundo. Por cuanto a potenciales candidatos a la Presidencia, Andrés Manuel López Obrador, en cualquier escenario, apareció en primer lugar, dejando al priista mejor ubicado, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, en tercer lugar cuando aparecen Margarita Zavala o el líder panista Ricardo Anaya contendiendo por el PAN, y sólo sube al segundo, 10 puntos abajo del tabasqueño, cuando incorporan en la boleta al gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle.
La encuesta de la Presidencia descartaba por completo que el PRI o el candidato de Peña Nieto, pudiera mantener el poder. Los datos se pusieron peor con el paso de los días. Una encuesta levantada por el periódico Reforma días después de la que se hace para Peña Nieto, ubicó al presidente con un nivel de desaprobación nacional de 88%; es decir, sólo 1.2 de cada 10 mexicanos, aprobaban su gestión. Otra encuesta independiente que se entregó también en Los Pinos, realizada casi una semana después de la del diario capitalino, tiró la aprobación de Peña Nieto a 8%; o sea, menos de uno de cada 10 mexicanos, lo apoyan, que es un porcentaje menor al de los brasileños que apoyaban a Dilma Rousseff en el momento de su destitución como presidenta de Brasil.