Raymundo Riva Palacio
Febrero 11, 2019
El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene un problema de éxito. Severo y probablemente grave para su gobierno y el país, pero invisible para él y para sus miles de seguidores que crecen cada mes. El problema es el éxito alcanzado en el consenso para gobernar. La última encuesta publicada por El Financiero el lunes pasado, mostró que el apoyo al presidente subió 10 puntos porcentuales en tres semanas, y lo colocó con una espectacular aprobación de 8.6 mexicanos de cada 10. Con ese respaldo, como sugieren sus leales, ¿qué importa lo que digan sus críticos? O peor aún, ¿quién dice que no está haciendo lo que el pueblo quiere?
El pueblo aplaudió que vendiera el avión presidencial, por el que, aún estacionado en una bodega que cuesta un millón de pesos al mes, se seguirán pagando más de ocho mil millones de pesos anuales por el arrendamiento. Y apoyó el manejo político con los maestros de Michoacán que provocó pérdidas superiores a los 15 mil millones de pesos. Con el voto de 700 mil personas canceló el aeropuerto en Texcoco, y generó deudas por más de seis mil millones de dólares –que seguirá subiendo–, el quiebre de la confianza de los inversionistas, la elevación de las tasas a largo plazo a 28% y una pérdida de siete meses de utilidades en las afores. No importó. Más vítores.
Ocultó el desabasto de combustible y el despido de los expertos de logística de Pemex con la cruzada contra el huachicol, que dice permitió ahorros de más de 5 mil millones de pesos, aunque a costa de pérdidas por más de 30 mil millones y una contribución importante a la desaceleración de la economía. La ovación sigue de pie. Se pueden seguir enumerando costos que no había hace dos meses y que están golpeando a los mexicanos –aunque sus efectos aún no sientan con rigor–, con un presidente que es la antítesis del Rey Midas. Pero para la mayoría de los mismos mexicanos, es irrelevante. López Obrador está haciendo aquello por lo que votaron por él.
Esto es lo que debe hacer un gobernante por sus gobernados. Pero si bien esta es una verdad absoluta, un gobernante tiene que relativizar sus acciones. ¿Qué tanto una promesa de campaña puede ser contraproducente para sus propios electores si la lleva a cabo? A López Obrador le gusta un extracto de las últimas líneas que pronunció el presidente Abraham Lincoln en noviembre de 1893 en Gettysburg, sitio de una de las batallas más sangrientas y decisivas de la Guerra Civil, y considerado el discurso político más importante en la historia de Estados Unidos: “Esta nación, bajo Dios, tendrá un nuevo nacimiento de libertad, y el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo, no desaparecerá de la Tierra”.
El pueblo manda, pero el presidente guía. El norte de Estados Unidos no estaba muy de acuerdo con el discurso del presidente Lincoln, porque en Gettysburg hizo un homenaje a todos “los hombres bravos, vivos y muertos, que pelearon aquí” por una causa que los estadunidenses debían luchar para que no fuera en vano. Lincoln se levantó entre todos para gobernar para todos y colocó el cemento que impidió la ruptura de esa nación. El poder, aquí, debe ser secular. El gobierno del pueblo, en un sistema representativo como es México, entrega el mandato al presidente para que tome decisiones colectivas en nombre suyo, no para que le regrese al pueblo las decisiones a mano alzada, y emprenda algunas quizás impopulares o, incluso, contrarias a lo que prometió.
En el caso de López Obrador, sólo la participación de los militares en la lucha contra la inseguridad, es ejemplo de cómo sí puede tomar decisiones por las cuales no votaron por él. Pero esa decisión, como todas las de índole económica y política que ha tomado, generan creciente apoyo acrítico en una población mayoritaria que cree todo en él. Ese respaldo acota a quienes en su entorno le quieren hacer ver lo fallido de algunas de las decisiones que ha tomado o lo invita a estudiar alternativas. ¿Por qué no hacer las cosas como las desea cuando a la gente le gustan y lo apoyan?
El apoyo creciente de su aprobación tiene muy nerviosos a los mercados, al empoderarlo aún más por el consenso en torno suyo. Varios inversionistas reprocharon a su equipo hacendario en enero en Nueva York, que no los entendieran. La consultora Euroasia envió un reporte a sus clientes tras la publicación de la encuesta en El Financiero, advirtiendo que ese apoyo fortalecía la ruta por la que corre el presidente López Obrador. Lo que están viendo no les gusta.
El viernes pasado, el Financial Times, el periódico financiero más influyente del mundo, publicó una encuesta de Credit Suisse elaborada por Buendía&Laredo, donde inversionistas mexicanos y extranjeros decían que la economía se encontraba en una situación peor de cómo estaba hace un año (75%), y que las decisiones políticas y económicas de López Obrador habían generado incertidumbre (51%).
“La luna de miel de López Obrador puede ser más larga que cualquiera de sus predecesores, pero inevitablemente, al final de este año, declinará”, anticipó Eurasia, debido “en parte al deterioro natural, pero el crecimiento más bajo y la creciente polarización empezará a lastimarlo. Mantendrá el control del sistema político y probablemente el apoyo de una gran parte del electorado. (Entonces) redoblará sus esfuerzos para incrementar el poder de la Presidencia y la intervención del Estado para manejar las dificultades”.
El éxito lo tiene, pero los presagios son malos. Si antes escuchaba poco, es la lectura entre líneas, ahora menos.
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