Raymundo Riva Palacio
Abril 23, 2021
El presidente Andrés Manuel López Obrador se presentó ante 40 jefes de Estado y de gobierno, dignatarios globales, dirigentes de organismos multilaterales y capitanes de la industria, a los que mostró que de medio ambiente no entiende nada. Más aún, al participar en la cumbre climática virtual convocada por el presidente Joe Biden, trazó un rumbo de México en completa disonancia con las preocupaciones del mundo para resolver un problema común, el calentamiento global. López Obrador no representa un problema planetario, pero para el futuro de México, se está convirtiendo en un serio problema. El que vea las cosas al revés, complica mucho más la realidad nacional.
Ya no sorprende que en la mañanera de Palacio Nacional, en los mítines por el país, en encuentros bilaterales con presidentes o en las juntas cumbres como la climática, el discurso de López Obrador sea el mismo. Padece una especie de autismo político donde sólo se oye a sí mismo, tiene comportamientos repetitivos y obsesión en sus intereses. Si fuera sólo una narrativa, únicamente generaría ruido. Pero al tomar decisiones sobre lo que cree, sin importar la información técnica que suele contradecirlo, afectará a más de 130 millones de mexicanos en lo económico y en lo social.
La cumbre virtual arrancó con el compromiso de Biden que dentro de ocho años Estados Unidos reducirá entre 50 y 52 por ciento sus emisiones de carbón, en comparación con los niveles de 2005, y que para 2050, las emisiones serán cero. Estos parámetros fueron consensuados hace unos días con el presidente chino, Xi Jing Ping, quien para acompañar el esfuerzo, se comprometió a alcanzar la meta 10 años después. Al barco de la lucha contra el efecto invernadero sumaron los países industriales a la India, otras de las naciones cuyo desarrollo ha sido muy contaminante, y a Brasil, cuyo presidente Jair Bolsonaro no creía en el cambio climático.
Líderes democráticos, autoritarios, populistas, de derecha o de izquierda, están construyendo una coordinación real para evitar que el cambio climático cause el daño devastador que provocará si permanecen estáticos o pasivos ante el compromiso de reducir las emisiones para mantener la temperatura de la tierra en 1.5 grados centígrados, pues de otra forma el derretimiento de los polos provocará cambios en los patrones climatológicas, provocando huracanes cada vez más fuertes en el norte e inundaciones en miles de hectáreas arables en las zonas costeras del sur. Esto generaría afectaciones en infraestructuras que estancarán al desarrollo, provocará retrocesos en el bienestar, y acelerará enfermedades. El costo económico en 30 años será entre 10 por ciento del PIB en las naciones más ricas, y el 24 por ciento en las emergentes, de acuerdo con un reporte del gigante asegurador Swiss Re.
De esos riesgos y desafíos se trató la cumbre climática que continúa trabajos hoy, y en donde hubo sólo un líder que estaba definitivamente en un carril distinto, López Obrador, quien ajeno a los retos que tiene enfrente insistió en utilizar un foro multilateral para hacerlo bilateral –y hablar directamente a Biden–, mezclar migración con medio ambiente, en ignorar las energías limpias mientras promovió una mayor producción de combustóleo, con lo que seguramente de manera involuntaria, anunció a sus pares que él y México, cuando menos por el resto de su sexenio, seguirán aportando su contribución de contaminación global. Que se encargue el mundo de sus temas debe pensar, porque lo suyo, como esbozó en una parte de su participación, es el impulso de programas sociales, en este caso, Sembrando Vida, que presumió a sus pares, quienes probablemente no sepan que sus irregularidades se contabilizan en casi dos mil millones de pesos.
Lo grave no es que esconda o ignore la realidad del programa que quisiera fuera adoptado por todos. La reforestación, como le mandó decir Biden en la víspera, es muy importante, pero insuficiente. El control de las emisiones de carbón es lo que urge. Ese tema, ni de manera casuística, lo trató López Obrador, aunque dijo que la renovación de hidroeléctricas –que tienen más de 40 años de vida– generará energía limpia y barata, que en el interlineado local subyace su conflicto con la generación de energía eólica, que afirma que es cara y que además, porque así lo dijo, afean el paisaje.
Sus ocurrencias no son cosméticas, sino están atadas a sus creencias. Y estas tienen un efecto devastador entre los grupos de la sociedad más vulnerables y de menor ingreso, paradójicamente a los que ideológicamente, sin conocimiento pero con un gran voluntarismo, busca defender y mejorar sus niveles de vida. Swiss Re analizó 48 países que comprenden el 90 por ciento del PIB global, en donde México, salvo en una categoría –extremas lluvias–, está entre las 20 naciones más vulnerables por el cambio climatológico.
Seguir con altas temperaturas podría impactar en la productividad laboral como resultado de las largas olas de calor y los efectos de salud negativos, de acuerdo con el reporte, que observó el bajo número de personal médico en comparación con su población y otros países, y su inversión de 0.3 por ciento en investigación y desarrollo, que es muy baja en términos de capacidad de adaptación. Estos fenómenos naturales impactarían las cosechas, y al afectar las zonas costeras, también los ingresos por el turismo. Para México, si el calentamiento de la tierra se mantiene en 2 grados centígrados, la caída en el PIB sería hasta de 8 por ciento, que podría llegar a 13 por ciento de pérdida de valor si la temperatura asciende a 3.2 grados.
López Obrador, o no entiende estos datos y proyecciones, o no los cree, o simplemente las ignora. Lo que sí hace de manera consciente es seguir con sus planes de contaminación, que es el equivalente a su apuesta por las energías fósiles, su rechazo ideológico a las energías limpias, y sus planes limitados y mal implementados de reforestación. El mundo no camina en sentido equivocado a menos que todos estén mal y él bien, como quizás lo piensa hoy el presidente.
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