Raymundo Riva Palacio
Abril 11, 2007
Hasta la visita del presidente George W. Bush a Mérida el mes pasado, el embajador de
México en Washington, Arturo Sarukhán, le disputó la supremacía a la canciller Patricia
Espinosa por la atención prima del presidente Felipe Calderón en política exterior. Quienes
conocieron los codazos diplomáticos en Yucatán comentan la forma como Sarukhán, el
internacionalista de Calderón en la campaña, buscó hacer de lado a Espinosa, ejerciendo
su influencia previa. Fue la última vez que lo hizo, cuando menos por algún tiempo, por
culpa de él mismo.
Sarukhán, quien al ganar Calderón había asegurado uno de los principales puestos en
política exterior, vio cómo sus aspiraciones a encabezar la Secretaría de Relaciones
Exteriores crecían en la medida en que el presidente electo no encontraba con quién llenar
el puesto. Llegó hasta el último momento con altas posibilidades de ser parte del gabinete,
pero el rechazo de la gobernadora de Zacatecas Amalia García a la cartera de Desarrollo
Social, desequilibró el diseño sobre la cuota de mujeres en los más altos puestos de
gobierno. Espinosa fue seleccionada en las últimas 72 horas previas al anuncio del último
tercio del gabinete, con la advertencia privada de Calderón que su trabajo tenía una
vigencia de dos años, y un espaldarazo tan público como políticamente inadecuado del
mandatario hacia Sarukhán.
La deferencia sin precedente de un presidente electo hacia un colaborador envió muy
malas señales diplomáticos mexicanos y extranjeros sobre la confianza real de Calderón
hacia Espinosa. Inclusive, en una comida a principio de año con la mayoría de los
embajadores mexicanos en el mundo, las crónicas de prensa hablaban que más
personas se habían acercado a saludar a Sarukhán que a la nueva canciller. Espinosa
aguantó los golpes, lo que no quiere decir que no le afectó la forma como Calderón minó
su autoridad desde un principio. Ella ha tratado de darle la vuelta al episodio, y piensa que
el cargo para el cual se preparó toda la vida ahora es de ella, y que al terminar, si es en dos
o seis años, se reincorporará a su trabajo como embajadora en alguna parte del mundo.
Pero las cosas han venido cambiando últimamente. La forma abrupta como se
interrumpieron los contactos de alto nivel con el gobierno de Cuba cuando Sarukhán dejó
de tejerlos durante el periodo del presidente electo se han reencauzado, al tiempo que se
han venido eliminando aristas con Caracas, después de los choques de campaña con el
presidente Hugo Chávez. La visita de Espinosa a Washington para platicar con la secretaria
de Estado Condolezza Rice, tuvo mejores resultados de empatía de los esperados, en
parte porque la estadounidense tenía problemas de relación con el ex canciller Luis
Ernesto Derbez. Pero lo más importante para su destino, paradójicamente, fue la gran
patinada que recientemente dio Sarukhán.
En una entrevista con los editores y reporteros de The Washington Post en la tercera
semana de marzo, Sarukhán fue bastante crítico de la política contra las drogas de la
Administración Bush. “Vamos a necesitar significativamente más de la cooperación de
Estados Unidos”, dijo durante ese encuentro, delineando como temas centrales que
refuercen sus medidas para evitar el flujo de armas hacia México, que intensificaran la
detección del lavado de dinero y el envío de químicos para producir metanfetaminas, así
como un incremento en la ayuda de inteligencia para combatir el crimen organizado.
Las afirmaciones de Sarukhán llegaron a las primeras planas de los periódicos en México
y al briefing diario en el Departamento de Estado, donde el vocero Sean McCormack hizo
algo bastante cercano a burlarse del embajador mexicano, cuando respondió a una
pregunta expresa sobre el embajador: “Es nuevo y quizás no ha tenido oportunidad de leer
el reporte de la embajada. Pero es bastante claro que estamos trabajando muy bien con el
gobierno de México en este tema que es importante para ambos. Creo que si sólo se
revisaran las declaraciones de los funcionarios mexicanos y de los estadounidenses sobre
esa estrecha relación de trabajo, especialmente en los últimos años, pienso que
encontrarán un buen récord”.
La sorna de McCormack parecía preparada. Mucho antes que hablara a mediodía con la
prensa, ya había habido mucho movimiento en Los Pinos y la Cancillería. Desde que vieron
el impacto de las palabras de Sarukhán, hubo una gran preocupación y se estudiaron las
formas como controlarían el daño realizado por el embajador, aunque nunca se consideró
su cese como una forma de resolverlo. Sarukhán tuvo que hablar desde muy temprano con
el subsecretario de Estado para asuntos de América Latina, Thomas Shannon, a fin de
explicarle el contexto y las razones de su declaración. En eso estaban cuando la canciller
Espinosa le puso un estoque al embajador que la había despreciado. “No se preocupen”,
dijo en Los Pinos, según colaboradores del Presidente, “yo lo arreglo”.
Espinosa no tuvo que hacer mucho en Washington. Su principal trabajo lo hizo en México,
dialogando por teléfono con quien había hecho el mayor escándalo de todos, el embajador
estadounidense Tony Garza, lo que no dejó de ser paradójico. Garza ha sido uno de los
embajadores más habladores que ha tenido Estados Unidos en México, y como nadie
desde John Gavin, que como el actual también tiene sangre mexicana corriendo por sus
venas, tan intervencionista en los asuntos internos. A diferencia de Gavin, Garza tuvo la
suerte que la relación de amor y odio entre los dos países ha perdido bastante ímpetu
desde los 80s, y que desde hace algunos años hay más amor que odio con los gobiernos
en Washington. Ese contexto en el cual se mueven ahora los procónsules que envía
Washington a México y la gran dependencia económica de este país de Estados Unidos,
permite exabruptos como los que regularmente tiene Garza y actitudes como las
mostradas con el incidente de Sarukhán. En todo caso, Espinosa lo tranquilizó y las cosas
con el nuevo embajador mexicano se amainaron.
En el fondo, pese a todo, lo que se jugó inopinadamente no fue algo grave en la relación
bilateral, sino un gambito diplomático. En Washington jugaron bien sus cartas y pusieron
quieto a un embajador que se fue de boca, que le permitió a Espinosa salir en su rescate.
Quién lo diría apenas hace tres meses, cuando el poder de la política exterior estaba
mayormente en las manos de Sarukhán, y Espinosa parecía la secretaria de Estado
destinada a una breve temporalidad. Pero la política no es sólo resistencia sino también
paciencia. La arrogancia siempre lleva por un camino descendiente, y Sarukhán, quien ha
demostrado conocimiento y eficiencia, tendría que saberlo. No vaya a ser que en su
primera temporada en las grandes ligas salga derrotado por quien tantas veces vio para
abajo.