Raymundo Riva Palacio
Junio 29, 2005
ESTRICTAMENTE PERSONAL
El presidente Vicente Fox no ha dado ni un paso para atrás para celebrar este 2 de julio la victoria sobre “el autoritarismo del PRI de siete décadas”. Pese a la oposición generalizada por un festejo que no había celebrado con nadie fuera de su partido en los cuatro años previos, insiste en que rememorará este sábado la derrota que le propinó al PRI hace cinco en una especie de jubileo por la democracia. Las críticas que ha recibido comprenden un amplio mosaico, desde el proselitismo electoral a favor de su partido hasta el hecho mismo de lo poco que hay que celebrar.
Al día siguiente, en efecto, se realizan las elecciones en el estado de México donde su candidato, Rubén Mendoza Ayala, está compitiendo ferozmente por el tercer lugar con la aspirante del PRD, Yeidkol Polevnsky, y si lo celebra ahora se podría pensar que lo debería de repetir el próximo año, cuatro días antes de la elección presidencial. En materia de logros, Fox ha tenido lo que bien se podría caracterizar como un fracaso: ninguna reforma estructural en la economía como lo prometió; ningún crecimiento del 7 por ciento anual como ofreció; ninguna arreglo con el Sub comandante Marcos ni en 15 minutos ni en este quinquenio como presumió; ni construcción de un nuevo andamiaje político, como se hubiera esperado. El cambio que pregonó, en muchos sentidos, se constituyó en una reversa.
A lo largo de su sexenio han sido varios los críticos que puntualmente han ido narrando la debacle foxista. La visión siempre ha sido la externa, por lo cual esa censura ha sido generalmente descalificada. Pero lo peor que le podría pasar a Fox, en este contexto, es que en vísperas de su celebración, figuras claves que lo llevaron de la mano a la silla presidencial sean quienes hagan el balance de su gobierno. Jorge Castañeda, Lino Korrodi, Carlos Rojas y el recientemente fallecido, Adolfo Aguilar Zinser, simplemente lo despedazan en su evaluación. Tanto, que este lunes un amplio reportaje de primera plana publicado por The Washington Post, donde los entrevistan, fue titulado: “La Revolución Incompleta”.
“La revolución de Fox murió en la transición”, declaró Aguilar Zinser poco antes de morir. Más aún, recordó Aguilar Zinser, quien era su consejero de Seguridad Nacional y uno de sus más cercanos, desde junio de 2001, apenas seis meses después de tomar posesión, se dieron cuenta que su presidencia se estaba hundiendo. En una reunión de emergencia, hubo recriminaciones. “No estás haciendo el trabajo”, le dijo su consejero, “nos estás abandonando”. Un año de gobierno bastó para que se dieran cuenta, dijeron sus ex colaboradores al Post, las promesas de campaña se habían evaporado.
Castañeda, quien era el secretario de Relaciones Exteriores, le dijo al diario que hubo muchas ocasiones en esos primeros meses en los cuales Fox no deseaba hacer nada que pudiera dañar su popularidad. De hecho, admitió que parte del problema que enfrentaban era que Fox realmente no esperaba ganar la elección presidencial, por lo cual no estaba preparado para gobernar. Aguilar Zinser confió que a Fox lo vendieron efectivamente a la nación como un nuevo producto en el mercado. “El producto era un bigote, un sombrero, un cinturón, las botas y un nombre de marca”, dijo. “Todo estaba identificado con una botella, la de Coca-Cola. Y Fox se sentía muy a gusto siendo una botella”.
Korrodi, quien fue su operador financiero en la campaña y que lo conocía desde que ambos trabajaron en la Coca-Cola en 1967, admitió que el Fox que pensaba como un superhombre que no temía a nada, se convirtió en un hombre “falto de determinación” una vez que llegó a Los Pinos. “Cambió completamente”, subrayó, y se volvió “pequeño”. Rojas, quien tomó la culpa y renunció como administrador de la Presidencia cuando estalló el escándalo del Toallagate, declaró que Fox no ejerció el liderazgo que era necesario.
La parte donde todos concluyen es que no actuó determinantemente contra el PRI. Querían que Fox se fuera con toda la fuerza en contra del PRI y que los persiguiera por el financiamiento de la campaña presidencial. Inclusive, dijo Aguilar Zinser, le propuso que los sacara del país o los metiera a la cárcel. Fox, insinuó Castañeda, dudó. “¿Quién soy yo para hacer esa lista?”, respondió. En el mismo texto, el presidente se defendió. Dijo que lo único que trataba de ser era prudente y que “los tambores de guerra” que le pedían varios de sus asesores, no tenían sentido. “La estabilidad”, afirmó, era “el ingrediente número uno” en la transición.
Los problemas de Fox, según Rojas, no fueron sólo con el PRI. Tampoco controló a los miembros de su gabinete, y los desacuerdos privados se convirtieron en escándalos públicos. En los primeros meses, añadió Castañeda, le dijeron “esto no va a trabajar… estamos perdiendo muchas batallas”. Fox no sucumbió ante sus presiones, por lo cual es fustigado severamente por quienes fueron de su entorno más cercano. “No quisimos reconocerlo en un principio”, dijo Aguilar Zinser al periódico, “pero cuando nos asomamos a la botella, dijimos ‘Dios mío, está vacía’.”
Esa observación no es nueva. Lo relevante es que jamás la habían hecho personas que trabajaron tan cerca de él. ¿Qué va a celebrar Fox este próximo sábado? Si uno relee lo que dijeron de él sus ex colaboradores, más que estar contento debería empezar a preocuparse. Si faltando 18 meses para que deje el poder, personas con tanta información interna ya están demoliéndolo, ¿qué le puede esperar en diciembre de 2006? Una pesadilla, sin duda.