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Golpista ciudadano   Miguel Ángel Granados Chapa   Aunque está curándose del asco que le producen los partidos –se dispone a participar en la fundación de uno o a aprovechar la patente de otro–, Jorge G. Castañeda insiste en proclamarse candidato ciudadano y asegura estar librando una batalla legal que le permita serlo realmente. Montado … Continúa leyendo Plaza Pública

Mayo 24, 2004

Golpista ciudadano  

Miguel Ángel Granados Chapa  

Aunque está curándose del asco que le producen los partidos –se dispone a participar en la fundación de uno o a aprovechar la patente de otro–, Jorge G. Castañeda insiste en proclamarse candidato ciudadano y asegura estar librando una batalla legal que le permita serlo realmente. Montado en el desencanto y el descontento de mexicanos hartos de los privilegios y abusos de los partidos, ganó una presencia pública que le permite figurar en las encuestas y, por lo tanto, en las preferencias de los votantes.

Su pretensión de ser candidato sin partido es más un objetivo político que jurídico, pues su demanda no tiene más salida legal que la negativa, ya que todo el sistema electoral está fundado en la existencia y funcionamiento de los partidos. Es verdad, conforme a su alegato, que según la Constitución todos los ciudadanos tienen derecho al voto pasivo y activo, es decir a votar y ser votados. Pero, igualmente de acuerdo a la Constitución (artículo quinto), todas las personas tienen derecho a dedicarse “a la profesión, industria, comercio y trabajo que le acomode, siendo lícitos”. Pero estaría perdida de antemano la demanda de un destripado de la carrera de medicina que quiera ejercer esa profesión, en la que acaso sea muy ducho, que buscara ejercerla sin el título y la cédula respectiva. No podría ostentarse como “médico constitucional” que basa su desempeño en la norma suprema. Su ejercicio está por fuerza acotado por regulaciones secundarias. Así ocurre con todas las libertades: están necesariamente regidas por limitaciones que las hagan practicables y compatibles con las de otros.

El activismo que ha ejercido durante más de un año, pagado con fondos cuyo origen no ha hecho públicos, ha sido rentable para Castañeda. En la encuesta aparecida ayer en Reforma, figura con 7 puntos de las preferencias, uno más que en la edición trimestral anterior de ese sondeo. Es menos de la cuarta parte de los 31 puntos que, con todo, mantienen todavía a la cabeza del vasto elenco de presidenciables al jefe del gobierno capitalino, que quizá quedara imposibilitado para participar en la contienda respectiva si se consuma la acción penal blandida en su contra por la Procuraduría General de la República.

No obstante aparecer situados en los extremos de la escala de preferencias, Castañeda ha anunciado que quiere debatir con López Obrador, contrastar sus proyectos. Se trata de una propuesta que difícilmente será aceptada. En un momento en que se le cuestiona ásperamente, por actitudes y conductas efectivamente ejercidas y por comportamientos a los que es ajeno, el jefe de Gobierno no está para debates que serían prematuros y arrojarían saldo positivo para Castañeda por el solo hecho de ser considerado interlocutor del principal presidenciable. Pero esas son consideraciones propias del pragmatismo político. Hay otra, de fondo, de principio, por la cual López Obrador y todo otro aspirante a la presidencia debería rehusar medirse con Castañeda. Se trata de una virtual proclama golpista que no debe ser pasada por alto.

En Ciudad Juárez, el miércoles de la semana pasada Castañeda comentó el envión lanzado contra el jefe del gobierno capitalino y la reacción de éste, según la cual el gobierno federal quiere “ganarle a la mala”. Con euforia, el autollamado candidato ciudadano proclamó que hay que ganarle “a la buena, a la mala y de todas las maneras posibles”; quizá también empleó la expresión “como sea”, o al menos esa fue la correcta síntesis con que la redacción de Reforma presentó la información.

No se requiere explicar la trascendencia de una expresión de ese alcance, en boca de una persona que de más en más tiene acceso a tribunas públicas. Es una invitación a la ilegalidad, aun a la violencia. Es una incitación al empleo de toda suerte de recursos para evitar la participación o la victoria de otra persona. Castañeda quiso, inútilmente, presentar esas opciones ilegales y sediciosas como un mal menor, cuando agregó “es mejor la discusión de propuestas” para obtener el triunfo. Pero si éste se aleja, si su posibilidad es remota, allí están aquellos otros arbitrios: “A la mala y de todas las maneras posibles”.

Castañeda basa la promoción de su candidatura en una prenda personal, sus convicciones democráticas. O llegó al cabo de ellas, o cometió un desliz por el cual traicionó esa condición para que asome un autoritarismo arbitrario. Es irresponsable hablar con trivialidad (pues podrá decir que intentó sólo un juego de palabras) de cualquier medio para frenar una candidatura, la de López Obrador o la de cualquiera. Hace apenas diez años se interrumpió “a la mala”, a balazos (que es una “de todas las maneras posibles”) la candidatura de Luis Donaldo Colosio, y desde entonces no pocas querellas políticas locales se han resuelto de ese modo violento. De modo que el crimen político no es una realidad remota, que se pueda invocar haciendo chistes (suponiendo sin conceder que ese hubiera sido el móvil de la riesgosa afirmación) porque los demonios andan sueltos.

Tras el fracaso (por lo menos provisional) de la estrategia Ahumada para debilitar al jefe del gobierno capitalino, se pasó al capítulo de denunciar el incumplimiento de decisiones judiciales, aunque no haya incurrido en él o aunque procure legalmente revertirlas. Las encuestas muestran, unas, que mantiene su primer lugar en las preferencias electorales y, otras que es clara la intención política de su desafuero. ¿Es la hora del “como sea”?