Jorge Camacho Peñaloza
Diciembre 15, 2017
Hay suficiente en el mundo para las necesidades del hombre, pero no para su avaricia. Mahatma Gandhi
Desde hace ya varios lustros más allá de la Costera Miguel Alemán, en Acapulco se respira y observa la descomposición social, esa es una verdad que los propios acapulqueños se negaron a ver durante muchos años deslumbrados por los enormes hoteles de cadenas internacionales a lo largo del llamado Acapulco Dorado desde la época de oro de Le Dome, Le Jardin, Bocaccio, Baby’O y Armando’s Le Club.
En la temporada invernal era escena común ver las playas de la bahía llenas de güeros hablando inglés, infestado de turismo internacional, en los noventas los springbreakers, canadienses y europeos; ningún destino le ganaba a Acapulco en recepción de turismo, los acapulqueños celebraban que los visitaran Frank Sinatra, Elizabeth Taylor, Kirk Douglas, Sean Connery, Tom Jones, el senador Edward Kennedy, Barry Golwater, Ava Gardner y Estefanía de Mónaco.
Después vino el Tianguis Turístico y el Acafest, y Acapulco siguió siendo para los acapulqueños y gobiernos sólo la Costera, eventos realizados por cierto en el flamante Centro de Convenciones de Acapulco ubicado frente a esa hermosa vía. Hablando de gobiernos, uno y otro también, federal y estatal, no se cansaban de decir que el turismo mantenía al estado, a los 75 municipios de ese entonces, que por eso era importante seguir cuidando y atendiendo, sin reparar en los acapulqueños de más allá de la Costera, los del anfiteatro, los de la misma Progreso, de la Infonavit, de la Morelos, de los Palomares, de la Laja, de Mozimba, de La Cima, y después de Renacimiento y la Zapata.
Ese poner en segundo plano al Acapulco real, sin oportunidades, bienestar, salud, educación y empleo bien remunerado, hizo que desde los ochentas empezara a notarse la pobreza y la descomposición social en el cinturón periférico porque el turismo y la Costera y en los noventas Acapulco Diamante, ha sido más importantes que su población. Numerosos habitantes empezaron a involucrarse silenciosamente en el narcomenudeo y la delincuencia, eran acapulqueños dedicados a diversas actividades económicas, de todos los sectores sociales y hasta funcionarios de gobierno.
Al Acapulco real se le dejó empobrecer bajo el criterio de que todo lo que no fuera la Costera y Acapulco Diamante, era menos importante que el turismo, por eso no es nada extraño que Acapulco resulte ser la ciudad con más habitantes en pobreza extrema del país y la más violenta, y no sólo eso sino la más violenta contra las mujeres.
Acapulco representa pues no sólo turismo sino pobreza y violencia, y esto debería ser realmente vergonzante, lo primero gracias a que esa actividad ha sido la prioridad para las políticas públicas federales y estatales, y lo segundo por el abandono de estas mismas de la población más allá del turismo, políticas que a la postre hicieron de Acapulco, sobretodo al turismo, a la misma gallina de los huevos de oro, una actividad no sustentable.
Acapulco es también uno de los primeros lugares en inversión inmobiliaria y con menor tasa de desempleo, pero eso desafortunadamente no impacta en los niveles de pobreza y violencia, en cambio éstas sí impactan en los niveles de la actividad turística aún y cuando se celebren buenos porcentajes de ocupación. ¿Qué pasa entonces en Acapulco? Sucede que ha sido visto más como polo turístico que como núcleo poblacional.
Vuela vuela palomita y ve y dile: A todos los diseñadores de políticas públicas, que Acapulco es ejemplo de cómo las políticas públicas que sólo buscan incrementar el PIB de la actividad turística no son sustentables, si no se eleva a la par y en la misma proporción el bienestar de la población.