Gibrán Ramírez Reyes
Agosto 29, 2022
Recientemente se publicó el acuerdo que establece el nuevo plan de estudios para educación prescolar, primaria y secundaria. En mi opinión, se trata del testimonio de un fracaso. Al contrario de lo que podría pensarse, no fue la oposición partidista, la sociedad civil ni los especialistas en educación quienes propinaron este revés a una facción del gobierno lopezobradorista, sino la incapacidad de los pretendidos reformadores. En el acuerdo, publicado el pasado 19 de agosto en el Diario Oficial de la Federación se establece que el cambio de contenidos (cuyos programas no están todavía elaborados) empezará a “pilotarse” en los primeros grados de 960 escuelas. Se hará, según detalló la todavía secretaria de Educación, utilizando las mismas boletas de evaluación (o sea que la necesidad de evaluar hará que los grados no sean sustituidos por fases), sin que haya todavía programas de estudio y sin que estos programas, que se publicarían en octubre, se correspondan con nuevos libros de texto (o sea que la permanencia de los mismos libros hará que las asignaturas no sean sustituidas por campos). ¿Qué van a estudiar los niños hasta entonces?, ¿cuánto tiempo y cómo se capacitará a los maestros de los grupos seleccionados?, ¿de qué forma se dará la capacitación mientras los niños tienen jornadas escolares regulares?, ¿qué mecanismos para retroalimentar la implementación habrá y a partir de qué mes se tomarán en cuenta? No se sabe.
Al final, el cambio de planes y programas entrará plenamente en vigor para los primeros grados de prescolar, primaria y secundaria hasta el inicio del ciclo 2023-2024. Es decir, la administración del presidente López Obrador apenas acompañará la primera parte de la implementación de este cambio varias veces aplazado y hasta ahora sin pies ni cabeza. El principal problema del intento de reforma de los contenidos emprendido por Marx Arriaga y que hizo suyo la SEP no es su carácter ideológico o una tentativa de adoctrinamiento que ha querido ver la oposición, obtusa hasta para indignarse. El principal problema es la falta de estructura, el desorden, la falta de ideas didácticas claras. Lo ha dicho con exagerada corrección política la Comisión para la mejora de la educación (Mejoredu): los ejes articuladores del modelo están poco desarrollados y son inconexos. Ideas abstractas como igualdad, fomento a la lectura y pensamiento crítico se entremezclan siendo a veces contenidos, a veces fundamentos pedagógicos y otras lineamientos éticos; no hay claridad en los aprendizajes esperados y la reducción de la sobrecarga de contenidos es una promesa que no presenta ningún viso de cumplimiento. Por mucho que se ajuste, además, el diseño del marco curricular es incompatible con la generación de materiales como libros de texto de historia.
De nada vale que, como dijo Delfina Gómez, el cambio de planes y programas se haya hecho con mucho amor. Las tonterías hechas con amor siguen siendo tonterías. Y a veces la fe en el amor sólo las empeora. Por fortuna, este intento ha disminuido su potencial destructivo sobre la ya desvencijada escuela pública mexicana. Ahora afectará, solamente, a unos cuantos miles de niños en el plan piloto y, a partir de agosto de 2023, si esta vez sí lo logran, concretará la contribución del actual gobierno al desorden educativo –ese será todo su legado en la materia.